Llevo la frase en el cerebro
como una bala de plata
como inyección de cemento
como el miedo a regresar
a unos tiempos tan árticos
como mi infancia.
Quizás entonces no pudo haber errores,
me obligué a ser perfecto
y recuerdo sin fin
los golpes en mi cráneo
de unos nudillos de acero.
Por eso hoy, entre los errores que cometo
está mi preferido:
quererme
demasiado.