Cuando estábamos instalados en el Barclay Hotel en Bayswater Rd, comenzamos a buscar el Gure Txoko; traducción literal, Nuestro Rincón.
Era un domingo cuando nos habían dicho que allí había buena gente que organizaban comidas buenas, como a buenos vascos corresponde, claro, a horas más bien tardías por aquello de que aún no son australianos.
Pero nosotros, impacientes, nos presentamos alrededor de las 14:00 en Liverpool St. y, tras haber buscado durante un largo rato en lo larga que la calle es, este rincón.
No creo que ni el mayor optimismo de Iñaki alcanzase a imaginar lo que allí encontramos.
El Txoko, como corresponde, es un local pequeño y tosco con mesas de madera grandes que terminan dejando un hueco donde hay una barra de aluminio tras de la cual no hay más «barman» que cualquiera que quiera una cerveza, una coca cola, un vino o sólo invitar a alguien a algo. Cada uno paga lo que consume cobrándose a sí mismo con la confianza de una gran familia.
El local es realmente tan pequeño que ha de ser y es acogedor, todo cual habla con cualquier otro y todos con todos comparten en cierta manera, con ese Gure Txoko, sus vidas en una vida común, en el más epistemológico sentido de la palabra Iglesia.
De primeras, se nos acogió con brazos abiertos con un calor, un sentir sincero como sólo de un vasco se puede esperar. Absoluta y realmente indescriptible porque las palabras resultan demasiado frías para explicarlo.
Nos enseñaron la cocina que es el otro cuarto que complementa el txoko que olía divinamente a comida «de verdad» y mientras nos iban explicando el funcionamiento respetuoso de su sociedad que basa sus excasas reglas en eso, en el mutuo respeto y el afán de mantener vivo el fuego que siga preparando las comidas los domingos.
Pero Gure Txoko No es un restaurante que abre los domingos, es mucho más, es su gente, es el símbolo de una amistad y una hospitalidad y, por tanto, es algo vivo, que nació, tuvo su infancia, tiene su madurez y tiene experiencia pero no vejez, no se siente una muerte acechante sino una renovación por la juventud nacida bajo ese cuerpo y muy distinta, como nueva generación que es, de sus ancestros, pero que tiene en común con ellos el amor por lo profundo del significado de Gure Txoko y la intención de perpetuar las consecuencias implicadas.
De la cocina, los mayores, socios fundadores aventureros que se lanzaron con dos cojones y poco más al intento de crecer en otra comunidad, nos enseñaron el frontón que tanto habían disfrutado en su juventud y que habían creado de la nada y, en parte, de la Opera de Sydney con unos toques de picaresca sin los que no se habría logrado abrir camino en esta selva. Ellos lo lograron. Y forman parte, como no?, de su sostenimiento, con la gente, también emprendedora que llegó después y fueron abrigados como ahora lo somos nosotros por los brazos abiertos y cariñosos de este txoko, es decir, de estas personas.
A las 15:30 aún no habíamos empezado a comer y seguíamos charlando bajo el influjo de unos zuritos y unos gorris contándoles nuestros proyectos mientras nos preguntaban interesados, fundamentalmente, para saber la manera de ayudarnos de forma óptima.
Luego empezó la comida cuya mayor característica es familiar, esa, sin duda, es la palabra. Buena por casera, consistente en sopa, garbanzos con berza, carne con tomate, unas frutas, regado todo ello en vino o cerveza y sin más límite que el de nuestro apetito.
Durante ella, fuimos regalados, entre otras cosas, por pedacitos de sus vidas que nos abrieron para que aprendiéramos del libro que pueden ser. Más que un libro, una gran enciclopedia, conpendio de biografías de personas vivas, inacabadas incluso aunque algún pedacito parezca acabado.
Y como ejemplo de lo más tierno y bonito que puede que nadie me halla contado nunca sirva la historia de un navarro que nos contó (él con nudo en la garganta y los demás con lágrimas contenidas) cómo se había encontrado, décadas después, con una novia que no llegó a serlo en su tierra cuando él se lanzó a su nuevo mundo y en busca de una nueva vida.
Y, como todos sabemos, una buena comida no se termina cuando se acaba la comida, es decir, aún quedaban cosas por contarnos los unos a los otros para lo que nos acercamos a la barra formando un grupo circular de experiencias vivas experimentando el estar allí, juntos, ayudándonos no sólo, que ya era más que suficiente, con la copa de sobremesa, sino con actos como presentarnos gente de nuestro interés y ofreciéndonos su disponibilidad. Disponibilidad franca, clara y sin ningún interés propio pero mucho ajeno. Disponibilidad que revoluciona, refresca, revitaliza, refortalece el concepto de generosidad. Generosidad tal que me hace cambiar mi oscura visión del ser humano con un torrente de luz y de esperanza.
Como no estar con ellos en Navidad si ya son parte integrante y serán de mis amigos?
Y acá juntos, desde Australia, deseamos comenzar un nuevo año y lo deseamos realmente por esperar que el espíritu del Gure Txoko siga vivo un año más y quede algo de su impresión en nuestros corazones, ahora y siempre.
Sydney, 281295.