Hoy vivo!

Estudio 3, M-20021111.

Haaa esto es la voz de la lucha de clases es el bienestar del dios que se convierte en rizo de oro como el pecho eterno que roza la boca de la gloria. Esta noche se hace bala y se escribe en tinieblas de luz como el horizonte se vuelve estrella y vuela.
Hoy el cráter del océano se convierte en luna y no hay razones para suponer que habrá un mañana lleno de cuadrados, lleno de ojos que miran, de lentes que opacan, de abracadabras azules que vierten su chubasco de aire en mis pesadillas que se hacen realidad por la verbigracia de la horizontalidad.
El sudor es el llanto del niño pequeño que habita en mí, bajo una mesa azul arrinconado que grita en silencio pidiendo ayuda pero está tan sólo que solo cuenta tornillos en el paraguas y en el suelo, en el borde blanco de los laterales. El sexo se hace olvido y gara es la musa que envuelve de gris el tiempo.
Hada en la noche se hace real y se convierte en cerda como en la película y sus eructos salvajes me tiñen de rubio. Mañana no puedo ir a trabajar. Los cuadrados no entienden que la lengua salada no tiene alas como el mar y no puede encerrarse en una jaula de horas. La lengua de plata que come coños, que lame melones maduros en el experimento del recuerdo. Hoy el cielo tiene ganas de matar gorriones que anidan en los cables de la luz. Pero ya están muertos. Cayeron en la hondonada de la pesadilla que nunca me atreveré a escribir.

Hoy vivo!

Día de Huelga General

Madrid, las calles, M-20020620.

Hoy es huelga. Pero no es huelga sino que hacemos que la huelga sea. Esta diferencia es esencial.
Quiero salir a la calle, a las calles de esta mi ciudad para saber qué estamos haciendo. Lo primero que veo al salir (¿cómo no?, me pregunto sin extrañarme) es un coche de policía patrullando.
Las putas de Ballesta no hacen huelga. Pero claro que tampoco se sienten representadas. Sin embargo, antes de entrar en Gran Vía, noto el primer destello de esperanza: un coche con cuatro sindicalistas vociferan un llamamiento ¡a la huelga! desde sus sonrisas – me siento parcial, pero iban sonriendo, esa es la verdad.
Sorpresa: Los escaparates de Zara están cerrados pero hay guardias en la puerta. ¿Trabajan dentro hoy?.
2 helicópteros surcan el cielo. Ayer sus focos me recordaban las películas de fugas de campos de concentración (no fugas de muerte) pero luego pensé que estábamos en un país libre y me sentí mejor. Me pude ir a dormir sin pedir permiso.
Tengo derecho a la huelga aunque esto parezca incomprensible en mi entorno laboral que aún se pregunta: huelga… ¿para qué?.
También las mujeres son hermosas caminando en las anchas aceras de Gran Vía, recién arregladas por nuestro egregio ayuntamiento y hoy regadas de octavillas de UGT.
Todo parece bastante calmado a pesar de los esporádicos coches que blanden banderas rojas como si tuviese algún sentido ese viejo símbolo de sangre de clase. Claro que son las 9 y media.
El centro de Madrid es intenso. Me gusta su intensidad.
Un megáfono desde una furgoneta de CCOO lanza su mensaje incomprensible. Va precedida de un coche patrulla de nacionales. Ellos no llevan megáfono. Su acción me resulta demasiado comprensible.
El servicio de limpieza de la ciudad está barriendo las octavillas. No sé si barren especialmente despacio o es impresión mía.
Más banderas.
El Galache está abierto pero hoy quiero seguir en las calles. Ver cómo van y vienen los autobuses rojos de los servicios mínimos, taxistas y siempre parejas de policía motorizada.
Todos los medios disponibles al servicio de la ley y el orden (¿qué ley? pero, sobre todo, ¿qué orden?).
Me pongo al lado de 10 policías nacionales a escribir que no entiendo qué labor hacen en frente del corte inglés de preciados. Supongo que garantizan la seguridad laboral de quien hoy no ha ido a trabajar.
Voy hacia Sol.
Son las 9:51 según un reloj de esta calle. Justo al lado, varias furgonetas de municipales. Se oyen a lo lejos vítores y silbidos, sin duda potencialmente peligrosos y dañinos (¿para quién?).
Motoristas dispuestos que se mueven con rapidez. Intrépidos. De repente todos se van. Sólo quedan 4. 4 policías juntos es un número pequeño.
Los comercios están cerrados.
Cortefiel tiene la puerta a media asta.
Se mueven los 4 municipales.
Una pareja de nacionales que no vi donde estaba viene en mi dirección.
Hay un cartel prohibiendo fijar carteles. ¿Qué es un cartel?.
Tengo miedo a las masas y hay una manifestación a 50 pasos frente a mí.
Algunos manifestantes con banderas vienen hacia mí, pasan a mi lado. Por supuesto, 2 patrullas mantienen la calma. Gente a mi alrededor. ¿Qué hacemos? se preguntan. Yo también me lo pregunto. Van a dar porrazos a una mujer que está poniendo pegatinas en un escaparate. La cuestión está candente. Hablan de hacer algo contra el corte inglés. Tiene sus desventajas ser uno de los símbolos de este estado de bienestar. Me miran con dudas sobre cuál es mi posición en el conflicto. Yo no lo tengo claro pero sé que las telefónicas, hoy, siguen recibiendo ingresos.
Vítores simples, contundentes: Huelga Huelga Huelga y yo en medio de la calle escribiendo, un perro ladra. Los municipales pasan a mi lado. Todo en calma. Este piquete informativo bromea sobre lo que puede y no puede ver el helicóptero. La gente de UGT quiere unirse con la gente de Comisiones pero hay líderes idiotas en todas partes.
La manifestación entera viene hacia mí. Sus gritos de Huelga Huelga Huelga suenan cada vez más fuerte y cerca. Piden el cierre. Solo ante el peligro. Me voy a apartar para dejarles paso. Voy a seguirles porque están haciendo historia. Estoy seguro de que algo va a pasar. Banderas de papel plastificado.
El helicóptero está encima de mi cabeza, de nuestras cabezas y alguien con un cuerno emite su ruido característico, el que seguro que ha hecho en más de una ocasión futbolera. ¿Cómo se organiza una masa semejante? ¿Cómo se articula?.
Un coche de policía municipal se atribuye la vanguardia. Todo ha de estar bien definido. Se vuelve a poner en movimiento y los vítores me rodena. Banderas y jornada de presión. Hay que cerrar porque hay huelga general. Gritan intimidando a los que hoy trabajan. Hay que decir lo que hay que decir. ¿Cómo en este momento el silencio puede ser una acción?. Un tipo le dice a una estación de cambio de moneda que baje el cierre. Le hacen caso.
Un hombre encorbatado se cabrea porque le ponen una pegatina en su escaparate. La gente está agresiva. Pero es que hay gente con ganas de que esto no quede en palabras.
Una cámara toma todo lo que puede. Inmediatamente, una barrera de policías acordona el local. Me sumo. Soy uno más caminando con todos ¿por qué? no sé, lo que sé es que no quiero dejar pasar este momento en el que las piernas me tiemblan cuando oigo que hay que cerrar porque hay huelga general. No puedo parar de escribir y no puedo parar de andar. Ando y escribo. Ahora la Mexicana y Cortefiel han bajado sus puertas ¿durante un rato?. Virginia se pregunta lo mismo que yo y las pegatinas cubren la ciudad. ¿Cuántos policías de paisano?.
A nadie les gusta que otros no se unan. Todos sabemos que esto tiene que tener cohesión. Sin unión no tendrá sentido… ¿opción personal? ¿existe?.
El rodilla es el nuevo sitio sitiado. Se oyen golpes de cristales. Bajan los cierres. Aún no ha llegado la policía. Aquí se curra de rodillas.
No quieren bajar el cierre por completo. Esto es estúpido. Golpes. Algún agarrón. Se niegan a cerrar. Intentan discutir. Hoy no es día de discusión, es día de acción.
Nos movemos.
Se han roto carteles del Rodilla.
La rendición de Breda de las banderas rojas. El corte inglés es intocable.
Antidisturbios con porras y casco. Dan miedo. Nadie se acerca. Me tiemblan las piernas no me atrevo casi ni a mirarlos. No me puedo creer que vayan a embestir pero ellos también tienen ganas. Uno de ellos se acerca y todos vienen detrás.
Una furgoneta blindada. Tienen ganas de repartir ostias. El helicóptero sigue mirándonos. Ahora también me tiembla el pulso.
Llevan guantes negros.
Les sonrío pero el miedo convierte mi sonrisa en una mueca.
Van vestidos de azul oscuro y sus cascos negros. Otros nacionales detrás y uno de ellos les dice que cuidado con este que está apuntando.
– bueno, ¿les damos o no? ¿o esperamos un poquito?
Yo tengo pánico pero no quiero moverme de esta farola en la que me apoyo.
Hoy es mi día de silencio y me acabo de dar cuenta de que el silencio, de que mi silencio, se ve como algo agresivo. El enfrentamiento de miradas. Se van a otro sitio. Veo que se van y aún me tiemblan las piernas. No tengo fuerzas en los brazos. Estoy sudando.
Aún mi corazón está a más revoluciones de lo normal y no quiero despegarme de esta pared. Voy a guardarme la cartera en el bolsillo porque puede ser que pierda mi mochila. Espero que no, pero…
¿Se puede hablar con estos monstruos del Orden? Mucho me temo que no. Hoy no pueden ser personas. Hoy tienen que ser animales. El corte inglés mantiene sus puertas abiertas.
Coches y coches de policía.
Estado de sitio en Callao.
La gente contesta a ofertas de un periódico de izquierdas en apoyo a la huelga general de forma que no les oiga nadie.
En Gran Vía hay coches patrullas por todas partes. Nadie quiere hacer huelga salvo estos cuatro que creen que va a servir de algo.
Los municipales motorizados me miran mal porque les miro (igual yo también les miro mal).
Estoy en la acera y casi me embiste un autobús.
Se me está acabando el papel.
Voy a volver a andar.
No haga huelga, señor jubilado, pero cuando menos no se enfade.
En una zapatería el trabajo hoy consiste en quitar pegatinas de los escaparates. ¿Por qué los quitan si esta tarde van a tener más?. Son ganas de reafirmar que ellos no hacen huelga. Pero ya es bastante claro con tener abierto.

