Viaje tenaz. Emprendido en solitario en grupo. Siempre viajaba solo como una hoja que cae. Otoño vislumbraba el crepitar. Palabras y palabras. Su paladar está quemado por una sopa hirviendo que tomó de pequeña. Su mano derecha guarda una muesca de un fogón de carbón. Uno de los últimos de esta ciudad. Estaba en la pequeña cocina de la casa de sus abuelos a los que tenía que querer y no lograba entender.
Una raya blanca separa el cielo azul en 2.
Ellos murieron uno a uno sin mucho misterio, como cucarachas, como habían vivido.
El fogón de carbón, que estaba hecho de un hierro que parecía cerámico, era negro y plata por dentro. El rojo de las brasas era hipnótico, pasional. Ella no pudo evitar sentir tocar palpar la superficie circular incandescente y sus dedos perdieron para siempre su huella digital. Ya no era ella. Pudo cambiar de nombre y casi también de sexo pero finalmente decidió seguir siendo una mujer. Sus labios enrojecieron y se volvieron carnosos. Se rodearon de besos y sus ojos de lágrimas. Su respiración se arreboló, se aceleró, creció, rugió, gritó, vibró… pero nunca volvió a sentir aquella fascinación hasta quemarse los dedos de su mano izquierda.
Un hombre, a su lado, lame su no huella mientras ella abre los ojos. Otro día da comienzo.