Ahí estaba Ester, un poco antes de comenzar su acción en el Matadero de Madrid dentro del encuentro llamado Poetas 2017.
Lo organiza desde hace una década el librero y editor de Arrebato Libros, pero ha ido ganando en viabilidad a medida que ganaba en perversión. Se ha llenado de conciertos de música, como el que hizo esperar a Ester Ferrer para atraer público joven en cantidad, pero no en calidad. Es gente que en realidad no está interesada tanto en la poesía (ni siquiera en la poesía visual o performance) sino en los conciertos más o menos bonitos, amables, o lo que sea, pero no relacionados con la poesía, salvo tangencialmente, pero eso sí, atractivos. Espectáculo, espectáculo…
Después llegó la acción de Ester, quien a sí misma se preguntaba si ella que no se reconocía poeta tenía sentido que estuviese allí. Su acción era mucho más poética que el concierto previo, amén de haber influenciado a generaciones de poetas y con eso parece ser suficiente para que te otorguen un Premio Nobel, ¿no ha de serlo para ser invitada a mostrar su trabajo inteligente y poético en un evento como este?
Consistió en una propuesta «participativa» en la que iba leyendo preguntas más o menos azarosamente respondiéndolas a razón de un minuto por cada una de ellas. El público se había autorizado (autoridad, autoridad) a participar proponiéndole preguntas antes de que ella extrajese alguna de una caja que contenía unas 150 preguntas preparadas.
La sencillez, proximidad y sinceridad de Ester Ferrer es tal que no cabe cuestionarse su valía como performer. Es una referente incontestable, pero no obstante, algo he decir que no me agradó completamente: Avisó no responder a preguntas «personales».
Lo que hizo que me pasase los 45 minutos que duró la acción preguntándome ¿Dónde está el límite entre lo personal y lo impersonal? ¿Qué es una pregunta personal? ¿Las preguntas que le estaban haciendo (a ella, en persona) y que ella contestaba (en persona, desde su muy personal punto de vista) no eran personales?
No quise formular esta pregunta, ninguna de ellas en realidad, porque siempre me hago consciente de que hay demasiado de ego en esta necesidad de dejar constancia de mi reflexión, de mi cerebro, creyendo que mis preguntas son tan importantes como para ser respondidas… así que «pasé palabra» que dice un alumno de los talleres de escritura con asiduidad.
En el fondo, acabé pensando (zorriuvilmente) que la acción tenía de interés el plantar preguntas en nuestros cerebros, por supuesto, mucho más que en escuchar sus respuestas, luego su acción habría logrado su inteligente e interesante objetivo.
Tampoco aquí pretendo responder a mis preguntas (eran verdaderas preguntas, es decir, no sé su respuesta) pues eran para ella. Yo tengo claro las respuestas a unas preguntas muy similares que me hubiese formulado a mí mismo, pero esa no es la cuestión.