La puerta del ayuntamiento.
No me acerco.
La plaza tiene manifestación. La calle no puede ser cortada. El tráfico no ha de ser interrumpido. Sólo necesitan una mínima excusa para embestir. Todos sabemos que lo están deseando.
Un petardo.
La gente deja banderas en la basura. Hay cansancio. Ojeras.
Gente va y viene. Me miran.
Otra vez otro helicóptero.
Tiran más banderas. Esto se está disolviendo. No se hace nada.
Otro estallido.
No sé qué está pasando.
Hay gente que está triste, amargada y eso no tiene nada que ver con la huelga (¿o sí?).
Coches de policía que pasan despacio junto a los manifestantes. ¿Contra qué?. ¿Contra qué se está luchando y por qué?. ¿Por qué no se lucha todos los días?.
Hay que transformar el cotidiano de los hombres. Hay que hacer poesía cada día.
Un chaval me pregunta que si soy periodista No, soy escritor de poesía y te vienes a inspirar aquí pues claro acaso hoy se te ocurre un sitio más intenso. Ha habido movida en callao has visto como estaba de maderos y sí, sí que lo he visto. Te puedo asegurar que sí lo he visto. He tenido tanto miedo que aún huelo el temblor. Me temblaba el alma, este alma de poeta cobarde que no hace otra cosa que escribir. Ahora nos vamos a la plaza mayor le dicen a Félix. Hala, arrear.
Nos vamos para allá. Me acuerdo de Maiakowski. Cómo vivió, cómo murió. Coherencia hasta el fin. ¡Gloria a Maiakowski!.
Los manifestantes se cruzan con unos cuantos guiris haciendo fotos turísticas. Un tal Villa está hablando (dicen) y yo no sé quien es pero le aplauden así que no tiene que ser de este ayuntamiento que hoy (qué curioso) está trabajando. Se cruzan conmigo. Pasan a mi lado y yo estoy escribiendo. Me miran. Silencio. UGT y CCOO están juntos más o menos y es que hay una intención común porque hay algo que hacer, que tenemos que hacer, todo. Elegir. Optar. Decidir para con todo eso Decir, hablar comunicarse expresar contar palabras… y más. Hoy es día de acción. La palabra será una acción como también el silencio es una acción. Este estar aquí retratando el día, este estar, esta forma de vivir, este respirar, es una acción.
Coches y más coches de policía. También hoy nacionales y municipales unidos. Motoristas con cascos antidisturbios. Casi no queda nadie en la plaza de la villa. Se han ido a la mayor. Se están autoencerrando. Ahí es fácil embestir de forma incontrolada o bien todo lo contrario: perfectamente controlada.
La hostilidad se puede respirar.
Otra manifestación viene calle mayor arriba. Eso sí, perfectamente escoltados. Igual para que no se sientan solos. Los de comisiones son más temidos y más ruidosos. Está bastante claro. Uno de los carriles de la calle está tomado. Me acuerdo de miguel diciendo que la libertad no se pide, se toma.
Otra vez antidisturbios impresionantes para que la cosa no se desmande. Eso es. Todo dentro del Orden. Furgonetas blindadas se apostan frente la plaza.
La concentración de policía es mayor que la de manifestante. Esto es de locos. Un policía no me mira bien tras sus gafas oscuras, opacas como su cerebro hoy. Se siente seguro junto a su coche patrulla DGP-2123-RA. Aún no es delito tomar nota de una matrícula de coche pero tranquilos, uno de estos días lo será. Una excursión de turistas se detiene al otro lado de la calle. Son más de 40. Cámaras toman nota de lo que está pasando pero todo es aparente. ¿Qué haremos mañana? Todo seguirá igual. Amargados unos y otros, tristes sin querer un cambio en el que no creen. Los antidisturbios en motos se mueven. Corbatas delatan a alguno que otro que anda entre una huelga general como si no tuviese nada que ver con él.
Patrullan andando a ambos lados de la calle. Ponen motores en marcha. Un perro mea en la misma papelera en la que estoy apoyado. En realidad no mea, caga.
Me ofrezco a sujetar al perro pero la dueña me sonríe y dice que no hace falta. Se mete en la manifestación.
Voy a tener que vulnerar un cuaderno que no estaba pensado para esto.
Seguimos en calle mayor, cerca de la plaza de la villa. Policías y manifestantes. Hojas de un cuaderno dedicado a la imagen hoy dedicado a la acción. Hoy hasta mi sudor es una acción.
Gritos. Vítores. Más Policía. Policía de tráfico para que ni siquiera eso se detenga. El Orden ordena y manda, como tiene que ser. Un vagabundo es reprendido por 6 policías. 6 agentes por borracho. 2 coches patrulla cortan las calles (ellos sí pueden) para dar la vuelta. Una furgoneta hace lo propio y el guardia de tráfico deja pasar un autobús de 2 plantas sin techo que tanto le gustó a mi sobrino.
De cuando en cuando oigo risas que agradezco como reflejo de la ilusión que creo que debería estar reinando en esta monarquía.
Policías nacionales en la acera contraria. Como tantas otras cosas, nos hacen pelear a la contra y es tan cansado que en ocasiones se van las ganas de seguir y, entonces, me lleno de pensamientos negros de los que me sacan los manifestantes pasando a mi lado, rodeándome en este río humano y comprometido contra el que me doy cuenta de que ha llegado el momento de darme la vuelta y unirme otra vez. Vamos hacia Sol. Los bares no cierran. Disparidad de opiniones al respecto de lo que hay que hacer ante ese sector tan deseado. Igual puede ser un refugio en un momento dado si las cosas se ponen como parece que pueden ponerse a la mínima.
En un cierre he visto un cartel:
Este establecimiento
permanecerá cerrado
el día 20 J.
Disculpen las molestias.

