Y justo a continuación
no creer en ella.
Es mi naturaleza
terriblemente atea
la que dirige mi descreimiento
mi falta de fe ciega
mi ceguera de fe
o lo que sea.
La rima, ay, la rima
esa maldita deidad
desterrada del valle de las sombras
de cada poema melancólico
en el que abrir la cabeza
al paso de los años.
La rima, ay, la rima
en la que nunca creí
incluso haciéndole versadas
reverencias.