He vuelto a mi sitio, hoy, como templo en el que observar reglas de protocolo. Esto es un rito. Mi tostada, mi café, mi vaso de agua y los nervios al pensar en darle a Paloma el libro que le debo.
Nunca en la vida he dedicado un libro completo a alguien, excepto al pedazo de mi piel que a veces llamo Carmen. Lágrimas de hielo que me abrasan todo, que me gozan, son sus ojos de amor, su cara triste, su voz de nieve por delicada.
¿Me atreveré?.
No me concentro y escribo porquerías. Estoy engañando al mundo pero no puedo engañarme. Si la tía dice algo, yo reviento y no me parece un grito que incomode el rato en el que leo.
No, todo va dejando notarse y la confianza afincada en la central de mis arterias crispa el aire que aventa mis pulmones.
No me gusta.
No me encuentro.
Esta mesa es muy pequeña. Mis codos cuelgan a ambos lados como amazona a horcajadas sobre un caballo que no va a ninguna parte, sin ritmo, sin camino…
Intento hallar la pista del silencio y me pierdo en la oscuridad del bosque de palabras.
Hace frío. Hace un día frío. En la calle se mueve un árbol como en una queja, como protestando y las puertas se niegan a cerrarse. Entran dos viejos muy viejos, cargados de historia y de amargura. Ella se va. Espero que vuelva pronto porque tengo que darle el libro que le debo.
Van al colegio de la pena, van al campo de lágrimas absorbidas por sábanas manchadas. Todos sabemos que es semen de un mamarracho hijodeputa que además de correrse sin respeto, le pegó una paliza de muerte. No ha salido a hacer de su esquina su oficina. Hoy no. Pero todo es tan rutinario que a los niños les quitan caramelos, se caen, se rompen un diente y lloran. Rutinario, lamentablemente.
Me noto oxidado. ¿Me notas oxidado?. Creo que tengo que escribir continuamente. Hace demasiado tiempo que no cumplo la promesa que le hice a Buko, aunque en realidad me la hice a mí mismo, acerca del número de hojas al día que hay que escribir. Estoy atascado en mil excusas que sé que no son más que eso, pero esto de explicar y explicar y explicar no lleva a ningún sitio, no es de gran ayuda y para lo único que sirve es para saber (una vez más) que la explicación distrae la solución. Presa avisada que hubiera podido olerme y se ocultara bajo el manto de la complejidad.
No me gusta este block, ni por fuera ni por dentro. Sé que esta no es una profunda reflexión. Sé que parece otra excusa, demasiado estúpida para ser falsa, pero tengo que terminarlo como el cocido de sus manos, el dulce tuétano viscoso anochecido, gelatina de terminaciones neurales. Lo terminaré y compraré un bonito cuadernito de anillas con tapas azules.
Ha vuelto. Cuando sonríe me recuerda porqué elegí este local, porque fue una elección, no más que una elección, por el precio y por la calma, por simpatía y autobús amarillo que frena en el semáforo. Unos locos viajan en el techo congelándose en el aire congelado, que no gélido, de mi ciudad. Voy perdiéndole apego, no me siento enamorado y veo caer las noches en su rostro urbano sin esperar hacerle el amor. Entonces, porque siempre hay un entonces, recuerdo el tiempo austral dónde la conocí, porque fue más un lugar en el tiempo que un momento en el mundo.
Fue una ciudad abierta a mis sentidos y viví sus mieles hasta enloquecer. Bebí también sus ubres saturadas de maldad, muy a lo baudelaire, así como suena, para reírme del absurdo y de la evolución. Un ritmo sin t fue conocido con cocido y a la anochecida nos volvimos a encontrar bajo la ducha. Ducha buena y eterna que en Bostwana se festeja con gritos en los campos, sabana cargada de los últimos dinosaurios.
Una bandeja plata rompe mi silencio.
Sil encio.
Me planteo si vuelvo al psicoanálisis y no sé qué hacer. Me da miedo su fuerza pero ante la posibilidad de debilitarme con cantos en rima de compañeros lacónicos (ay!, pobres…) no sé qué hacer.
Abierta
te miro
descarado
desafiante, incluso,
insolidario
con el llanto que puebla tus ojeras
con la forma imborrable de tus senos
en una lana que dibuja con deleite cada curva
pero estás lejos y yo soy muy cobarde
estás lejos
y yo
yo no sé
si volver al psicoanálisis.
He pensado en los precios, en lo que podría o querría pagar y tengo claro que me convendría pero tengo miedo. Más miedo que nunca de verme vulnerable, de saber que he de confiarme a ella, a Paula, pues la pobre tiene nombre en mi vida aunque ella no sepa manejarlo.
Casi no puede caminar
dos pasos son mil pasos
suda mear
como quien caga miedo
porque ella está muy cerca
tan cerca que se huele
se ven sus cuernos amarillos
su hálito
su mal
porque casi no puede caminar
para volver al lado de su amante
abrazarse a la tumba de su esposa
y llorar
llorar su pérdida,
la de él
la de ella
funesta separación en la tiniebla
que le llama
cada día más fuerte
gritándole su nombre en el oído
gritándole
llamándole
ensordeciéndole hasta que
casi no puede caminar.