Entonces me acuerdo (si es que puedo decirlo así) de las reticencias bolcheviques para con los pequeños comercios y me doy cuenta de que son la masa inamovible.
Hay gente al lado de sus comercios cerrados transitoriamente. Los últimos huelguistas pasan y vuelven a abrir puertas. No hay respeto. O no hay voluntad de cambiar nada. Todo seguirá igual mañana y tendré la sensación de haber perdido el tiempo pero tenía que intentarlo. Me gustaría explicárselo a ese pequeño comerciante, pero no es el momento.
Parecen sectas, dice un hombre que está esperando que pasemos. Yo no le importo mucho porque lo único que hago es escribir.
Andamos despacio. Gusano de Arrakis que vive drogado con la especia del entretenimiento. Fútbol y toros. ¿Qué se paralizaría si España juega la final del mundial?.
En un país con estas prioridades, ¿qué se puede esperar?.
Al menos, tendremos que ver si en la manifestación de esta tarde los asustados no a la policía sino a la pérdida de dinero o estabilidad se unen para decir algo. Veremos si somos más que para decir que no queremos que nuestro equipo pase a segunda, que no queremos que muera en otro policía en Euskadi o que nos parece mal la intervención de tropas en Burundi por parte de los EEUU sin saber ni cual es la capital de Burundi… ¿existe Burundi?
Más de 10 furgonetas blindadas azules de la policía nacional jalonean la plaza de la puerta de Sol. Aquí no va a pasar nada que no se quiera que pase. Hay pancartas en la plaza. Unos altavoces preparados para hablar esta tarde. Frente al corte inglés se hace clara la impunidad del poder y que el poder lo tiene el dinero. Es un pensamiento simple pero abarcable en un vistazo directo mientras a mi espalda un tipo grita que dios te ama con un libro en alto y diciendo que no importa perder el trabajo sino el alma. La gente se pincha.
Delante de la puerta del corte inglés hay tanta tensión que se corta el aire. Bufidos y pitidos a cada uno que entra o sale. ¿ Por qué no dura todo el año?. Silenciosamente, en pequeñito, este año voy a negarme a entrar en el corte inglés. No se puede entrar ni salir en el corte inglés. ¿Por qué no entramos todos, les hacemos trabajar y no compramos nada?.
Mucha gente tiene cámaras de fotos y retratan este momento. Hay gente que se empeña en entrar y se grita o corea viva la lucha de la clase obrera y yo me cuestiono si se pueden seguir usando esos términos. No se actualizan términos que llevan detrás un concepto y, esto, es un problema.
Policías con guante negro no quieren mancharse con nuestro sudor ni con nuestra sangre.
Esto empieza a ser ridículo.
Frente a una puerta del corte inglés los gritos y los bufidos, en otra puerta, 4 nacionales haciendo chistes entre ellos y dejando entrar y salir clientes sin problemas. Este símbolo es excesivo para mí. Los maderos no son obreros. Pero los maderos en realidad podrían ser los mayores revolucionarios pero no lo van a estar [dispuestos] porque nadie les explica que ellos también van a estar en paro.
Esto ya no tiene sentido.
Me voy.
Cada 50 pasos me encuentro un grupo pelotón de nacionales con su imponente figura, furgonetas blindadas por estas calles peatonales, por todas las calles de las que se dirá que no sintieron sensación diferente a cualquier otro día, que un grupo de alborotadores han provocado altercados aislados que, en suma, no ha habido huelga general.
Pero eso no podría ser negado si tú supieras, porque hubieras estado, que sí, que sí ha habido, está habiendo huelga general.
¿Qué pasará fuera del centro de la ciudad?.
¡Únete a la huelga de poesía cotidiana!
Lucha con todo tu ser.
Sé coherente.
Vive de acuerdo a un compromiso aun a costa de tener que cambiar tu forma de vivir.
Si no eres feliz lucha a la contra y, cuando lo seas, sigue luchando por mantenerte feliz. Recuerda siempre que esta vida es esa enfermedad mortal que se cura con la muerte y si no te gusta la frase, deshazte de la muerte a golpe de besos, de abrazos, de satisfacción, de vida. Nunca estés amargado.
Actúa. No dejes que te puedan. No te pongas excusas. No te salves (que diría Benedetti).
Mantén tensa la cuerda y come mucho, come mucho para que nunca te falten las fuerzas.
Haz de cada día una revolución, de cada mañana un despertar, de cada beso un amor. ¡Qué nunca haya besos sin pasión!
No vivas triste. No seas enfermo mortal.
Haz de cada sonrisa un contacto nuevo. Haz un amigo cada vez que alguien te hable. Deja que tu alma se exponga en tus miradas, siente cada injusticia como un cuchillo que te clavan en el pecho, cada dolor ajeno que se troque anejo.
Que no te haga falta Orden para mantener la calma. No tengas miedo a ensuciarte pero procura que no sea sangre.
Disfruta, en fin, con cada momento.

Quiero arrullarme

en el suspiro-temblor
de tus labios-besos

No soporto que en una cafetería me retiren el vaso o la taza por el mero hecho de que haya terminado su contenido. Si sólo viniese por el contenido el precio me parecería vergonzoso o, más bien, sinvergüenza. Pago por la compañía de esa taza o ese vaso. Casi tengo ganas de reclamar o de irme.
Menos mal que aún me queda el vaso de agua.
Tengo miedo de beberla y quedarme solo.
Aunque quizás es el siguiente paso en la evolución de las especies.
Un cristal azul a través del
que ver tu corazón.

