Café Galache, M-20001227

Estoy de espaldas a un mundo que no me da la espalda. Es un mundo lleno de color sonrisas y miradas que se acercan cabreados bajo el manto azul intimidatorio de unas botas que se abandona para promover manifestación escrita que se eleve a queja.
No emito juicios rápidos. A veces creo que esta virtud me hace adaptable al índigo párpado del universo viviendo la pluma blanca de su nombre.
Si camino despacio al lado de la vida puedo paladear mi calidez tan discutida y anegar de aire mis pulmones arrancando el dolor de mis costillas. Camino despacio para ver ojos que ven, miradas que se miran y comprender que encima de mí mismo,
está la poesía escribiendo un
culo de mujer.
De espaldas a la luz proyecto sombras alzadas hipotálamo desde el ferrocarril a su diadema. Entré despacio, caminando, sutil tras dos ancianos y recordé un olvido. Necesitaba fotocopiar su vida.
En Japón al abrigo de la cámara de gas, revelé el clon que proclama mi mujer. Testigo sobrio del amor inexpresable día a día, luna a luna.
Volví a la sociedad ferroviaria y descorché el vidrio de mi atención. Aún estaban allí los dos ancianos y ella era paciente; dulce hasta el punto de resultar insinuante y mi mano en el aire dibujaba su contorno de lomo adobado, miel, cera de estrellas azulesgrises. Deseé su cuerpo de mujer, su alma y su voz pero tenía delante otro viejo que tropezaba con sus propios pasos y caía torpe hacia ambos lados. Era una serpiente sin carne, funda vacía de paraguas, capricho de la pena y la miseria que, en ocasiones, deja con vida monstruos sin cabeza, hombres sin piernas, gatos de ojos saltones, ratas de dientes agujereados. Yo quería ayudarla porque quería hacer algo que la implicase en una relación conmigo y no podía pedirle matrimonio porque casi no nos conocíamos.
La ventanilla enorme dejaba barrer su silueta con el discreto encanto de la burguesía, la mía, la del desarraigado arañazo de la soledad al reino del hades. Y me supo a miel, caracolillos de azahar, té de menta hierbabuena su mirada, su pregunta, su palabra. Quise poseerla entre los muros del entendimiento y me contenté con responder a sus cuestiones, me contenté con ser tranquilo para suavizar su garganta aún más. Llegó el instante del papel en mano, compromiso férreo en el tren hecho social y recordé el amor indescifrable con clave PGP: Really Pretty.
Así, llorando silencios vivos balón de baloncesto, acariciando discordante mi añoranza, fui consciente en su risa de que la amaba.
Pero ella era otra y otra era ella como si no tuviese casa y sin anillos en los dedos, sin aros en las orejas besase mi capricho de conocerla. Semáforo ámbar y un recuerdo para verter tinta.

En cuanto pienso en el tiempo entro en barrena y sumo en el silencio, en un vacío oscuro como la calle estrecha donde ayer murió ella.
Hoy los tigres del cubo de patatas son feroces amos de ceniceros que albergan mi desconocimiento y un poco de agua. Tigres mugrientos rugientes salvajes amarillos y negros, pequeñas abejas comehombres.
Salió con la cartera, la billetera asomando la panza en su trasero pidiendo una violación a la espera del hambre. Le arrebataron su dinero en un choque funesto. Albo se enfrentó a él que, sorprendido, gritó – déjame en paz – cuando Eustaquio agarró la tentación y huyó. Tan sólo dos segundos y Albo chilló gorrino degollado asustando al policía que disparó. Temblaron los cristales y me llené de sangre diciendo en un susurro – Eustaquio –. El se volvió aún con la pistola envuelta en humo y escupió odio contra un pobre animal de pelo blanco y largo como alfombra sorpresa que derramó su cráneo. Los ojos se espesaron con el ocre olor a pólvora quemada.
El incremento gris en el cristal fue miserable. Eustaquio yacía inmóvil con un monedero negro, tentador, colgando entre sus dedos que vestían, anticipados, el luto de su entierro.
Una viejita quieta señalaba con su uña el objeto del deseo que causase dos muertes.
El se agachó solemne como quien arranca cabelleras y escupió a su ladrón un gargajo de espuma que recorrió la mejilla en busca de sustento.
Recogió pertenencias e irguió su henchido pecho, prusiano y orgulloso. Bigotes a lo Bismark y una sonrisa hiel se me clavó en el alma.
Ante ese callejón, nunca encontré salida.

