Es una de esas frases que me hacen reír, pensando en lo ridículo que contiene un lenguaje (el humano) capaz de decir cosas imposibles.
Podríamos llamar a esto, la capacidad poética del lenguaje. Pero esto es como reconocer que la poesía tiene algo que ver con lo imposible. Y quizá sea así.
Lo que me lleva a recordar la famosa «definición» de belleza que lanza al aire el ínclito Isidore Ducasse, Conde de Lautreamont, en su maléfico libro «Los cantos de Maldoror»:
Bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas.
Desde entonces, las máquinas de coser, incluso palabras, se reúnen mistéricamente con los paraguas más aciagos sobre mesas en las que diseccionan la poesía.
Y un paraguas ya no será nunca más un mero paraguas… después de Joseph Kosuth.