Lalo quema su sangre con escobas de fuego, lenguas insomnes de violencia atroz. Sus mieles vierten sueños de humos y tristeza que rompen los peldaños de su sexo blando hecho mármol. Tumba de cristales negros, con la grasa de mil caballos voladores que regresan despacio a la ciudad y lo asesinan. El aire se evapora tenebroso en los culos grises de palomas amantes. Se evapora el miedo, sube al cielo y baja en ascensores de luces de colores. Es un edificio inteligente que abona sus deudas con ochenta por ciento de mierda y sobredosis de soledad.
Tres líneas para hacer hueco, llenar triángulos, rectángulos, el tiempo de los asesinos, que no cesan.
Yo sé que ahora vendrán caras extrañas
con su limosna de alivio a mi tormento.
Sigue la dureza del prado invadiendo el aire que respiro. La jeringuilla no se separó del antebrazo de Lalo que me veía entre las nubes de amapolas convertidas en su realidad.
Estaba tirado en el portal de la panadería. Sus rodillas al sol de la penumbra tenían aún restos de sangre y polvo. No sé porqué nos vimos. Yo iba al cine; él vivía su propio melodrama: tragedia griega en la que matarán a su génesis, su consciencia de hombre, su piel y su mirada, su lágrima que aúlla en el silencio de la sepultura. Sudario vivo de fibras color ámbar, crispados los amarres de la indefinición, la infidelidad se hizo añicos en sus profundidades y el tiempo de azulejos
pasó.
Hoy hace un día espléndido. La luz entra en el café como el café en mi cuerpo, animándolo, despertándolo, a la espesura opaca de aros de cebolla con zapaterías galaicas en la druma arañada uñas de gato clavándose en mis ojos verdes. No puedo sangrar tanta miseria. Vivo bien. Madrid punto com y sublima ácidos mortales que marcos no sabe arrodillar. La hoja se manchó con mermelada y labios de mujer que me besan en lo oscuro de una desilusión. Ella se va a la guerra. Sus estornudos transmutados en escarabajos de oro caen entre los agujeros de un cráneo suspendido de la séptima copa antes de perecer. Salí a la calle a ver el mundo, su pelo enamorado refleja rayos silantrópicos cual amartillo el cristo de la filiación láctea.
Un hombre mueve un tonel de aluminio de lata, con su pelo de oro licuado en forma sana. Son aros de sus orejas. Orejas en las planchas que arropan mi nicho. Niñez asosegada sin calma ni edulcorantes. Lalo vierte su espuma en labios sin control. Sus dedos rotos tocan fondo, acarician el acordeón de sus costillas y se extirpan otro piojo de su mente disuelta.
Mientras, fosforece la estrella de la plaza Callao, una blusa de ante define lo infinito. Dios existe y es bueno. Yo soy un mal poeta. De hecho, yo, no soy poeta. Nunca más soy poeta. Quiero escribir a fuerza de necesidad motor: escribir, escribir, perdiendo la razón para encontrar el suelo, pisar con líneas vanas que salen de mi culo, del culo del yoga, del cigarrillo que sostienen sus tentáculos digitales, su ansia de amistad, una curva siniestra, gritos de oscuridad, ella no lo vio y lo pisó. Sus pies descalzos cargaron la tinta del bolígrafo sidoso escribiendo el poema final que ha de ser apócrifo.
Desapareció en el fondo de su pensamiento. Su autoabsorción fue comentada por doctos interinos que agitaban la luna buscando explicaciones. El rojo de la azotea armó el revuelo de troskitada que me hizo como soy.
Y soy muchas cosas, pero no soy poeta. No quiero ser poeta si la poesía es el psicoanálisis, pero quiero el psicoanálisis para sí mismo, para la libertad, para las iras y las miras, guerra mundial por fascículos coleccionables en trapecios de músculos laxos.
Lalo está olvidando que fue un hombre.
Son nuevas caras porque apenas recuerdo qué le pasó a Margarita después de ser violada. La mesa era azul. Azul y blanca.
Y sus besos se cerraron, crisis de corazones duros. Labios acero. Servilletas de piel humana para limpiarse los restos de comida canina. Un incisivo de plomo que regía una provincia de la desdicha. Pobreza interestelar en sus gafas que suavizan azahares entre ruidos de móviles y Sade. Ella suena. Los gritos del silencio en inglés multicanal. Cerdos de latón. Sarcófagos de altura inconmensurable. No tengo palabras colibrí para dirigir la orquesta de mi escrito. Se rige por vocablos de diccionario albino. No hay razón para seguir. No hay razón para escribir. Brillo dibuja círculo encerrado, abarrotado de parias que gobernarán la tierra. Sus corbatas de seda les limpian las babas. Ellos no son Lalo. Ellos no tienen espuma en sus labios resecos. Sus lenguas son veneno deshidratado. Arremeten contra las acciones en el aire de artilugios ígneos. Centrífugas sonrisas huyen de entre mis mieles con cariz de habichuelas que agitan banderas hollín de crisantemo.
