Érase una vez en América

Érase una vez un caminante despistado en cuerpo y alma que tropieza en vida con la cándida mirada de Mythreyi.
Ella es una amiga de Xabi que él conoció en Ames, Iowa (USA). De procedencia y nacimiento en Bangalore, India.
Ella y una amiga suya (Elvira, Zaragoza, Spain) pasan un par de días en mi casa a primeros de enero de 1997. Nos vamos juntos a Donosti y pasamos la noche de despedida de Xabi que se va a Strassbourg. Pasados un par de días, Myth se afinca en mi casa y, después de dos semanas, también estaba dentro de mi corazón.
Algo peculiar había pasado entre los dos y ambos lo habíamos sentido. No le llamemos amor, mejor, contacto ultradimensional. Aunque también hubo parte dimensional, una noche, después de una cena.
Pero el tiempo alcanza un final y ella se vuelve a USA, su lugar, mientras yo me quedo con mi asumida confusión solitaria. Sus llamadas se repiten y sus mails se amontonan sin contestación o contestaciones de una frialdad maquinada. Definitivamente, tengo que ir a verla.
Ahora estoy en una agradable cafetería en Minneapolis escuchando el concierto de Jazz de la habitación contigua.
El 16 de Marzo arribé al John F. Kennedy de NYC. Aún sigo preguntándome porqué y para qué he venido. Quizás no hay respuesta.
Eran las 3 de la tarde, hora local, y yo iba con un par de jóvenes asturianos que se habían cruzado el charco para ver a un colega que vivía solo en NYC. En el avión me ofrecí a echarles una mano con mi inglés para llegar a casa de su anfitrión. En el control aduanero de la frontera nos registraron exhaustivamente aunque en mi caso no encontraron nada más que ropa sucia o fea y, el suyo, una fabada que, por supuesto, confiscaron. En la misma salida estaba su amigo esperándoles y nos fuimos los 4 en un taxi a su casa en Glebe Street. Allí estaba su hermana y una pareja de innegable aspecto neoyorkino. Ella insiste en buscarme un lugar para pasar las noches en NYC pero a mí empieza a no gustarme la idea de seguir con ellos cuando empiezan a sacar droga y dinero de lugares insospechados de su vestimenta y equipaje.
Aparte de oír comentarios del tipo “es una ninfómana, pero, por 50 pavos la noche te deja estar en su apartamento”. Mi pregunta inmediata fue: “¿pago yo o paga ella?”.
Pero las cosas aún se enrarecieron más con la llegada de James. Un tipo alto y calvo con perilla y gafas oscuras embutido en una gabardina que sólo dejaba ver el brillo de sus botas.
Era un tipo majo pero yo me sentí cómplice de algo dejándole el mechero que me había regalado Patricia para prepararse un high.
Por suerte no contactaron con la amiga y otra con la que sí lo hicieron no estaba interesada (¿en qué?) así que cuando salimos a tomar algo les dije que yo mejor me iba a un hotel y les llamaría al día siguiente. Eso sí, acepté su sugerencia de hotel por 50 dolares la noche que resultaron ser 60.
Aquello, más que un hotel, parecía la casa de los horrores.
Llegar a la habitación andando los pasillos angostos y tortuosos con mi mochila a la espalda y trepar al sexto piso sin ascensor siguiendo a un tipo incapaz de articular palabras era, de por sí, una experiencia sobrecogedora. Especialmente al cruzarse con alguno o alguna de los que aquella noche iban a ser mis vecinos.
La habitación, sin baño, era tan pequeña que aún no me explico como metieron la cama. Esto, un televisor estropeado y un espejo sucio y roto constituía todo el mobiliario de mi alcoba.
Abrí la ventana con intención y esperanza de aire fresco y espacio abierto pero a no más de 20 centímetros se alzaba un muro de ladrillos tostados y ennegrecidos de hollín.