Café Galache, M-20020521

Momento

Suena música americana en el altavoz y reconozco una armónica pero no tengo ganas de prestarle atención. Una niña pinta con un bolígrafo y habla con su voz aguda pidiendo jugar y jugar. Su acompañante, que podría ser su abuela, gruñe a la camarera que es nueva y aún no me reconoce. No.
Hoy es un día gris clarito. La luz entra a borbotones a través de las enormes cristaleras y la gente se va. Se van y se van. No les retiene nada. El frío está aumentando. La voz aguda de la niña morena también está aumentando.
Nadie quiere jugar contigo.
Huele a sucio. Huele a miles de mesas limpias con la misma bayeta, el mismo insulto barrido una y otra vez.
Piden la cuenta. Una señora gorda vestida de negro. Tremendamente gorda. Vestida muy de negro. Huele mal. Una mujer y un hombre van con ella. La gorda gorda está a mi lado. Ahora mismo está a mi lado. Ahora ya no y no puedo olvidarla. La gorda gorda de negro negro. Tremenda. Y se va. Se fue. No quiero que la historia cambie de tiempo. Vuelvo.
Ya no está más. Ya no están más. No quiero contar una historia. Una pareja habla bajito en el rincón. Ella se recuesta en la pared de su derecha y sorbe su té con parsimonia.
A lo mejor no es té. A lo mejor no es parsimonia.
No sé.
Mi café se está enfriando. Sale la camarera del turno anterior. Son varias las camareras que salen del turno anterior. Quiero que me salude. Quiero ver su pelo de colores pero no está.
No hay nada qué contar. Sólo un autobús rojo ha pasado por el centro de Gran Vía como si fuese la primera vez. Yo estoy escribiendo como si fuese la quinta vez. Algo así como tontamente. Tonto tontito, saltaría. Grititos en el teléfono mientras me imaginaba el abrazo final en el que rompería todos sus huesos.
Soy un cráter de felicidad,
vértigo de frustraciones
látigo de vida que acaricia el tiempo.
El café está frío.
Definitivamente.
No quiero seguir escribiendo
Glu
bla
burrr
bru bru bru
gra era (o cra
— v
m
guyi jullam

Café Galache, M-20020415


    “tuve una razón para permitir que el cuadro
    de tus labios destruyera mi conversación”

    L. Cohen.

Es necesaria la dificultad.
Uno piensa en simplificarse la vida, en apartarse de todo aquello que entorpece y se da cuenta de que no es el camino. La lucha lo es. El camino está lleno de piedras. Las piedras en las calles son nuevos poemas. Son palabrarocas que hacen feliz al alcalde que contrata una nueva cuadrilla de trabajadores (eventuales) con perforadoras (fijas) para convertir en letras los rocapoemas. Saltando y saltando en la montaña, los vasos caen y hacen ruido, las sirenas de la policía hacen ruido, las máquinas (casi todas) hacen ruido, mi estómago hacer ruido, sus estúpidas conversaciones en las que se trasluce nítida intención de satisfacer apetitos sexuales son también ruido.
Tomo (uno que ya soy yo) el café.
– lo hago –
dejo que se moje mi paladar,
me toco la nariz
mientras la mano derecha sigue deslizándose por estos cuadraditos azules, la mano agarrotada, los dedos que cerrados forman la base de mi tanke. Muevo con suavidad el cuaderno que choca con el plato o platito de café.
– ¿Qué coño están haciendo aquí? –
Pues qué va a ser, obras y obras de las que no acaban nunca. Un trocito de dificultad para destruir mi calma, para que no pueda escribir y me dé cuenta de que el problema no existe, sólo la solución.
Por la siguiente palabra.

Café Galache, M-20020403

Me pongo excusas. No sé cómo consigo tener tantas excusas. Todo, cualquier cosa es una buena excusa para no escribir: el café está malo, hoy he dormido poco, los contertulios no aportan nada, el libro que estoy leyendo no me gusta y luego y antes el trabajo, el maldito y cochino trabajo. Hablo con compañeros y todos quieren dejar la informática pero todos siguen y siguen. Me recuerda aquella escena del expreso de medianoche donde todos dan vueltas y vueltas y no es posible ni tiene sentido ir en dirección contraria y lo único que acarreará serán problemas luego y luego… otro día. Hoy no es un buen día para escribir. Estoy muy abrigado o me duele la tripa o no me duele y luego estaré siempre mejor, igual un día en el que tenga vacaciones tenga días de nata, lunas de papel, cielos de paja. Metáforas que no guardan verdades, que salen de la nada, que me vienen impuestas cuando me dejo llevar por unos ojos lascivos con estómago devorador de torrijas. Son las mil del día 17 y no sé qué va a ser de mi vida. No tengo ni idea por más que sienta que estoy en uno de los periodos más estables de mi existencia (será por eso). Todo se mueve, las empresas se colapsan, las miradas se cruzan, las pérdidas crujen, la palidez languidece, algo en el fondo de mí ha tocado el suelo con los dedos para rebotar, ir al fin del mundo con su olor, otro olor que ya no es agua. La vida vida y la dicha languidece. Ahí está el hombre cansado. Tiene que andar unos metros porque la última vez no vinisteis a la boda.
Todo el año está plagado de bodas. Todo el sexo se descubre ignorante. Risas en el extremo de las frases. Van y vienen aire de mayo. Una cola de caballo rasga las líneas del horizonte.
Su camisa blanca es tan nuclear como el tono de su voz. Caen bajo sus ojos rosados mofletes y
(No soporto en la distancia que la gente sea desconsiderada con el suelo que pisaré).
Se enfría la leche. Hitler no nació en una carnicería y montó el mayor negocio de carne de este siglo que ya no es este siglo. Hablamos de páginas web con fondo negro. Letras en color naranja como muy divertidas. Sus gabones son .es con las aldabas de mirilla acústica en la que el latrocinio se convierte en aguacates para no morir de frío.
Tienen heridas en la mesa muescas en la mandíbula como diseñadores cascados por el océano amarillo en el que viaja la peste de dodecafonismo revolucionario.
¿Qué crees?
Intento esto de la escritura automática y tengo problemas.
¿Por qué?
No es por madrugar, es por la guerra que supone tener dos frentes que luchan entre sí por lograr unos metros de tiempo.
Hay momentos que creo que si empezase a escribir sin imponerme algún tipo de límite no pararía nunca y convertiría el manuscrito en mi vida, mi vivir sería mi escribir o, mejor dicho, mi escribir construiría mi vida, latidos de tinta. Otras veces siento (o pienso) que me atasco y en lugar de escribirlo para seguir viviendo, dejo que surjan lágrimas de autocompasión y no soy capaz ni siquiera de derramarlas en forma de spray negro contra unos cacharritos metálicos formando un casquillo, un portalámparas de torres ya obsoletas. No sé porqué estoy tardando tanto en decir SI y NO y hacer lo que tengo que hacer para ser, de verdad, un escritor.

hoy
no sé porqué
las palabras no salen en frases pequeñitas
de esas que parecen poemas de verdad
de los de toda la vida

casi
incluso
con rima
y
los rompo
sin
ninguna
otra
razón
q
mi
voluntad
mi (última) voluntad.

me gusta empezar a escribir diciendo Hoy porque me sitúa en el momento actual, me hace trabajar la captura de datos. Soy un disco duro copiando el universo. Desmagnetizaré los unos para volverlos locos, convertirlos en 7s y después inventar un sistema numérico en el que los vacíos sean el modo de representación del desconocimiento.
Al fin podré expresarme digitalmente.
Leo a Mr Auster y siento comprensión. Siento enormes ganas de conocerle, de saber algo de él, de imaginar que quisiese traducir al inglés Proesía y se volviese loco de alegría si consiguiese hacerle llegar un mail desesperado pidiéndole que prologase Territorios.
¿Quién puede hacer el prólogo de ese libro?
Me tienen alergia.
Vuelven la cabeza a otro lado
después de haberme mirado
y sujetan la quijada en la palma de la mano
así
desaparezco.
Sí. La máquina del tiempo se llevará a tus actores preferidos al lago más profundo de tu memoria.

