Intento recordar
lo que yo creo que alguien que vive en mí
quiere hacerme olvidar
– se empeña en borrar –
momentos sin colores
como si no existiesen
como si no viviese
esos momentos.
Intento recordar
esta mañana
con mi traje marrón recién arreglado
cogiendo un taxi
(amiga lili, no tan divertido)
en el que no hablo más
que lo indispensable:
direcciones:
Mirasierra.
Y ya por el camino
pensando
otra vez otra vez otravez
y no lo entiendo
aunque el taxista me mira
con envidia
le pido un justificante
por 8 euros
aunque el viaje fueron
sólo 7.85.
Origen y destino. //
En recepción una pelirroja
sin espíritu
me pide DNI si quiero entrar
y le digo bajito, como en intimidad,
que no,
que sólo quiero que avise a
Ismael Fernández
intentando ser agradable
sonriendo para
suplir su desespiritualidad
y se amarga mi sonrisa en su impotencia.
Intento recordar
ese momento
rodeado de buitres como yo
royendo la manzana grande y podrida.
Intento retener lo que recuerdo
para que no se escape
no huya como yo a un sillón en mi mente
y me remueva
revuelva
otra vez otra vez otra
(el taxi
el taxista)
caras de vacío
y un rostro conocido de novida
por eso no sé cómo se llama.
Nos saludamos
cortésmente (y punto).
8 samuráis sin honor
siguen suicidándose
sin darse cuenta
con puertas que conducen a sus
coches que conducen
(-)
baja por la escalera
(con su perfil griego)
hablando por su móvil.
me saluda
con un apretón de manos:
la firmeza demuestra seguridad;
simulo firmeza.
También viene Jorge.
Otro.
Me están rodeando.
El coche tiene luces azules
y la conversación
por llamarla de alguna manera
es intrascendente:
la comida en Alicante
un exjefe de mi mujer
mis viajes a fogueras
Jaume, el de Andorra
(que era interesante)
pirineos oscenses
el frío en el exterior logra despertarme
otra vez otra
y sin fuerzas
comienza la reunión
en la que
no había nada importante de que hablar
pero nadie parecía saberlo
y creían que lo que decíamos
trascendería
por ponerle nombres tan grandes
como Soluciones Globales de Seguridad
y yo escribí
CajaMadrid, SGS
mientras me llega un mensaje al móvil
y mi pantalón vibra
y yo que sabía que era suyo
¡tenía que ser suyo!
y lo fue
y lo leí, mientras me reía
de todo…
o todo
se estaba riendo de mí
porque me creía libre
tan libre como para volar
al otro lado de los cristales
remontando
navacerrada blanca
y más
más lejos cada vez
mi carácter se agriaba
mi espíritu se secaba
(HOY)
notaba cómo se iba la vida de mis ojos
y me cabreaba con ese gilipollas
que cree que el mundo es Linux
y no era capaz [yo]
de considerarle infeliz.
Al salir
me tuve que disculpar
por ser rudo
con un cliente
del que pretendo extraer
dinero
para que mi empresa
me pague
y pueda seguir
otra vez y otra y otra vez
prostituyéndome
sin fuerzas
hasta matar a alguien
para poder volar
al otro lado
siempre al otro lado
del cristal del velatorio.