Café Tortoni, BA-20010117

Yo estaba en la cama sudando, bajo la acción inocente del ventilador. Al otro lado de la pared estrecha, un jadeo ascendente comenzó a despertarme.
Era una voz de mujer, suave y melosa, cálida como el húmedo aire que entraba desde la Avenida Callao, las luces del luminoso intermitentes como la respiración de la ciudad acompasaban su ritmo, el ritmo caliente de sus agitaciones.
Encendí la luz de la mesilla y abrí de nuevo a Dostoievski.
El ruido mineral de una cama crujiendo arrasó mi entusiasmo literario. Calor. Sudaban mis orejas latidos de esa pared testigo de ese orgasmo, se aceleró frecuencia de gemidos, vértebras metálicas chirriaban incesantes.
Apagué la luz y entró el escándalo mecánico surcando la avenida. Perdí, por un instante, las pruebas de su orgía.
En el techo, las aspas sordas batían el aire que me llegaba en ondas al vientre acariciado. Sábanas mojadas empapaban de sudor mi espalda.
Un alarido retomó mi concentración en la superficie próxima a la cabecera, los gritos reflejaban un cambio en la postura, carne cacheteada, sexos encontrados, labios mordidos, ir y venir de golpes contra el cielo, el otro cielo, plateado de nuestra frontera intransitable, metal, piel, sudor, sonidos, semen, gritos que se alzaban paralelos en la noche, violando la Avenida, sudor y semen solitario sin un sonido, sin gritos y entrepierna empapada en líquidos viscosos. La sábana proteica adorando mi sexo, de nuevo, nueva luz, aullidos simultáneos, sudor piel culo polla abrazada en la hierba en el bosque sombrío rociado de miseria, semen que se divierte inundando su entraña, últimos estertores de un somier que protesta, llantos que no son llanto, sexo no gratuito, olvidado, en la noche de la Avenida Callao. El luminoso sigue titilando en la noche, insomne y descuidado. El ventilador cesa su queja interminable. El aire se detiene, se posa entre mis piernas mojadas y calientes mientras al otro lado se escucha el gruñir de goznes oxidados. El baño está en el pasillo y lo recuerdo. Mi mente piensa libre en ir por la mirilla a espiar un rostro oído a través de un tapiz, una cara sin nombre, ojos de pesos colorados; mi cuerpo no obedece las ansias de mi espíritu y cansado se retuerce entre sudor y semen gastado en el verano cálido y caliente de una noche cualquiera en el Hotel Nueva Lourdes.

Estoy en Buenos Aires y esto es lo que escribo. Retazos de memoria de tiempos revenidos, noches de lujuria, frustración impotente al lado de novelas ejemplares añorando su sexo, su aliento y compañía, deseando competir con ruidos contra el viento de la tempestad azul que surca sombras chinas. El luminoso grita su adiós desde la ventana y los rayos de la noche infectan de humedad mi soledad buscada. Añoranza.
Dejo caer mi cuerpo a mi costado. Unas últimas gotas aún rezuman de mi sexo humedeciendo toallas que aplacan los sudores, injustos, de la sábana. Ella no está a mi lado. La lámpara se extingue, la luz ya se ha acabado y veo unto a mí una mosca pequeña, diminuta, jugando con la almohada.
La capturo y encierro en una bolsa azul, de plástico necrófilo, ahorco su libertad tras una jaula improvisada.
Esta mañana aún estaba allí, batiendo su desesperación al lado de la ventana. La avenida chillaba su cotidiano arreglo, obras en las aceras, temibles soledades se alzan entre los autos, se alzan tras las paredes.
Tomé un baño que fue limpieza en cuerpo y alma pero la sábana blanca ya nunca más fue blanca. Brillaba la tristeza en manchas clarioscuras y al salir del pasillo pensé que encontraría la causa de la muerte de una mosca nocturna. Crucé junto a su puerta con curiosidad abierta y, de súbito, apareció en la cama la chica del servicio de limpieza mirándome muy tímida y diciéndome que todo lo sabía. Pero ella no era ella y yo ya no era yo y seguí mi camino con rumbo al descensor.
Salí a la calle y llegué a este local marrón y ahora que recuerdo la noche de esta noche, me siento bien, alegre, con algo que escribir entre los dedos, con algo que sentir en el cerebro, con un sexo insolente que opera por su cuenta, un oído avezado cotilla astuto y ciego. Recuerdo una noche de un trío protegido por la incomunicación, aislamiento hecho de yeso, estéreo en el orgasmo de silencio y aullidos, de miseria y de felicidad.