Café Galache, M-20010406

Javi me hablaba de la India y yo recordaba una nariz, un olor agridulce, textura similar a la sémola con leche, cálida y de azmicle, ojos de lágrimas perennes y chispas de navidad, aleluyas presbiterianas en sótanos baptistas mientras unos pies descalzos intentan luchas danzas del vientre.
El me decía que si yo sabía quién era krishna y yo rememoré unos comics de protagonista azul que se erigía líder de los monos para impedir el avance del mal, pero no lo derrotaba, no exterminaba cruelmente la crueldad. Casi me convencí de la candidatura religiosa de Ur. Pero la cerveza casera de Ned consiguió que me olvidase de todo y decidiese hacerme un budista escéptico, lo cual es mucho más coherente que ser un cristiano incrédulo.
A estas alturas no sé si fue la espuma o el color oscuro de las botellas lo que me impulsó a seguir los caminos no trazados de la religión no religiosa que abracé.
Javi quiso que abrazase un libro y yo bastante tengo con cagar los míos. Finalmente, él, se pasó a Retevisión.

Hay un tono que impulsa el vespertino capricho de la impronta, una calabaza de nieve que acaricia mi despertar al sol. La lucha ha comenzado y tiene forma de témpano de hielo con flores de colores: margaritas amarillas de vida, alegría titánica, tánica que ignora mi presencia.
Me apunta el crepitar de sus uñas redondas que, silentes, distinguen una página de otra en la billetera del periodismo que cada mediodía abulta un poco más la añoranza de envidia que endurece mi alma. Se le derrama el alma por la pierna, el agua roe el vaso en el que habita y te quitan un rincón para adaptarte a la nueva misión que tienes que callar.
Elegante. Sutil, bate silencios al cabo de sus dedos quebradizos rompiendo en el infierno
las pelotas.
El hedor era tan intenso que atravesé Gran Vía para huir y aún así, sus partículas ondulando me perseguían, me acosaban, mi pobre pituitaria hipnotizada creía que era la trompa de un marrano revolcado en el fango de sus propias heces. Pelos de fuego que se clavan en la infinita serenidad de mi nombre. Un comic azul con protagonista azul, una ilusión pandera que abre la ventana sin password del desaparecido. Quiero inundar de mi semen verbal este universo, ser el único escritor que reconozcan como Dios los televidentes adictos al gran hermano, esa discusión tonta que lleva una carga explosiva, ramo de derrota compartida, aluviones de vertidos radiactivos que flotan como anises en la espesa infusión que preparaste.
Tus puntos son mis rayas, en tus rayas mis puntos y juntos, entre-abiertos, haremos del morse el lenguaje del sexo. No sé si hacerme un psicoanálisis o hacerme Hare Krishna. No tiene mucho sentido esta disquisición, es hablar por hablar, no quiero hacerme nada para ser un conjunto de puntos en tu espacio, una distribución de estados excitados, eso sí, siempre, tendiendo a la mínima energía.
¿Qué te parece una mirada de vicio desbocada que se escapa entre antenas en cruz sobre tus pechos? Si casi no tienes…
Sus tetas de cartón tienen un luminoso con ruido de monedas, salarios incompletos que habitan un sepulcro de humo y celofán. ¿Por qué Celofán?.
Pues la verdad, ni puta idea. Supongo que Lacan sentado en su ventisca estará satisfecho con mi no yo para ser otro que es el todo con pintas verdes a través del cuál, cruzando los anillos de Saturno y los siete centros de la polla, sale como huracán en busca de aventuras y duerme en su inexistencia de tranquilo deambular. Sus ancas se divorcian y el culo gime un gusto invisible a la orilla del río.
Yo también me estaba bañando.
Estaba sola y dejó que el tiempo arrojase un aro de avecrem en forma de hojalata que no tiene más maleabilidad que la incondicional airtel sonando fuerte.
Las flemas le salieron a relucir, por decir algo, hasta la barbilla, resbalaron una papada magra y se suicidaron contra la calzada como el champán feroz rompe en burbujeos que tienen tu rostro, tienen tu luz, tu nombre, tu sonrisa, tus alas de compresa sin instrucciones adjuntas y una preocupación plena de pulmones blancos, llamaradas azules de champú que alzan la voz, alzan la voz y la palabra, levantan la inquietud a la caricatura de miedo a un encuentro sin verdades, una asimetría ilimitada, desde Daimiel a La Riviera, Marsella hecha arrabal amargo, salubre sonrisa de porcelana, pañuelos de grill que me cosechan, rifan la libertad con cupones de ciegos enamorados.
Ella está tan cerca que su nombre es nombrable y no es porque podría oírseme decir que la he querido, que la he querido hasta decir ya basta y no poder más, hasta dañarme y hacerme feliz, hasta cambiar las formas de mis brazos, de mis piernas, apoyos de golondrina con nidos en los tejados, me estoy ennegreciendo por la sombra de lo que será una estupidez.
La vanalidad es el punto fuerte de Dios. Aún nadie le buscó ahí, en lo estrambótico, excepto cap, excepto yo. Barcos de plata rompen olas de papel, escriben mi vida a la esquina.
Esquina, sí, esquina.
¿pasa algo?
Lalo no ha vuelto al portal. Sin embargo sus cosas siguen ahí. He visto una desvencijada madera de viejas prendas malolientes y restos de orín dibujando un elfo en la pared. Sus pertenencias con forma de cajas de cartón avinagrado se esparcen por la acera como otros adoquines, otras tumbas, esquelas de la humillación, capitulaciones de la dignidad. Entre sus ropas, una jeringa gastada con punta que ya no es punta, con gatillo tan negro que parece de moda, con contador invisible, probeta de muerte y de infierno.
Yo siempre suspendí los laboratorios. Pero Lalo habría sido sobresaliente si la muchedumbre no le hubiese pesado, haciéndole tropezar con su destino y matar a su padre antes de que pudiese darle un apellido.
Ahora las cosas son distintas; hay tantos coches blancos en las calles que las bodas se aplazan por problemas de tráfico, las ceremonias mortuorias se festejan con gabardinas imposibles en áticos siniestros donde claveles verdes hacen girar los ojos en todas direcciones.
Lalo se da cuenta de que él es una llanta, caucho sin alambres, huella en el paso apisonador de la historia que escribimos los de las empresas de capital riesgo, consultoras IT y otras pavadas con un Tango especial dedicado a ellas, sangriento baile de la guillotina, sus miembros engrisecidos por el suavizante en las drogas para aumentar su peso no hace más que desteñirle, lavarle por dentro con la colada inadecuada, una colada de pesadillas, calles sin número y pavimentación en polvo.
La última vez fue en el noventa y ya no hay que dudar del paso de los años, de ese conformar tardío que sus azulejos van rememorando hasta un final inevitable.
Se ha ido, pero volverá.
Rémora de semáforos a mirar con osadía un culo, un par de tetas, su pecho henchido de nitrógeno líquido, barba en el moreno perfil de su faz dura.
Le cae con dignidad un resto de calamares entre el candado que le define. Las olas del mar urbano le son indiferentes. Arrecife de impiedad y cobardía, sus ojos de santo se llenan de venas afiladas, siempre afiladas, canciones inverosímiles en una emisora clandestina.
Voy a publicar Territorios.
La verdad se va acercando como rayo que cae en Telefónica: se queman todos los habitantes del averno, hálito sin par de parlantes con anzuelo garantizado. Una bandeja derrite el horizonte en estruendo de vidrios destruidos, exterminados como el cuerpo de 10 millones de judíos. ¿Lo hemos olvidado?.
Por eso voy a publicarlo.
Por eso y por mi libertad.
Por eso y porque soy rico.
Soy el hombre más rico del mundo, el más rico del universo, justito por delante de las puertas del puente. Un pasito más hacia delante me habría puesto a construir mi propia lanzadera para pasar una noche con ella follando en el vacío, ingrávida inseminación que haga de Iván el símbolo de la ligereza, microeconomía de la felicidad, nacimiento sin la atadura de 9,8 newtoniones sobre su barriga.
Nuestros juegos serán hasta el amanecer del sol en la nebulosa de Orión mientras caminaremos el uno sobre el otro con dedos enamorados reencontrándonos este fin de semana en el que empieza el mundo.
Soy Eva, ella Adán, Iván será Caín y Abel se llamará Alma. Dinastía atea y budista adicta al gran hermano y adicto a su gran hermana. Nos adorarán como pesebres de lentejas, gafas de sol internas en el fondo de la retina, donde el violador retiene su incompetencia. Ellos serán Krishna y yo seré Hare. Cosas que pasan.
Pero hoy tengo que irme a cocinar. Seguramente un pollo a la cerveza. Entre medias, besaré el acuoso caldo de su coño y gritaré te amo con todas las fuerzas que me permita mi tostada.
Cuando riele la luna en el mar colmado de la plata, me acordaré: Lalo también trabaja más de lo que debe, por eso, uno de estos días, morirá.
Pero eso ya lo iré viendo. Tengamos un poco de paciencia y confiemos en que, alguna vez, esto será una gran novela.

