El sábado por la noche estuvimos viendo una presunta batalla de bandas de Jazz en un local mítico llamado Galileo Galilei, de Madrid, obviamente situado en el 100 de la calle homónima.
Y, como cada vez que vamos a una milonga de tango, volvimos a repetir esta lucha retro-futurista que mantenemos desde hace más de una década: Carmen es decididamente vintage, incluso desde antes de que el manido término llegase a nuestros oídos. Ella usaba teléfonos de los años 20 incluso antes de tener teléfono (cierto cierto) Y mi película preferida es y creo que será, por muchos años, Blade Runner.
Si a ella le gusta la estética de los 40, con ese tono que, como decía un presentador del evento del sábado, parece provenir de películas en blanco y negro, a mí me gusta el futurismo punk de Darryl Hanna. Cuando hablan de recuperar el pasado a mí me entran sarpullidos en la mente. Incluso porque además, no puedo evitarlo, me surge una mirada crítica y exenta de romanticismo, que cuando piensa en los maravillosos años 20 solo puede hacerlo sabiendo que la mortalidad era mucho mayor, que los personajes que, habitualmente, nutren las películas son los de una casta superprivilegiada de snobs, de los que ahora apenas se hace cine, pero que siguen existiendo, por desgracia.
Chocamos hasta en la forma de entender la música, el baile, que ella asocia a pasos y técnica aprendible, con lo que se perpetúa su manera de entender la enseñanza casi académica de algo tan popular como el Tango, por ejemplo. Está claro que ella no es la única y, afortunadamente, es más que capaz de ver que hay otras maneras, otras formas, y no solo tolerarlas, sino cuestionarse su propia metodología. Esto la honra, y la respeto, en mucho, por ello.
De los albores del XX rescato las vanguardias, luchadores por el futuro, visionarios o constructores de nuestra estética o de la que aún está por venir. Incluso en música (o Tango), ya sean John Cage o Piazzolla. Y del Jazz, quiero saber qué se está haciendo hoy, pensando en un tiempo venidero.
Es gracioso, viéndolo desde un punto de vista cinético (por decirlo así), ella camina mirando hacia el pasado, como en una marcha atrás hacia delante (¿oximoron o mala construcción de la imagen?), mientras que yo lo hago apoyándome en el pasado pero con la mirada puesta lejos en la distancia que me queda por recorrer, hacia un futuro siempre ignoto, pero construible con la intención de este presente.
Quizá, por ello, como pareja, encajamos tan sumamente bien: caminamos (y me pongo tanguero) permitiendo que nuestras miradas se dirijan hacia donde cada uno de nosotros deseamos; y nos encontramos cada día en el instante mágico del abrazo presente.