Hoy por la mañana me he despertado antes (a las 5:45) y como no sabía qué hacer, he acabado de terminarme (era un largo proceso) el libro de Barthes que incluía una variedad de artículos sobre gramática, lingüística y reflexiones del semiólogo estructuralista.
Del clásico libro de Roland Barthes, como dije en su día con Lo Neutro, una lectura maravillosa, que hace pensar, que hace recordar, que da ganas de escribir.
Vuelco a vuela pluma y sin contexto algunas frases que me han resultado sugerentes. (Insisto: sin contexto)
«crítica al etnocentrismo» que, en este caso, él llama alfabeto-centrismo:
Todo ocurre como si fuese indiscutible que el ideograma constituye un progreso respecto al pictograma y el alfabeto vocálico respecto al consonántico: por lo tanto, nuestro alfabeto, es el término glorioso de esa ascensión de la razón: somos los mejores.
Modelos más matemáticos:
El concepto de «discurso» excede al de «género» y ha de permitir deshacer los límites institucionales de la literatura.
La escritura (en vías de oponerse en adelante a la literatura) implica lógicas nuevas, adecuadas para dar cuenta a la vez de sus rupturas y de su espacio, puesto que, en ciertos casos, ya no es «encadenamiento» ni «línea», con lo cual el modelo lingüístico se aleja, reclamando en su lugar modelos más matemáticos.
¿Qué trabaja el texto?
La lengua. Deconstruye la lengua de comunicación, de representación o de expresión (donde el sujeto, individual o colectivo, puede tener la ilusión de que imita o se expresa), y reconstruye otra lengua, voluminosa, sin fondo ni superficie, pues su espacio no es el de la figura, el del cuadro, el del marco, sino el espacio esterográfico del juego combinatorio, infinito en cuanto salimos de los límites de la comunicación corriente (sometida a la opinión, a la doxa) y de la verosimilitud narrativa o discursiva. La productividad se desencadena, la redistribución se produce, el texto sobreviene, en cuanto, por ejemplo, el escriptor y/o lector se ponen a jugar con el significante, ya (si se trata del autor) produciendo sin cesar «juegos de palabras», ya (si se trata del lector) inventando sentidos lúdicos, aun cuando el autor del texto no los hubiese previsto, y aunque fuese históricamente imposible preverlos: el significante pertenece a todo el mundo; quien, en verdad, trabaja incansablemente es el texto, y no el artista o el consumidor.
El texto y la obra
La lectura plena es aquella en la que el lector es nada menos que el que quiere escribir.
La civilización actual tiende a achatar la lectura al hacer de ella una simple consumición. […] la escuela se vanagloria de enseñar a leer, y ya no como antaño de enseñar a escribir.
La escritura confinada en una casta de técnicos: Las condiciones económicas, sociales e institucionales ya no permiten reconocer, ni en arte ni en literatura, a ese practicante particular que era – y que podría ser en una sociedad liberada – el aficionado.
El ser humano es absolutamente consustancial al lenguaje.
El lenguaje no es una especie de instrumento, de apéndice, que el hombre tenga «además», para poder comunicarse con su vecino, para pedirle que le pase la sal o que le abra la puerta. No se trata de ningún modo de eso. En realidad, es el lenguaje el que hace al sujeto humano, el hombre no existe fuera del lenguaje que lo constituye.
Y termino aquí, acordándome de palabras que me resuenan al estimado Wittgenstein.