En la Avenida Callao, mientras tanto, los coches seguían surcando el tiempo y el espacio. Dividiendo en antes y después, en aquí y en allí el cuadrante del meridiano, la duda y la certeza, los autos sin frenar seguían su camino como si no supieran qué había pasado allí.
La mosca muerta por el sol insistente entre cortinas, la frustración de la soledad armando una canción, recuerdo de Sabina, la mirada cómplice de la recepcionista que dijo “qué calor esta noche, ¿verdad?” mientras yo preguntaba al fondo de mí mismo “¿lo sabe?” e incluso “¿Será ella?”, pero nuestros ojos se cruzaron blindados contra el miedo, al miedo de estar solos, solos en el universo.
Sólo existe la noche. La noche de la luz había acabado, la noche de la sombra empieza.
Sus brazos me miran en la esa batida de pomelo, la grieta se abre en el suelo y el terremoto absorbe su líquido semiótico al tiempo que un genio sale de la botella y me concede el deseo… y punto. Esto lo considera suficiente, grandísimo gilipollas y siento que se escapa al lado de la guerra huyendo de mi compañía, perdiéndose en la noche, negación de muñecas que gesticulan en el aire un canto de sirenas abisal, perfidia en negro de crespones plata como el río que anochece, estancado en mi mirada, sus ojos azules, sus labios grana, la expresión de su córnea que es córnea caprichosa, princesa caprichosa, princesa de los cuentos, cosquillas en el coche, abrazos que derraman su cortés despedida para siempre jamás pues la infancia se muere, la inocencia se acaba y crespones muy negros agarrarán su talle, verterán un saludo nocturno a un camarero, asirán el secreto de mi palabra escrita y olvidarán crueles la dicha de mi amor. Ella será mañana desdicha en flora de loto quebrando los anhelos de sus enamorados, los romperá la crisma contra sus dientecitos, sus caricias de fuego quemarán el amor y lo convertirá en sexo, sus brazos alargados poseerán el secreto de poder desgajar corazones sin miedo, sin verter una lágrima por no manchar la córnea, ni de helado ni en llanto febril como esperanza de renacer al mundo en forma de sirena saliendo entre la bruma de miles de poemas, de versos infinitos que se escriban por el aire transparente donde lleguen bebidas al surco enamorado de su boca, al canto sutil de las mañanas, al aleteo mortal de moscas cautivas, de celos de atragantamientos por no caer en la luna como quien describe una curva perfecta pistacho y fresa al caminar por la vereda donde el kilombo alcanza Savoy y trae dos vinos para regar cenas de siluetas asadas al abrazo del tiempo, entre velas y estrellas, bajo el techo iluminado de luz blanca y de nieve, la nieve en las ventanas, las armas que se enojan por no poder matarme y poseerla toda como yo la poseo, a todo terreno, en la distancia de mil océanos y la violencia de su sexo.
Ahí, en ese instante, sus mates y sus crisis, su pomelo maduro se abre ante mis ansias. Me alimento de besos que me llenan la piel, garchamos la noche de la luz, la luz en la noche veo en sus ojos, culo de vainilla y en su mirada sale el sol para garchar y garchar, garchar sin descanso, raptada, luz de sombra en la noche de sombras, en la almohada de lunas, en la crítica escrita por un rabioso enemigo que ve en Territorios el despertar al mundo del mejor poeta de todos los tiempos. El héroe de una Troya que ya no tiene sitio, Helenas muertas como moscas en bolsas, meretriz de la alcurnia al lado del tabique, rusos en la tiniebla hablando de Madrid, de Calle Desengaño, de muerte embotellada vendida en ambulancias allá donde se prohibe la venta itinerante como si se pudiese dejar de poseer deseos agotados, silencos de frustración agitados y oscuros.
