El otro día tuve la suerte de ser invitado a un colegio de primaria a contar mi experiencia como poeta, acompañado de un pequeño ejercicio de creación atípico que les dejó encantados.
A Ernesto Pentón, padre de Elías, le había propuesto la profesora de cuarto curso de su hijo que se acercase un día a explicar por qué, cómo, cuándo… se hizo poeta. Y Ernesto me pidió que le acompañase. La verdad es que me sentía un poco fuera de lugar, pero me hice un pequeño hueco y sé que a él le apetecía no sentirse solo delante de un montón de minipersonas que le interrogasen sobre sus textos o sobre todo lo pensable y lo impensable.
No obstante, salió muy bien parado y leyó algunos de sus poemas que los niños y las niñas aplaudieron sin comprender la profundidad de los mismos. ¿O sí?
Luego comenzaron a preguntarme algo, como si yo, un nopadre, existiese. Y les encantó. Sí, se me dan bien los niños y las niñas. De hecho, especialmente mejor las niñas, a las que incluyo y me dirijo, sabiendo que no suele ser lo más habitual y que, casi inconscientemente, se dan cuenta y lo agradecen.
Les conté un poco de mi vida, pero poco porque teníamos un tiempo muy reducido, y les hablé de la libertad que da la poesía, aunque no les quede más remedio que estudiar los obsoletos autores rancios que estudian en primaria, con Machado (remarqué Antonio y no Manuel) como el más vanguardista de ellos.
Ni una mujer (salvo alguna religiosa y la omnipresente estudiada gallega) en su haber literario. Ignoradas las del 27 a las que dediqué un pequeño pero significativo comentario. Hay que hacerles conscientes. Pero no es trabajo de la de lengua… ni de nadie, parece ser, así que siguen aprendido sin reflexión. Memorizando sin sentido.
Les propuse un ejercicio para terminar la sesión de 50 minutos en el que tenían que ser capaces de extraer, a partir de unas hojas arrancadas de un libro de Poesía Española Contemporánea (lo que casi es un oxímoron), un poema o texto poético a base de tachar lo que les sobrase para conseguirlo. Un trabajo que mis alumnos y alumnas de talleres de poesía y escritura creativa hacen sin ningún problema en 5 minutos.
Les costó mucho, les resultaba difícil y desconcertante eso de haber arrancado una hoja, eso de tener que tachar de un libro (oh, el canon), sí, de un libro impreso y serio tachar sin piedad hasta quedarse con lo que querían. Pero aún son pequeños y pequeñas y no entienden la trascendencia de la ruptura, la importancia de la rebelión.
Prefiero, sin dudarlo, adolescentes de espíritu valiente. Se sobreestima a los menores, diciendo que son muy creativos, pero no es del todo cierto. Son juguetones y juguetonas, pero no son conscientes de sus actos en gran medida y, desde luego, en absoluto de las repercusiones de los mismos. Para bien y para mal, pero a mí no me motiva enseñar a desaprender a gente que no ha aprendido aún.
Por supuesto, el juego les cautivó y pasaron un rato estimulante, e incluso alguna personita consiguió sacar algo de provecho, ahora que, si lo pienso, no es probable que de las 20 personas presentes más de 2 acaben siendo poetas.
Una experiencia interesante y que le agradezco a Ernesto. Corroboré lo que suponía: Primaria no es lo mío. Soy demasiado adulto. Y me encanta.