El jersey rojo apenas lo albergaba porque su cuerpo informe necesitaba amarras.
Las puertas del refugio están abiertas y no se admiten derrotas contra el frío. Se me hielan los dedos, se congela la tinta con que escribo y el vaso, para colmo, tiene hielos.
Hoy voy a escribir poco por factores climáticos. Son curiosos factores con linternas de epidermis, crisis abierta en la sangre fría del destino.
Hay dos placeres subyugados al gozne del vidrio de su pena, un teléfono gris sobre mi almohada y algunos libros por comprar.
Tengo que leer en voz alta para no tener miedo de mi propia voz, para no herirme con mis propias heridas, usando el cáliz de mis lágrimas para cauterizar la soledad, la imposible sempiterna de palabras caracol.
El café se ha convertido en túnel del tiempo a mi pasado, a un frío glacial que ennegrece el fondo de mi esencia tan negada.
Repentinamente, la mecánica, reino de efebos y repúblicas hebreas, reparó mi emergencia y se corrió la base de mi huida. Aún así, hoy no quiero escribir más.