Café Galache, M-20010405

Lalo quema su sangre con escobas de fuego, lenguas insomnes de violencia atroz. Sus mieles vierten sueños de humos y tristeza que rompen los peldaños de su sexo blando hecho mármol. Tumba de cristales negros, con la grasa de mil caballos voladores que regresan despacio a la ciudad y lo asesinan. El aire se evapora tenebroso en los culos grises de palomas amantes. Se evapora el miedo, sube al cielo y baja en ascensores de luces de colores. Es un edificio inteligente que abona sus deudas con ochenta por ciento de mierda y sobredosis de soledad.
Tres líneas para hacer hueco, llenar triángulos, rectángulos, el tiempo de los asesinos, que no cesan.
Yo sé que ahora vendrán caras extrañas
con su limosna de alivio a mi tormento.
Sigue la dureza del prado invadiendo el aire que respiro. La jeringuilla no se separó del antebrazo de Lalo que me veía entre las nubes de amapolas convertidas en su realidad.
Estaba tirado en el portal de la panadería. Sus rodillas al sol de la penumbra tenían aún restos de sangre y polvo. No sé porqué nos vimos. Yo iba al cine; él vivía su propio melodrama: tragedia griega en la que matarán a su génesis, su consciencia de hombre, su piel y su mirada, su lágrima que aúlla en el silencio de la sepultura. Sudario vivo de fibras color ámbar, crispados los amarres de la indefinición, la infidelidad se hizo añicos en sus profundidades y el tiempo de azulejos
pasó.

