Me llegó tanta hambre
que los libros se repartían por la mesa
con un desconcierto nórdico
buscándome los huecos del cerebro
como ánimas del purgatorio.
Me llegó un hambre desbocada
un hambre a caballo de un servicio postal equivocado
un hambre voraz devoradora
de hombres y de hembras
o de hombros y de hebras.
Me llegó hambre en octosílabo
hambre de hojas de arce aniquilado
un bastión de hambres congeladas
hambres ruines y solemnes
con un poemario andaluz.
Me llegó un hambre inabarcable
hambre de descripción aguda e imponente
hambre de mar de sol de luz de luna
hambre de amor de alud de asilo y sombra
hambre de piedad de horror de gritos y susurros
hambre de piel de huecos de búlgaro y de nieve
hambre de altura de ojo de luciérnaga y piedra
hambre de halcón de águila de buitre y de carroña
hambre de cicatriz de telefonía de papel y de sueño
hambre de cefalea de dedos de uñas y de miedo
hambre de mar de sol de luz de luna y de silencio.
Me llegó un hambre de hambre
con olor a náufrago de barro
y no supe qué hacer con tanta hambre
salvo lanzar un grito al horizonte
y esperar la llegada del otoño
trayendo una metáfora tras otra
a la puerta de mi casa
a la puerta de mi canto
a la ventana de cada una de mis venas
llenas de amor enamorado
y hambre a raudales
de besos y de versos
inconclusos.