Mi compañero de celda no quiere salir. Cualquiera que lo viese pensaría que se ha acostumbrado perfectamente a vivir en esta húmeda cárcel en la que parece que llevamos toda la vida. Incluso, dios sabrá porqué, le han conseguido convencer de que si estamos aquí es que somos culpables. Ha perdido la inocencia que confiere creerse sin culpa por ningún acto. Si no fuese porque me granjearía innumerables problemas, lo mataría. No soporto su autocompasión y su abelinismo. Sé que cuando estemos fuera tendré que hacer algo por esquivar estos instintos si no quiero volver a la cárcel, pero me resulta tremendamente difícil no hacerlo ahora para evitarme problemas después.
Nos imponen un ritmo de palpitación, una manera como otra cualquiera de acabar con nuestra independencia y yo me he opuesto a seguirlo. Él, sin embargo, no sólo lo sigue sino que insiste en que debo hacerlo para no molestarle.
No comprende nada, o no comprendo nada.
He intentado escapar por mi cuenta varias veces y no lo he logrado. La salida es estrecha y está muy bien vigilada. Cuando no he podido, al menos, he provocado un choque que me va confiriendo carácter, fama…
Hoy, he pedido una revisión de la condena para rebajarla en dos meses pero él se ha negado a dar alguna muestra que pueda ayudarme en mi empeño.
Cuando nos hemos enfrentado, le he golpeado con todas las fuerzas de que dispongo en su estómago abultado y complaciente. Él, ni siquiera se ha molestado en devolverme el porrazo. Ahora se ha vuelto de espaldas a mí y sé que no piensa dirigirme ni una mirada. Me daría igual si no fuera porque le necesito para la fuga.
No podemos ver el sol desde nuestra pequeña mazmorra pero distinguimos el día de la noche por la distinta cadencia del latido a que nos someten. Ahora es de noche.
Yo no quiero dormir. He empezado a trabajar en una idea nueva, un motín. Si pueden creer que lo provocó el sistema o este anormal que tengo por compañero, yo saldré bien librado, además… mi situación no puede empeorar, ¿o sí?.
He vomitado toda la cena hacia este hermano calamitoso y ni siquiera se ha inmutado. Había pretendido provocarle para que nuestra pelea fuese el motín desencadenado. No ha funcionado y encima yo ahora tengo hambre. Además, noto como mi abdomen está dañado y sangrando… si no logro escapar hoy, al paso que voy, seguramente moriré con mi aspiración frustrada.
Esta obsesión me conduce al convencimiento de que él será el culpable, será él quien no me deje ser libre e independiente. ¡Maldito destino!. Y nadie apreciará su culpa, nadie comprenderá que, por él, yo no soy más que un adjunto, un ser que muere, un nadie, un ser sin vida que nacerá muerto.
Si no lo mato, me va a dejar morir.
Según está orientado, me resulta fácil estrangularle con un cordón que he encontrado.
Lo he hecho. ¡Lo he hecho!. Además, cómo suponía, ha desencadenado una gran algarabía en su tardía lucha por sobrevivir que se nos han abierto las puertas de escape. Ahora podemos huir. Él está muerto y yo bastante dañado, pero aún así, el sol, que al fin voy a conocer, me recibirá pronto y me calentará y secará. El aire, que por primera vez voy a respirar, hinchará mis pulmones y me hará llorar pero no de tristeza sino que será la traducción de mi grito: “Yo quiero nacer”. Y habré llegado al mundo para ser libre.
¡Libre! por fin… para llorar mi soledad.
M-19991227.