Pero, aún así, la frustración no igualaba a mi cansancio así que extendí las sábanas para dormir cuando vino mi mayor sorpresa al encontrar restos de sangre seca en lo que iba a ser mi arrope aquella noche inolvidable.
Afortunadamente, uno de mis compinches del vuelo había robado para mí una manta impecable de Air Europa. A pesar del infrenable calefactor que sólo dejaba de hacer ruido por la convicción de unas patadas, dormí tapado hasta la cabeza.
Al día siguiente, decidí ser rico en NYC.
Todo cambió entonces y se convirtió en una agradable ciudad en la que tuve el centro de operaciones en el Herald Square Hotel en la 32 St. entre Broadway y la 5ª Av.
Subí al Empire State, anduve perdido hasta encontrar la 41 St. y allí, esquina Madison Av., una agencia de viajes en la que conseguí la reserva de hotel, el vuelo a Ames y la simpática ayuda de Marcia.
Caminando al norte de Manhatan, me vi inmerso en Sant Patricks Day y una nube de policías y bomberos desfilando por las calles. Gasté un carrete en algo tan original.
Esa tarde, teatro en Broadway, conseguí la entrada barata en TKTS y ya de paso una cinta de Elvis bajo encargo de Celia. Crimen perfecto.
Al día siguiente, soho, little Italy, Chinatown, Wall Street. Había quedado a comer con Sulatha, una amiga hindú de Myth que vive en NYC. Fue un día muy completo que terminó en Stars War en 23th St.
La llegada a Des Moines no tuvo mayor interés que el ya potenciado por el reecuentro con la razón de mi viaje.
¿Abrazo, beso…?
Yo traía decidido un No que explicaría basándolo en mi confusión de sentimientos. Lo que creo que no había sopesado era su potencial cautivador ni su exigencia de una respuesta más determinada por mi claridad.
Mantener un no con claridad sólo podría ser mediante una crueldad que quiero evitar por mi cobardía.
Un sí fuera de todo momento en el que estoy con ella es imposible pues me atraen demasiado las mujeres para querer ser fiel.
Y ella está exigiendo esa fidelidad.
Pero estar con ella es tan agradable…
Ames es un pueblo exparcido con un ambiente cosmopolita que le da el hecho de tener la Universidad del Estado de Iowa.
La rota voz de la mujer del Jazz me recuerda una tarde que pasé en un concierto en vivo en el subway de NYC. Los cafés de Ames son lugares exquisitos elegidos con cariño y cuidado para ser de mi mayor agrado. Y lo son.
Y si las cafeterías fueron elegidas con mimo, también lo han sido las actividades, como valses en un entorno victoriano, salsa y merengue en un lugar que siempre me traerá duros y tristes recuerdos pues por fin se convenció de que el no era bastante definitivo; tampoco se queda atrás un teatro, una fiesta de la cerveza, varios días de cine cariñoso o una conferencia sobre cometas.
He escapado al nevado norte con la excusa de ver el cuartel general de 3M en Saint Paul, Minnesota. Necesitaba unos días de separación para mantener la cabeza clara en su confusión.
No quiero decidirme por algo de lo que me arrepentiré en una semana pero resulta tan tentador decirle un sí…
Esta ciudad parece de lo más aburrido que he visitado en mi vida pero poco importa teniendo en cuenta la belleza elegante de las mujeres que la habitan. Hace un frío del carallo y el suelo nevado es realmente bonito.
Lo mejor que puedo hacer es irme al hotel y mañana unos paseos y a Saint Paul. Me haré una foto en frente de 3M, llamaré a Daddy y volveré pasado a Ames.
Tengo ganas de volver a Madrid y darle un par de besos y un abrazo a mis amigos aunque sé que sentiré algo especial en algunas, como Almudena o Patricia de quien tanto me he acordado en estos días. Quiero ir a San Clemente con Evita y los amigos de allí, pero, sobre todo, tengo la apremiante necesidad de hablar con Xabi.

Minneapolis, 19970325.

Esto no es una broma