Hoy hace un día espléndido. La luz entra en el café como el café en mi cuerpo, animándolo, despertándolo, a la espesura opaca de aros de cebolla con zapaterías galaicas en la druma arañada uñas de gato clavándose en mis ojos verdes. No puedo sangrar tanta miseria. Vivo bien. Madrid punto com y sublima ácidos mortales que marcos no sabe arrodillar. La hoja se manchó con mermelada y labios de mujer que me besan en lo oscuro de una desilusión. Ella se va a la guerra. Sus estornudos transmutados en escarabajos de oro caen entre los agujeros de un cráneo suspendido de la séptima copa antes de perecer. Salí a la calle a ver el mundo, su pelo enamorado refleja rayos silantrópicos cual amartillo el cristo de la filiación láctea.
Un hombre mueve un tonel de aluminio de lata, con su pelo de oro licuado en forma sana. Son aros de sus orejas. Orejas en las planchas que arropan mi nicho. Niñez asosegada sin calma ni edulcorantes. Lalo vierte su espuma en labios sin control. Sus dedos rotos tocan fondo, acarician el acordeón de sus costillas y se extirpan otro piojo de su mente disuelta.
Mientras, fosforece la estrella de la plaza Callao, una blusa de ante define lo infinito. Dios existe y es bueno. Yo soy un mal poeta. De hecho, yo, no soy poeta. Nunca más soy poeta. Quiero escribir a fuerza de necesidad motor: escribir, escribir, perdiendo la razón para encontrar el suelo, pisar con líneas vanas que salen de mi culo, del culo del yoga, del cigarrillo que sostienen sus tentáculos digitales, su ansia de amistad, una curva siniestra, gritos de oscuridad, ella no lo vio y lo pisó. Sus pies descalzos cargaron la tinta del bolígrafo sidoso escribiendo el poema final que ha de ser apócrifo.
Desapareció en el fondo de su pensamiento. Su autoabsorción fue comentada por doctos interinos que agitaban la luna buscando explicaciones. El rojo de la azotea armó el revuelo de troskitada que me hizo como soy.
Y soy muchas cosas, pero no soy poeta. No quiero ser poeta si la poesía es el psicoanálisis, pero quiero el psicoanálisis para sí mismo, para la libertad, para las iras y las miras, guerra mundial por fascículos coleccionables en trapecios de músculos laxos.
Lalo está olvidando que fue un hombre.
Son nuevas caras porque apenas recuerdo qué le pasó a Margarita después de ser violada. La mesa era azul. Azul y blanca.
Y sus besos se cerraron, crisis de corazones duros. Labios acero. Servilletas de piel humana para limpiarse los restos de comida canina. Un incisivo de plomo que regía una provincia de la desdicha. Pobreza interestelar en sus gafas que suavizan azahares entre ruidos de móviles y Sade. Ella suena. Los gritos del silencio en inglés multicanal. Cerdos de latón. Sarcófagos de altura inconmensurable. No tengo palabras colibrí para dirigir la orquesta de mi escrito. Se rige por vocablos de diccionario albino. No hay razón para seguir. No hay razón para escribir. Brillo dibuja círculo encerrado, abarrotado de parias que gobernarán la tierra. Sus corbatas de seda les limpian las babas. Ellos no son Lalo. Ellos no tienen espuma en sus labios resecos. Sus lenguas son veneno deshidratado. Arremeten contra las acciones en el aire de artilugios ígneos. Centrífugas sonrisas huyen de entre mis mieles con cariz de habichuelas que agitan banderas hollín de crisantemo.
Piedra palermo de rosas escocesas que muestran su coño abriendo sus piernas a la estratosfera. Un cometa se corre dejando estelas de insectos vertebrados con clones de millones de seres que invadirán la tierra.
Yo voy a clonarme. Sí. Lo he decidido. Voy a ir a mi médico de la seguridad social y, basándome en las leyes de la igualdad, pediré ser clonado en cienmil ciudadanos que irán por el mundo esparciendo el esperma de mi poesía. Vomitadores crónicos, llenarán las bodegas para vaciarlas de existencias. Acabarán con todo lo que lleve mi nombre y gritarán ¡Giusseppe! ¡giusseppe.net!.
La virgen del Palen será mi próxima inhumación acabando en la constelación fantasma de IO alrededor de planetas que no pueblan mi casa.
Clono y clono. Luego, reproducción en espiral y sus genes se mezclan. Fornican y obtienen distintas combinaciones, códigos de barras diferentes, perfectamente distinguibles en la UGT y llaman a cada uno por su nombre y los primos clones se llaman Adán y Eva. Al fin seremos dios y la cagaremos como él, qué enorme gilipollez la de no comprender sus errores.
Tendremos que Babelizar el genoma con diluvios de ribosomas amorfos. Diferenciar lo indiferente y ampliar el espectro del arco iris hasta distinguir clara y discretamente el continuo de flores que los cojones de Alf no necesita porque Dune anochece en los labios, en los dientes de giselas perladas, sus amarillos anteojos visten de blanco como la evra. El apetito arpío zarandea la ventana temporal en la que JFK carambolea con Cuba para acribillar la tierra conocida. Por eso hay que extraer petróleo en Alaska, y lo siguiente será clonar lapones en Amudsen-Scott, mientras sus un MP3 reproduce a Mecano metálico y blanco, alzando su santurrón en la zima del polo. Helados de amor fabricados sin sexo. No habrá reproducción ni copulación ni cooperación ni copatrocinios de ningún cobarde enamorado.
Yo lloraré y yoyearé como me corresponde. Serán cosas extrañas tributando un helicoidal restaurar a mi vida cansada.
¿Cómo pueden beber whisky por las mañanas? El hielo lo importan de Groenlandia junto con el molibdeno que es el origen de la vida. Ese extraño cometa follador. Esa invasión extraterrestre que satisfizo la investigación sueca donde el matiz se hace dinamita para vivir nuevamente, lanzarse a galardonar el peso del sistema, como una vela prismática argentina llena una esquina de la papelera en donde me alimento. La soga de la vergüenza pende sobre mí. Mi verga se excita con el recuerdo de sus curvas. Mentí como otras veces pero ellos lo creyeron. Pudo haber sido verdad, pero no lo fue. Pretéritos imperfectos que hicieron las delicias de merluza con lentejitas de arroz a la giralda tornasolada que tiene más base de la que soporta un clónico musical sin tarjeta de crédito.
Abatido, pienso en lo que me resta por llegar a terminar esta novela. Ya he llegado a la determinación de que lo es. Y no veo el momento en que llegará a tus dedos, a tus gafas presentes que alucinan con ser la cueva de tu simpatía hecha córnea, cristalino, niña de tus ojos. Retrato oval de un despertar, la vida raptada a los cantos del dolor. Ella murió. Margarita ya no aparecerá. Pero su recuerdo eterno estará presente en las canciones de las calles, llenará los estantes de la memoria histórica.
Desamparados todos, uníos en llanto y vestid una diadema de rentabilidad solemne que ablande el paso hipopotámico de las vacas azules. El negocio de la cristalera es mirarte, como yo lo hago, en la sombra de una mesa sin lápidas.
Llega hasta mí el olor de tu distancia, jarabe de hiel que abduce mi sensación, es la dicha almendrada de tu rostro, patina hérica de tu nariz clásica, dórica columna del templo de tu inteligencia, sensualidad rosada de bolsos de mujer. Fetichismo del cielo, imagen angular de mi horizonte, crisis en la penumbra, juego entrecruzado de arroyos saltarines que riegan las piedras rodadas de tu mirada.
Pero los analistas aseguran que el negocio no es posible, que la crisis me sumirá en la desesperación, que la ducha será la única arma paliativa lavandera de mis vísceras enarboladas como verdaderos baluartes de mi pasión desproporcionada. Una manifestación se convierte en invencible por la fuerza de sus convicciones. No me atrevo a escribir lo que no debo. No soy libre. No soy libre.
No seré nunca un poeta. No sé, ni siquiera, si quiero serlo. Voy a escribir. Voy a escribir y leer. Quiero escribir como bailarín de la palabra impresa, llanero solitario de cartucheras portátiles.
No sé si me atreveré a viajar con un portátil de 13 pulgadas por los bares de Madrid y escribir relatos sin sentido. Proesía y más proesía. No sé si seré capaz de terminar algo en mi vida. A lo mejor no hay nada que terminar. Las cosas vienen y van. Sólo hay que estar. Abrir los centros energéticos y ser un filtro activo, una amalgama de carbón y otros metales a través de los que canalizar la televisión interactiva, la droga urbana, el teatro amateur, también llamado teatro alternativo, las violaciones de nuestros derechos universales de ámbito local, el comercio electrónico sin encriptación que valga, terceras partes confiantes, notarios de amor, familias, cárceles, cánceres, el sida, la guerra de los mundos, el primero y los otros, su sexo reglado, los cantos de Maldoror, canibalismo libertario, secretos de estado, estados alterados, unos ojos de mango azules y mojados, humedad en sus labios, la vida en mi capullo palpitante, sexo en mitad de un tintero vacío, unas patatas bravas, calamares suecos, brahamanes carniceros asesinando sus esposas con la crueldad de un apagón, una célula fotoeléctrica que se enamora de la sombra capaz de comprenderla, su mirada tan tímida como la mía, una actitud clínicamente probada donde la probeta está engendrando a mis sucesores follándose la Biblia y el Korán con la fuerza de un Tenotchitlan en cumbres borrascosas donde sus labios se abren y entro por ellos al sistema circulatorio con sabor a cebolla y ajo de su paladar.
Salto al vacío, invado sus pulmones y me abrazo con las piernas a su tráquea; la polla emite vibraciones con mensajes GSM y labra un surco en su respiración. Me mira con nostalgia de desconocimiento y su perfume convierte un culo en alma permanente, trascendente, alma de patxarán y rockandroll donde su coleta (noche) dibuja el instante del aperitivo.
Quemándose el brazo, Lalo encuentra el placer de sentir, quiere ser un hombre. La escoba acuosa impregna su negrura en las telas gastadas que apenas cubren un cuerpo inanimado. Sus vértebras chirrían himno de corderos que la comunidad llama accesos de violencia cuando es un animal herido, un oso sin piel y sin tendones que la carcoma arroja al mar del sufrimiento, dante escribiendo una rebeca inaccesible de violetas con viga al ritmo de mis pulsaciones.
Es la propaganda.
Una vida así no la tolero y no puedo evitarla. Así escribo, desde lo más hondo de lo que no sé contar.
Kansas era su sueño dorado y sigue aspirando (entre otras sustancias nocivas) a tener un rancho con búfalos exterminables y una parejita de rumanitos que armados con globos de 1 metro cúbico ocupan el lubricado aspecto de su imaginación.
Oleaje de naufragio donde la ciudad se vierte como océano invertido remontando salmónicamente el cauce de los acontecimientos.
Así de suave parece ser su tersura, su superficie infinitamente derivable que oprime mi corazón mientras intento silenciar mis tripas. Gritan la enanez grotesca de su joroba marrón con cúpulas grandilocuentes con alguna diéresis puntiaguda. Así los guyis guyis son más felices y sus piquitos nocturnos engendran el termostato alterado que no levanta cabeza por encima de la manta. Ella cree que puede mentir y yo sé que ella puede mentir aunque sus dígitos orgásmicos penetran en su pantalón buscando un clítoris capaz de descomponer la expresión calmada del dalay lama y hacerle desear clavar una lengua de dos leguas hasta el fondo de la (cobertura del sable) y más allá atravesar la idea en la que existo, el otro en el que habito, esa sinopsis que me menciona, me hace inmortal, si no como poeta, al menos como la mejor pluma que jamás gozó. Quiero firmarle autógrafos en el pergamino vivo de su intestino, escribir los versos más tristes de mi vida en el envés convexo de su pulmón izquierdo, en la concavidad de sus protuberancias, de todas ellas, sus curvas afiladas, ser la bombilla de una lampara hecha con su carne, alimentarme con la sangre fluida de su lengua hasta que palidezca, hasta que una mirada suya sea una mirada mía y fundirse sea hablar por tus labios diciéndome te quiero.
Es algo recurrente esto de la penetración más allá de los límites establecidos por la normalidad. Es la trisexualidad que hube estado buscando desde mi primer dedo, aquel que fue chupado hasta que desgasté, impreso como estaba por santas señales que me distinguían como noble descendiente de una cigüeña blanca llena de capuchinos con mantequilla más morados que el cítrico artemítico que halagó mi trabajo con su risa sinfónica. No hay música en mi escrito. No hay ni siquiera ritmo. Sólo un loco balido que desbocado aborda la proa de mi presente y se erige en visionario de un futuro que fabrico, de la nada, creando, creyendo, un escritor, un inmenso escritor que acabará en la cima de los montes escandinavos navegando en Internet con un ramo de avestruces que no tienen DNI.
Mientras la espera, me tocará leer. Mientras leo, me tocará escribir.
Más tarde, leyendo y escribiendo, tocaré.
Pero eso será todo; más tarde en un tiempo lineal que no ha llegado. Ahora, me toca cocinar.

