Trenzas de oro y una red de tergal

cosida en la pernera de su pantalón
no se si soy la víctima
o un hacker escaneando
su vulnerabilidad.

No estoy acostumbrado a ser sorprendido por una mirada
pero tropecé con sus ojos sin querer
buscando unas botellas de vino
que eran demasiado caras.
Subí los ojos para no chocarme
y allí estaban los suyos como voces
que me gritaban: ¡míranos!
y no quise evitarlo.
Sus pantalones se han perdido en el horizonte sin mar de corredera
mientras yo sacaba este cuaderno
para no dejar escapar entre mis dedos
el silencio sorprendente de su encanto.

Esto no es una broma