Ventana, M-20040210

Vinieron de visita 3 amigos de Juan que acampan en cualquier parte. El sueño dejó un reguero de diamantes tras el que no poder dormir.

Sacaron a la luz a la cigüeña que habitaba en la cornisa y un grito espantó el alacrán que suele pastar como si fuese un herbívoro.

Las paredes están frías. Blancas y frías como lápidas. Dentro, han pasado una buena noche al calor de la leña convertida en agua. Sus mantas aún conservan el pelaje intacto de cuando las compraron en su viaje a Perú. Los altiplanos les parecieron de ensueño tanto por la población, encantadora, como por el abuso desmesurado de la naturaleza. En mitad de la noche, a las 3 de la madrugada, Juan se despertó y Maria Luisa estaba en la cocina preparándose un té que había comprado por la mañana en una tienda especializada. La dependienta era una niña prácticamente de menos de quince años. Rubia de pelo liso y largo, parecía de una suavidad que la venta de té era su mejor ocupación aparte de cuidar enfermes. No es de extrañar que quiera, de mayor, ser enfermera. El único problema es que habrá millares de personas deseando dejar su salud para encontrar ese sol en filamentos.

Esto no es una broma