Toledo, T-20010329

No pedí el perdón que debía haber pedido por retrasar un infinito hasta postponer la voluntad sacrificada con un nombre femenino que llena de miradas mi costado influyente.
Sus ojos son alemanes y gritan ánimo informe de pesadumbre por la carencia del paso de la guerra y otros capitanes que dejaron su piel al cañón fálico de la nocturnidad. Su lengua se dibuja azulada como lágrimas de mariposas que alzan música ínfima a la hoguera de horas sin influencia de escritores que pasan sus arboledas al atado de su realidad hecha de una madera especial.
Se trata de librarse de los violadores que toman la libertad de sentirse más fuertes por ser más atrevidos. Dejan su piel en las oficinas frustrantes del sexo sin anteojos. Son los lobos de la desesperación que montan en bicicleta y dejan arrastrar sus pétalos de cálidos amores olvidados en carteras vacías.
Sin un problema por resolver, los profesores imparten lo indivisible como restos de poemas que son demasiado literarios. Quiero hacerme escritor y no me doy cuenta de que voy por mal camino. No escribo. Sus influencias nocivas me llenan de aflicción y dejo de tiritar cuando relato el último crimen cometido. Una furgoneta surca el silencio y no entiende lo que no quiere entender para reír y darse cuenta de que brilla de forma especial cuando las luces impactan boleando sus narices de trampa mortal en la que resbalaré sin cuesta hasta sus labios. Carne hecha carne, sexo hecho sexo y vida hecha vida que se vive, que no se muere nunca. Por eso soy inmortal, por eso soy el dios de la palabra y el silencio, cantor infinito infinitésimo de versos esdrújulos cuando sus dudas tartamudas se alojan en canciones que comprendes demasiado bien. El proyecto de sistemas discos es la bomba que revisar antes de cada noche, de cada anochecer en tus silencios.
Michael Man es lo que surge de la furgoneta y alcanza la nube primera de la primavera que deja surtidores de islandés en el flamenco por perder desde los intestinos que te aman, las tripas enamoradas y tus sinquerer albinos en forma de culos que viven encerrados en pantalones de pana con tantas letras en común que contar sobre la dicha interna; no hay un sistema de sillas sobre la luna astral con un miocardio de agua que invadirá la piedra en el zaguán ovalado.
Estoy escapando de algo que no conozco y temo. Sé que temo sus ojos mirándome y sentir el deseo entre las piernas que han de incomodar germania entera cuando abre las suyas y escapan pelos de su vello púbico rosado, salpicando un flujo en el ardor del mito que rebaja la dureza de la guerra de los mundos. Se fue a cagar y su culo habló de mí y le dijo que mi polla amaba escribir tanto como follar y la llenaría de autógrafos de vida en su espalda, caligrafía de cinematógrafo abrasando el marfil violado de sus muslos.
Se fue y el tiempo acerca el tiempo que pasa alejándose. Ella ya nunca más podrá vivir sin mi recuerdo. Sus ojos se abrirán en el espejo cada mañana mirando en sus anteojos mi mirada cándida y seductora cargada de sonrisas de plomo bien afiladas para atarla al desnudarse contra las paredes de papel verde que gotean llantos de vísceras sobrehumanas, curiosamente, donde los sobrehumano no existe porque dios no lo permite.
El sol aparece sobre piedras de judíos que ardieron en pagodas duras de humo blando que se izaba bandera de la inhumanidad.
Fiesta de dios criatura asesina alma sin alma que de su nada imposible creó las nuestras. Luego llenó el silencio de palabras para hacer esposa eterna de la muerte a la poesía.
No hay lugares que deambulen entre tinieblas de cervezas más allá de una televisión masiva con el diecisiete de olgas en las iglesias que acampan caravana en la guerra impía que surte el enigma arañado sobre las invertebradas patatas de la bolsa abierta con gayas de inmensidad abalastrada en la parra romana que mira sin frontal, sin un destino arborescente, en la sirena añil de un lilo que no arranca maestros de asesinato y droga, ditirambos del morir que inclinan el pecho ante la vida inocente de jóvenes impolutos a los que pueden profanar. La mesa, hoy, también era azul.
No sé qué hacer con margarita pero uno de estos días volverá a mi cotidianeidad alzando su petición, su casi ruego, de ser una vez más mi protagonista y roncar una nivola que es una cagada de cerebro que (ja) celebro en cada línea anaranjada de sangre marciana que mana mi dedo izquierdo con la confirmación vaquera que tiene fe en la nada a la que llaman dios. Son cosas que pasan. Sus aullidos se oyen en las sombras, sombras que son sombras de sombras poe-ticas en libros de vejez hecha verdad. Sus manos se frotan y vacilan cuando las tortas vuelan hacia cigarrillos de liliputienses que se venden en las esquinas por donde margarita musita su miseria, su plegariadolor, de añoranza estaquiada al tiempo de los asesinos que mil besos convertirán en términos de estación sin una razón a la que inducir al terror del canibalismo lleno de huesos de dedos, falanges “despellejadas” en el pellejito de la simpatía. Las cuestas hacen volver a tangos que liberan mundos hexaédricos cuyos bornes giran sin gardenias de bolsos en sus ansias. Son ánimas de purgatorios de la desidia. Una crítica pura hecha mujer encaramada a taburetes de mil metros de altura desde los que caer en picado a la luz de las bujías de la eternidad que tiene sabor a café mal hecho y agua extra de sal y amoníaco en flor para regalar tu ausencia vistiéndola de paraísos en frivolidades que carecen de azucareros rojos plenos de seriedad y bocados de caballo sin mesón de crímenes con coca-cola de callao perdido entre la bruma que enloquece como la protagonista.

¿Alguien no sabe quién es la protagonista de esta cosa?

Yo sé quién es aunque no sé qué hará. Yo tampoco sé qué haré y, sin embargo, mi vida es mi nivlola de incontables libertades de plástico azul que llena de espacio la lumbre del silencio.
He quemado, en Toledo
los quince cartuchos
temblorosos de turismo con forma de
mujer enigmática que mira y mira…
yo, me voy.

Café Brick, BA-20010118

Hoy no quiero escribir. Tengo muchas cosas que hacer aquí, en Buenos Aires. Comprar lecciones de tango para ella, dulces de leche para el bueno de Sergio y caminar por las calles dejando libre el resorte de mi cuello que, enloquecido, absorba la imagen de estas minas desafiantes y osadas, violando gravedades bajo un sol amarillo que tiñó los techos de los autos locos.
Un buen hombre camina indeciso pisando su cabeza, su propia cabeza arrastrada por el paso de cebra barrido por sus piernas envueltas en la saya ajustada y frágil.

Hoy no quiero escribir más.

Esto no es una broma