Me desperté temprano y
ya estaba cansado
así que fui a trabajar para evitarme
y encontré unos cafés que
me necesitaban.
Acompañé un rato a una lágrima
que no salía del pecho en el que habita
y fuimos a una librería
pero estaba cerrada.
Volví a mi madrid de ruidos y señales
donde los perros no son maravillosos
y me dejé llevar del cuello
entre sus besos
a comer.
El mar que era la mar
había aprobado unas oposiciones
y un camarero simpático
nos invitó a un patxarán.
Se desgranó la tarde entre palabras
de un escritor portugués
que me quiere enseñar la humildad
que a veces pierdo
que me retiene
a mis propias ideas.
Conoce el universo, la fama, la disciplina,
la no autocomplacencia
la falta de sentido.
Ante hombres como él
me asombro
de haber dicho de mí
en algún momento
ser aspirante
siquiera
a
escritor.
Dedicado a José Saramago