Hace algún tiempo, comencé el proyecto de organización filogenética de las lenguas del mundo, que para abreviar llamo POFLM, y va creciendo, poco a poco, pero avanza (aunque de momento solo la familia de lenguas indoeuropeas es navegable)
Ayer terminé el subgrupo occidental de las lenguas eslavas meridionales, es decir, el esloveno y el serbocroata. Llegar a la tesitura del serbocroata me daba un pánico especial, porque es una de esas situaciones en las que hay que ignorar lo político, lo nacionalista, sin despreciarlo, sin olvidar que el lenguaje también forma parte de la cultura y, como tal, sigue el vaivén del contexto social, político y económico del lugar en el que ocurre.
Creo que he salido más o menos bien parado. Al menos, me siento satisfecho con la clasificación que he hecho de él, pero este tipo de dilemas se plantean constantemente en este proyecto, hasta el punto de que son una de las mayores distracciones del mismo. Elucidar si el prekmuro es idioma o dialecto, si merece una hoja del árbol que estoy tratando de construir o una rama del mismo, es tan agotador como, en ocasiones, absurdo.
A partir de mañana enfrentaré las eslavas occidentales. Tengo ganas de acabar con las baltoeslavas, una de las ramas más sencillas, por otro lado, y encarar las célticas y, sobre todo, las itálicas, dentro de las que están las innumerables hijas del latín.
Ayer, sobrándome algo de tiempo, subí a la página que tengo reservada para ello, la última versión en HTML del proyecto. Sin edulcorar, sin arreglar formatos, áspera y con poca explicación. Cuando la veo, parece una deshilachada web abandonada. Casi vacua, pero sé que hay mucho fondo, como pozo profundo. Y me hace sentir una cierta calma, un cierto sentimiento de saciedad, que no sé explicar. Pero me gusta.