Eres, en la distancia,
Antifaro.
Guía de mi perdición.

Cuando margarita supo que eustaquio había palmado, no sintió su dolor, sintió la vida que llevaron, sintió el doloroso recuerdo de tanta cebolla, de vino quemando su garganta, de la entrada en la calle en la que vive, el recuerdo olvidado de su infancia, la ilusión perdida adolescente, frustración ya frustrada y olvidada, sepultada viva y muerta, con el olor también ocre del semen de violación, violencia en botas negras y un armazón con ojos de tiniebla violeta y amarilla, siempre con dibujitos que no tienen contorno, no tienen forma, impresión de luz en el final del párpado. Otro más, dame otro más, un poco para hoy y ya te lo devuelvo, no seas perro, joder, que siempre estoy dispuesta a hacerte un favor. no, no me jodas, no quiero, ahora no quiero, no puedo, no, ¿por qué no mañana?, ¿no puedes esperar?, por favor, tronco, que el taqui se me ha muerto, no me jodas, déjame un poco más y mañana te vas a enterar, puedo hacerte cosas… sí, son cosas nuevas, no sé, por ahí, las aprendí con él, ¡joder!, con él y ahora está muerto pero era gilipollas, si ya se lo decía que una vez le pateó a un madero y lo frieron a ostias, si es que el taqui era gilipollas, me cago en la ostia puta, era tonto, un gilipollas, eso es lo que era pero tronco, no sé, hoy no puedo, déjame en paz, ¡déjame! ¡suéltame! ¡ostias! ¡Suéltame!. Por favor, por favor, que no quiero estar mal, quiero ser buena, ser la mejor para ti, yo puedo ser la ostia, de verdad y me olvidaré del hijoputa del taqui para siempre de verdad, pero ahora dame un poco más, sólo un poquito más. Lo necesito ¡coño!. Si no te lo podías meter por el culo y con la calentura follarte a tu puta madre. ¡No!. Déjame. ¡Suéltame!. ¡No!. ¡No!. ¡Basta!. Por dios, tronco, por lo más sagrao, tío, déjame, déjame… hoy no, hoy no… no… no… deja mi ropa, déjame la ropa, ¡no la rompas hijoputa que no tengo otra cosa!. Déjame, perdona, perdona… de verdad que mañana haces lo que quieras conmigo, como si quieres que se lo haga a tu padre. ¡Coño!. Me duele. ¡Ay!. Me duele. ¡Déjame!. No puedo seguir. No quiero que me duela. Por favor, despacio, despacio… no seas bestia, ¿es que no sabes tratar a una mujer?. Aunque sea una puta, ¡cabrón!, trátame como una mujer, te va a gustar, venga, que te va a gustar.
¿Lo ves?, ¿lo ves?… No me gusta si me duele ¿y a ti? ¿te gusta?. Sí, creo que te gusta. ¡No!. Ahora no. Eso no… ¡ostias!. Deja eso. Suéltame, no, no me ates no puedo hacer nada así y te puedo dar mucho placer, venga cachorrito, venga mi bestia, venga córrete de una vez, venga que quiero que me llenes toda, quiero ser tuya, quiero ser tuya, sí, ya me he olvidao del gilipollas ese, venga, deja de hablar y córrete. Sé que puedes correrte. Estás caliente, me gusta sí, me gusta… no pares… así, sí, no pares… ¡Hijo de…! ¡No! ¡No! ¡Eso duele! ¡Para! ¡Para Animal! Dios…
y su garganta se fue quebrando, dolor insoportable la sumió en sombras y al despertar tenía en sus bragas mojadas una bolsa de jaco extra, tal como quería. Lo había logrado y casi era feliz, casi.
Ella jamás habría matado a Eustaquio pero a ese hijodeputa…
ya veremos.

Esto no es una broma