Hay mucho que decir y yo balbuceo frente a un cristal empañado. Llueve fuera. La lluvia me trae frío y su calor está pegado a mi piel. Hay un río de lava en su alma que calienta mi volcán hasta la erupción radical que necesitaba. Sus pitidos me apegan al mundo.
Es un grito: no, es solo una voz muy alta que pide un beso. Al otro lado de esta inundación sus despertares son hojalata verde como esa alhacena de rinocerontes en la ducha. Ábreme el p con un cran tomate anaranjado. Sus dientes d d d d d me ninean. No lo ves, se me rompen las palabras. Es in e vi ta ble.
Ta ble tas de turrón.
Y mientras…
Mª Luisa duerme porque ayer quedó viendo su programa favorito en la televisión. Sus ojos duros se llenaron de humedad y por eso llueve hoy. Sus lágrimas grises caen rodando las aceras verticales del tiempo. Nuestros ojos tienen un tren de cercanías, un raíl de plomo que se vierte hacia el sis sis sis con crot. Tienen ton una sí.
No ves? Me pierdo. No me encuentro aunque nunca ha habido una verdadera voluntad de saber dónde.
Mª Luisa no tiene la verdadera impresión de ser. Y, si no se, quizá, yo debería. Claro que por otra parte.
La ducha sigue llena de rinocerontes.