Hoy no quiero escribir. Tengo muchas cosas que hacer aquí, en Buenos Aires. Comprar lecciones de tango para ella, dulces de leche para el bueno de Sergio y caminar por las calles dejando libre el resorte de mi cuello que, enloquecido, absorba la imagen de estas minas desafiantes y osadas, violando gravedades bajo un sol amarillo que tiñó los techos de los autos locos.
Un buen hombre camina indeciso pisando su cabeza, su propia cabeza arrastrada por el paso de cebra barrido por sus piernas envueltas en la saya ajustada y frágil.
Hoy no quiero escribir más.