Ese periférico dispositivo
que se supone que sirve para ser una interfaz
con el papel, volcando texto o imágenes,
que, de una u otra forma, quedan solidificadas
por decirlo así.
Impresoras que competían con aquel lejano sueño de Guttemberg
por el que la cultura se iba a repartir entre los plebeyos
y se acercaba, por fin, el texto escrito y la posibilidad de generarlo
a un cualquiera
que Whitman denominaría
el hombre En Masa.
Son lo que son
y no lo que prometían ser
en una vocación casi política inética
(no es redundancia).
Acaban siendo un periférico
mal integrado
en la parafernalia tecnocrática que nos tiene dominados
para dominar
o invadir el mundo entero.
Es una mala sustituta de una imprenta de verdad
de una seria oficina de servicios editoriales
de una vulgar fotocopiadora.
Y acaba decepcionando al más pintado
cuando un cartucho de tinta de 19,95€ tarda
menos de 100 hojas impresas con baja resolución
en modo borrador, casi sin intensidad…
Quiero que cambie el paradigma y pueda imprimir desde mi casa
en una tienda de la esquina
en un chino abierto casi todo el día
y pasar a recogerlo como recojo el pan
aunque aparentemente me cueste más caro
que hacérmelo yo mismo.
Servicio
imprimir es un servicio
y no un aparato.
Un servicio que quiero que me hagan
quienes tienen capacidad y estructura
para poder prestárselo a muchos más usuarios, clientes e incluso personas
por no hablar de ciudadanos
que no necesitarían tener en cada casa
un aparato infernal que siempre decepciona
sin hablar de obsolescencias programadas
tan solo pensando en la ineficacia o ineficiencia
(pensaré en la diferencia entre estas palabras)
que supone la dispersión del servicio de impresión en cada uno de los hogares
del mundo tecnificado.
Odio las impresoras
y punto.