Crimen

Acabo de terminar de comer y aún no sé qué hacer con el cadáver. Estoy nervioso y mis manos tiemblan mientras escribo estas frases sin sentido para pasar el tiempo, haciendo como que no pienso en ello, como que no existió jamás… es un intento vano pues ella está en la cama mirándome desde sus ojos mate.
Llego a la esquina de siempre y me dice que si tengo cigarrillos. De sobra sabe que no tengo cigarrillos, pero da igual, ella me dice lo de siempre y yo la miro y le digo que no tengo. Sobran las explicaciones. Vamos. Dice. Siempre he tenido fantasías pero no había pensado que termina así. No. No lo había pensado. Esto no me excusa, pero no hay que excusarse, no hacen falta explicaciones. Le digo que a mi casa y la conduzco alocado: cinco pasos delante de ella para no crear sospechas. Todo el mundo sabe.
El portal se abre a la primera, no como otros días y subimos a casa. Se empieza a quitar, sin dirigirme la palabra, la blusa de reja blanca que apenas cubre sus tetas caídas. No hay ninguna excitación excepto por lo que sé que voy a hacer.
Apaga su cigarro contra el suelo y le grito que no me marque el parqué. Necesito que esté limpio, como todo. No lo manches, puta. Ella me mira y se acuesta en la cama. La cama está llena de estrellas y yo no las he quitado. Ve al baño primero. Quito las estrellas y la luna. Vuelve y se tiende boca arriba en la cama. Las piernas cuelgan.
Me repite la maldita morcilla. No sé porqué he comido algo tan fuerte. Los nervios me atenazan la espalda y me hacen estar más erguido de lo normal, forzando la vista frente a este monitor que lo presencia todo.
Me voy a la cocina y traigo un cuchillo. Grita. Está como enloquecida y aún no la he tocado. No lo entiendo. No sabe nada. Estúpida. Te voy a matar, pero no te voy a acuchillar. ¿No te das cuenta de que mancharía mi cama con tu sangre animal?. No se da cuenta pero se da cuenta de todo. Sabe que no quiero sexo y que quiero todo el sexo del mundo, el que sólo cabe en los sueños, el que sólo cabe en la poesía, el que se sale del mundo de los vivos para matarla. Le dirijo una mirada intentando ver algo agradable. Nada. Aterrada, agarra su bolso e intenta abrirlo. Soy más rápido. Estúpida, te voy a tener que rajar como no te estés quieta. Pero no se está quieta. Tiemblo. Mis manos se lanzan veloces contra su intento y me araña. Aún cree que sus uñas sirven de algo. Ajada y moribunda, sus lágrimas han vestido de verde y negro sus mejillas viejas, arrugadas. Da asco. Quiero mirar hacia otro lado, pero no quiero que ella siga allí, mirándome y llorando. Te voy a dar una hostia como no te calmes. Pero no se calma. Con el paraguas del revés le abro una brecha en la ceja izquierda. ¿Lo habrán oído los vecinos?. No. No han venido aún de su trabajo.
No sé si quiero tomar un café. No. Mejor no. Un café me pondría más nervioso y tengo que ser capaz de deshacerme de su cuerpo. Ahora no me vale para nada. Así no.
¡Mierda!. Logra abrir la ventana. Otro paraguazo en su cabeza la ha dejado inconsciente. Cierro la ventana. Salto a horcajadas sobre ella y le quito la blusa. Esa estúpida blusa tan desfasada como toda su vida. El pantalón se abraza con fuerza a sus bolsas celulíticas. Me dan unas ganas horribles de sajarlas con el cuchillo. El mango negro de plástico está resbaladizo por mi sudor pero la hoja está seca y brillante. Se me cae. ¡Mierda!. No puedo perder la calma ahora. Sé lo que tengo que hacer. Corto las perneras de su pantalón que se desploma como piel de conejo en una carnicería. Sus piernas están llenas de cardenales, pero yo no he sido. Tiene unas bragas rojas que pretenden ser eróticas resultando grotescas. Da pena. O asco, no sé. Ato sus manos a la espalda y sus pies con una soga de esparto áspera y ruda. No me preocupa, pero sé que le duele. No importa. Descubro que su pelo es una peluca y bajo este cae una lacia pelambre gris. Está desnuda. Está en mi cama. La golpeo en la cara con furia y descargo mi fuerza en ella. Es un deporte, no se entera. Sangra por varias heridas en su cara. Al final no pude evitar su sangre. Tendré que limpiar todo esto. Vuelve en sí. Puedo hacerte feliz. Ya lo haces. No, así no…pero yo quiero que sea así. Aprieto con el paraguas su cuello y va dejando de respirar. Hace muecas horrendas con la cara. Abre la boca pero no puede hablar. Ya no puede hablar. No me va a volver a pedir cigarrillos. Y se queda así, con la boca abierta y retorcida, el paraguas casi incrustado en el gaznate, desnuda, mirándome con la mirada mate de la muerte mientras escribo este relato y la contemplo. Me estoy tranquilizando. Tengo que pensar. ¿Cómo puedo deshacerme del cadáver?.

M-20010312.

Esto no es una broma