Sangre de mi sangre
estampada en la pared.
Mancha
negra y roja
negra y rota
recordando un insomnio.
Vampiridad
asesinada.
Sangre de mi sangre
que será derramada por siempre
para el perdón de mis pecados.
Eran las cinco,
eran las cinco en punto
de la noche
y la bestia seguía matando
mi endeble
tranquilidad.
Sangre de mi sangre
nueva y eterna
células ocres de vida muerta
contra el cerúleo recubrimiento
de la obra de albañilería vertical
que limita mi sueño
de alas infinitas.
No creo en el pecado.
No creo en el sueño eterno.
No creo en la eternidad.
No creo en la verticalidad.
No creo en el infinito.
Pero la bestia,
minuto a minuto,
con su abuso de certidumbre
inyectaba
dolor
en mi incredulidad.