Piedra palermo de rosas escocesas que muestran su coño abriendo sus piernas a la estratosfera. Un cometa se corre dejando estelas de insectos vertebrados con clones de millones de seres que invadirán la tierra.
Yo voy a clonarme. Sí. Lo he decidido. Voy a ir a mi médico de la seguridad social y, basándome en las leyes de la igualdad, pediré ser clonado en cienmil ciudadanos que irán por el mundo esparciendo el esperma de mi poesía. Vomitadores crónicos, llenarán las bodegas para vaciarlas de existencias. Acabarán con todo lo que lleve mi nombre y gritarán ¡Giusseppe! ¡giusseppe.net!.
La virgen del Palen será mi próxima inhumación acabando en la constelación fantasma de IO alrededor de planetas que no pueblan mi casa.
Clono y clono. Luego, reproducción en espiral y sus genes se mezclan. Fornican y obtienen distintas combinaciones, códigos de barras diferentes, perfectamente distinguibles en la UGT y llaman a cada uno por su nombre y los primos clones se llaman Adán y Eva. Al fin seremos dios y la cagaremos como él, qué enorme gilipollez la de no comprender sus errores.
Tendremos que Babelizar el genoma con diluvios de ribosomas amorfos. Diferenciar lo indiferente y ampliar el espectro del arco iris hasta distinguir clara y discretamente el continuo de flores que los cojones de Alf no necesita porque Dune anochece en los labios, en los dientes de giselas perladas, sus amarillos anteojos visten de blanco como la evra. El apetito arpío zarandea la ventana temporal en la que JFK carambolea con Cuba para acribillar la tierra conocida. Por eso hay que extraer petróleo en Alaska, y lo siguiente será clonar lapones en Amudsen-Scott, mientras sus un MP3 reproduce a Mecano metálico y blanco, alzando su santurrón en la zima del polo. Helados de amor fabricados sin sexo. No habrá reproducción ni copulación ni cooperación ni copatrocinios de ningún cobarde enamorado.
Yo lloraré y yoyearé como me corresponde. Serán cosas extrañas tributando un helicoidal restaurar a mi vida cansada.
¿Cómo pueden beber whisky por las mañanas? El hielo lo importan de Groenlandia junto con el molibdeno que es el origen de la vida. Ese extraño cometa follador. Esa invasión extraterrestre que satisfizo la investigación sueca donde el matiz se hace dinamita para vivir nuevamente, lanzarse a galardonar el peso del sistema, como una vela prismática argentina llena una esquina de la papelera en donde me alimento. La soga de la vergüenza pende sobre mí. Mi verga se excita con el recuerdo de sus curvas. Mentí como otras veces pero ellos lo creyeron. Pudo haber sido verdad, pero no lo fue. Pretéritos imperfectos que hicieron las delicias de merluza con lentejitas de arroz a la giralda tornasolada que tiene más base de la que soporta un clónico musical sin tarjeta de crédito.
Abatido, pienso en lo que me resta por llegar a terminar esta novela. Ya he llegado a la determinación de que lo es. Y no veo el momento en que llegará a tus dedos, a tus gafas presentes que alucinan con ser la cueva de tu simpatía hecha córnea, cristalino, niña de tus ojos. Retrato oval de un despertar, la vida raptada a los cantos del dolor. Ella murió. Margarita ya no aparecerá. Pero su recuerdo eterno estará presente en las canciones de las calles, llenará los estantes de la memoria histórica.
Desamparados todos, uníos en llanto y vestid una diadema de rentabilidad solemne que ablande el paso hipopotámico de las vacas azules. El negocio de la cristalera es mirarte, como yo lo hago, en la sombra de una mesa sin lápidas.
Llega hasta mí el olor de tu distancia, jarabe de hiel que abduce mi sensación, es la dicha almendrada de tu rostro, patina hérica de tu nariz clásica, dórica columna del templo de tu inteligencia, sensualidad rosada de bolsos de mujer. Fetichismo del cielo, imagen angular de mi horizonte, crisis en la penumbra, juego entrecruzado de arroyos saltarines que riegan las piedras rodadas de tu mirada.
Pero los analistas aseguran que el negocio no es posible, que la crisis me sumirá en la desesperación, que la ducha será la única arma paliativa lavandera de mis vísceras enarboladas como verdaderos baluartes de mi pasión desproporcionada. Una manifestación se convierte en invencible por la fuerza de sus convicciones. No me atrevo a escribir lo que no debo. No soy libre. No soy libre.
No seré nunca un poeta. No sé, ni siquiera, si quiero serlo. Voy a escribir. Voy a escribir y leer. Quiero escribir como bailarín de la palabra impresa, llanero solitario de cartucheras portátiles.
