patata-corazón

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¿Por qué nos cautiva el corazón?

Si me hubiera encontrado una patata con forma de riñón no la habría fotografiado, seguramente, ni estaría escribiendo esta entrada de mi diario.

El otro día Carmen me regaló un azulejo blanco con un corazón rojo (como debe ser) inserto en el centro. Lo uso actualmente como alfombrilla de ratón. El ratón se mueve sobre mi corazón.

También el otro día les comenté a unas alumnas del taller de poesía que escribiesen sobre otros órganos vitales, como el hígado, el páncreas, los riñones, los pulmones, el cerebro, incluso… una escritura visceral no puede olvidar los intestinos, el estómago, la tráquea, el esófago, no se deben dejar de lado los genitales varios, etc…

Pero acaba ganando la batalla el corazón.

¿Por qué?

Está claro que, junto con el cerebro, es uno de los órganos más importantes para la vida humana. Esto hace que se le hayan ido achacando muchas fantasías más o menos mágicas sobre su capacidad, su función, bastante más mecánica que la cerebral, por ejemplo.

Te amo de corazón. Así: ¿a bombeos intermitentes?

¡Qué cosas!

Supongo que tiene que ver con la sangre, con el hecho de que vemos la sangre, es muy vistosa, roja y brillante, si fuese de un gris más o menos aburrido, seguramente perdería gran parte de interés. Incluso, hoy, imaginaba qué ocurriría y qué posición ocuparía en importancia el corazón si la sangre fuese transparente.

Sudamos todo el tiempo, pero nadie habla de las glándulas sudoríparas como algo más o menos vital, también respiramos y del aliento apenas se interesan los religiosos o los filósofos antiguos. Hasta Lavoisier nadie había pesado el aire. Pero pesa, sí, tiene cierta densidad, como la sangre y un «color» que no vemos, pero que no por ello es menos digno de ser llamado tal. ¿Qué importa en qué lugar se ubica la frecuencia de la radiación absorbida por el material en cuestión? Pues parece que más que la debida.

Sí, estoy seguro de que la sangre, roja, hace que sea protagonista el corazón de nuestros más románticos planteamientos, mezclada con el negro va muy bien, como en el tango, o con el blanco, como en las bodas, en muchas escenas de erotismo, en la virginidad y su desaparición.

Es el color de la violencia, la pasión, la vida… entendida de una manera tan superficialmente corpórea…

Y yo me pregunto ¿de qué color es una idea?

Yo la imagino, en la mayor parte de las veces, azul. De un bonito IKB; por supuesto, algunas parecen marrones, pero ese es su olor, no su color.

Porque puede que el olor tenga color. Aunque, paradójicamente, la palabra está contenida a la inversa. O ¿es que el color tiene olor?

La sangre es tan importante para los humanos que olvidan que, sin cerebro, no serían más que masas comestibles, muy ricas mezcladas con cebolla, una vez coaguladas convenientemente.

Importa al pensar en descendencias, en dinastías, en etnias y pertenencias a grupos consanguíneos, en identidad, como si el ADN únicamente se encontrase en ella.

Y de la sangre, en vena, volvemos al corazón. Pensamos en el pulso, en el latido, en el sonido primigenio, en el ruido grave que le llamó la atención a John Cage, y en su viaje al cráneo, a regar la fuente de ideas, la máquina que nos hace conscientes, que nos hace palabra, que nos convierte en seres medianamente interesantes. La máquina que produce sonidos agudos, que no late o late a tal velocidad que aún no se ha conseguido procesador de tal «herziaje».

Pero la mente no tiene un color tan vistoso, eso lo reconozco.

Vulgar mezcla de blanco y gris, más bien apagadillo, como sosete, diría yo. Pero ahí está… es y me hace ser. Y no solo me sujeta como si fuese una máquina, me hace pensar que soy una máquina, me complejiza y apalabra, me dice: eres. Aunque a veces, mis orejas, no le escuchan.

Prefiero esa máquina, fantaseo sobre sus capacidades con cierto patetismo, pero he de reconocer que me parece mucho, mucho más compleja… y creo que es algo objetivo, pero no quiero afirmarlo tan rotundamente.

Si fuera cardiólogo…

Esto no es una broma