Ya no hay arenilla de patatas entre sus dedos rojos de fregar. Sus manos le duelen de amargura y la irritación no cambia, no cambia.
Lalo ha salido a por tabaco y Maria Luisa le espera viendo la televisión porque tiene que hacer algo que consuma su tiempo. Hoy está cansada porque esta noche no durmió bien.
Tuvo una pesadilla en la que su madre devoraba las manos de una niña que ella reconocía como suyas. Le dolía el mordisco y ver cómo la sangre entraba en esa boca ansiosa, salía por los ojos y cubría la cara de su madre que escupía espumarajos rojos.
Acaba de salir a recoger la ropa tendida aprovechando el intermedio y me puede ver en mi ventana escribiendo sobre ella. Siempre mira hacia acá buscando el refugio que no encuentra en su casa. Mira entre la oscuridad buscando otra mirada que mire entra la oscuridad buscando otra mirada.
Es tímida. Se ha escondido tras la pared encalada de suciedad, trinchera de su vida, para doblar la ropa que, bajo el manto de humedad, va recogiendo.
Vuelve a asomar la cabeza tras el caparazón calcáreo que la cobija. Comienza de nuevo el programa de televisión que está viendo. Se va.