No sé si me atreveré a viajar con un portátil de 13 pulgadas por los bares de Madrid y escribir relatos sin sentido. Proesía y más proesía. No sé si seré capaz de terminar algo en mi vida. A lo mejor no hay nada que terminar. Las cosas vienen y van. Sólo hay que estar. Abrir los centros energéticos y ser un filtro activo, una amalgama de carbón y otros metales a través de los que canalizar la televisión interactiva, la droga urbana, el teatro amateur, también llamado teatro alternativo, las violaciones de nuestros derechos universales de ámbito local, el comercio electrónico sin encriptación que valga, terceras partes confiantes, notarios de amor, familias, cárceles, cánceres, el sida, la guerra de los mundos, el primero y los otros, su sexo reglado, los cantos de Maldoror, canibalismo libertario, secretos de estado, estados alterados, unos ojos de mango azules y mojados, humedad en sus labios, la vida en mi capullo palpitante, sexo en mitad de un tintero vacío, unas patatas bravas, calamares suecos, brahamanes carniceros asesinando sus esposas con la crueldad de un apagón, una célula fotoeléctrica que se enamora de la sombra capaz de comprenderla, su mirada tan tímida como la mía, una actitud clínicamente probada donde la probeta está engendrando a mis sucesores follándose la Biblia y el Korán con la fuerza de un Tenotchitlan en cumbres borrascosas donde sus labios se abren y entro por ellos al sistema circulatorio con sabor a cebolla y ajo de su paladar.
Salto al vacío, invado sus pulmones y me abrazo con las piernas a su tráquea; la polla emite vibraciones con mensajes GSM y labra un surco en su respiración. Me mira con nostalgia de desconocimiento y su perfume convierte un culo en alma permanente, trascendente, alma de patxarán y rockandroll donde su coleta (noche) dibuja el instante del aperitivo.
Quemándose el brazo, Lalo encuentra el placer de sentir, quiere ser un hombre. La escoba acuosa impregna su negrura en las telas gastadas que apenas cubren un cuerpo inanimado. Sus vértebras chirrían himno de corderos que la comunidad llama accesos de violencia cuando es un animal herido, un oso sin piel y sin tendones que la carcoma arroja al mar del sufrimiento, dante escribiendo una rebeca inaccesible de violetas con viga al ritmo de mis pulsaciones.
Es la propaganda.
Una vida así no la tolero y no puedo evitarla. Así escribo, desde lo más hondo de lo que no sé contar.
Kansas era su sueño dorado y sigue aspirando (entre otras sustancias nocivas) a tener un rancho con búfalos exterminables y una parejita de rumanitos que armados con globos de 1 metro cúbico ocupan el lubricado aspecto de su imaginación.
Oleaje de naufragio donde la ciudad se vierte como océano invertido remontando salmónicamente el cauce de los acontecimientos.
Así de suave parece ser su tersura, su superficie infinitamente derivable que oprime mi corazón mientras intento silenciar mis tripas. Gritan la enanez grotesca de su joroba marrón con cúpulas grandilocuentes con alguna diéresis puntiaguda. Así los guyis guyis son más felices y sus piquitos nocturnos engendran el termostato alterado que no levanta cabeza por encima de la manta. Ella cree que puede mentir y yo sé que ella puede mentir aunque sus dígitos orgásmicos penetran en su pantalón buscando un clítoris capaz de descomponer la expresión calmada del dalay lama y hacerle desear clavar una lengua de dos leguas hasta el fondo de la (cobertura del sable) y más allá atravesar la idea en la que existo, el otro en el que habito, esa sinopsis que me menciona, me hace inmortal, si no como poeta, al menos como la mejor pluma que jamás gozó. Quiero firmarle autógrafos en el pergamino vivo de su intestino, escribir los versos más tristes de mi vida en el envés convexo de su pulmón izquierdo, en la concavidad de sus protuberancias, de todas ellas, sus curvas afiladas, ser la bombilla de una lampara hecha con su carne, alimentarme con la sangre fluida de su lengua hasta que palidezca, hasta que una mirada suya sea una mirada mía y fundirse sea hablar por tus labios diciéndome te quiero.
Es algo recurrente esto de la penetración más allá de los límites establecidos por la normalidad. Es la trisexualidad que hube estado buscando desde mi primer dedo, aquel que fue chupado hasta que desgasté, impreso como estaba por santas señales que me distinguían como noble descendiente de una cigüeña blanca llena de capuchinos con mantequilla más morados que el cítrico artemítico que halagó mi trabajo con su risa sinfónica. No hay música en mi escrito. No hay ni siquiera ritmo. Sólo un loco balido que desbocado aborda la proa de mi presente y se erige en visionario de un futuro que fabrico, de la nada, creando, creyendo, un escritor, un inmenso escritor que acabará en la cima de los montes escandinavos navegando en Internet con un ramo de avestruces que no tienen DNI.
Mientras la espera, me tocará leer. Mientras leo, me tocará escribir.
Más tarde, leyendo y escribiendo, tocaré.
Pero eso será todo; más tarde en un tiempo lineal que no ha llegado. Ahora, me toca cocinar.