Leo el mismo poema una y otra vez
como si no hubiese otro
y no alcanzo a leer más allá del final
del poema que acabo de leer una y otra vez.
Lo leo sin pasión
pues ya murió en la lectura número 24.564.759
y no hay forma de recuperarla
aunque crea que la pasión no termina nunca
e intente leer el poema una vez más, 86.365 veces más, 2 veces más.
El poema me posee en todo su esplendor
sin dejarme salir de sus versos obtusos
y atándome a su fútil destino
una
y otra
vez.
No puedo escapar
no hay manera de huir
no hay salida.
Leo una última vez el mismo poema una y otra vez
sin parar
sin hacer tan siquiera una pausa al final del último verso
que dice que el poema ha terminado.
Lo leo y lo olvido.
No deja huella en mí
pero me hace
me crea
y ya no me recrea.
Leo un poema una y otra vez
y nunca es el mismo poema
y siempre es el mismo poema
una
y otra
vez.
La única escapatoria es el suicidio
esa puerta rápida al infierno
que desbarajusta el orden de las cosas.
Pero leo
y he de seguir leyendo
y tengo que leer una vez más
ese maldito poema
que me mantiene con vida.