Son un canto a la ducha. A la lucha también, de tanta globalización al otro lado del globo rompiendo las pelotas y lacerando el apetito, sin una mascarilla que oculte la verdad, mi verdad con forma de alquitrán en una playa blanca de arena fina. Una inocente mancha que pegará tus dedos, se meterá en tu sexo y te poseerá, valiente y decidida, de barro y una mirada que fue sorprendida entre los jirones hechos por la brisa durazno de su crepitar albino. Son azulejos como sinsentidos que tiempos arrastraron al tono de sus músculos, abriendo en trechos arcaicos las venas del bife ensangrentado. Sus brazos se pliegan y abrazan la copa al bies de la derrota en sus labios pudorosos. Una caída en la vara de su nariz sonora alcanza la mañana con la prisa del príncipe Rakovski que llega a este mundo entre carros de amianto encontrando el centro de su raíz primera, rodeada de tenedores y una falda solemne cayendo entre sus muslos que me desean ardientes con dedos enervados sobre la paz del mundo y una pistola con balas de colores entre ella y yo, su suicidio va a apartarla de mí como silencio, el miedo me aparta a mí de ella. Curtirá al otro lado del muro con su amiga y compañera metiéndole en su sexo el fondo de su lengua. Sus gritos se esparcirán más allá de las nieves perpetuas de la Antártida donde un glacial relamido se derretirá entero y arrasará la estación de estudios espectrales.
Sus dedos, dedos fibra alcanza orgasmo, se violan en la sombra tumbadas contra el piso y somos los tres un recuerdo de Dios que se gastó una paja para cagar el orbe, flotando entre las grasas de chanchos sin destino. Una cabeza baila el tango de perlas de su cuello, diamantes antivaho para empañar mis sueños y no dejarme ver, frenarme, auto, en la acera, con un copo de aire regando el 9 de Julio, dos luces encendidas en el fondo de un cubo y son las 2 y cuarto y rompen en la niebla lumínica de arriba sus bandejas de plata entre el pasar del tiempo y un dolor inhumano que puebla mis tentáculos entre enigmas andantes pingüino en la distancia, milonga que te acontece ahora que ya no estás y la fortuna de sernos siempre juntos florece una vez más como prado sentimental a la orilla de ríos de manteca y baños de pomelo mientras oigo sus voces de cálida esperanza y un pelo arroja el símbolo de desesperación. Está pasando el tiempo colgado de tus senos en rosa y en violeta, en drogas y miseria. Sos lo peor, digo y lo creo cuando las aspas del televisor me cuestan 5 pesos. No gasto 5 pesos para tener dinero. Voy a publicar Territorios y te quiero adorar para arrojarme al ebrio momento de engañarte con un beso en tu boca, la mente en otra parte y dándote las gracias por siempre, por siempre para que tu amor me haga persona, para poder amarte aún más y no adquirir frasquitos de durazno al terciopelo en flor con una bombita azul que se desploma extraña sobre un ramo de nieve que llamamos papel. Cuaderno vertical; visceral como el canto de un pez lleno de palentinos expertos en vírgenes del porvenir más bien turbio. Son las agujas de la crispación que me regalan un segundo nuevo ante tu mesa, ante tus tentáculos ingleses con látigos masoquistas que gimen cuando te azotas, flagelas tu cristal espalda y acaricias tu pecho porcelana. Son la guerra y la luz, cama de olvido, garra del descubrimiento que se detiene ante mi marcha veloz incontrolada. Luces en los billares que ahogan un secreto, un ramillete de bolas descojonándose ante tus pezoncillos sonrientes y dolientes, brillo de canas que estimula la conversación… ahora está lejos ese muro caliente, esos ladrillos rotos clavados en tu piel, el hálito abrasador que te acompaña. El tiempo va muriendo y voy queriendo terminar pero no hallo las palabras, no encuentro ante tus piernas nada más que decir: un ruego, una súplica, anhelo… que te abras, que me dejes entrar y quedarme a vivir, escalar por tu sexo hasta dentro de tu estómago para que te alimentes de mi sangre, para que respires por mi boca, follarte de dentro a afuera como si fueses trasparente y que agarres mi pija con fuerza decisiva, me masturbes masturbándote con el consolador perfecto, mojes tu mano en litros de manteca cálida derretida y me atenaces el miembro en erección, yo pondré la mesa en lo alto de tus pechos y un beso desde el fondo de tu corazón que llegue hasta tu lengua que no pueda parar, que no sepa de donde le viene tal orgasmo y se retuerza buscando lo imposible, buscando mi piel que no es más mi piel pues vivo en ti como habitante eterno, conciencia hecha cuerpo, mis brazos son tus brazos, tus nalgas son las mías y abrazo dos pechos con mis dos manos que son tuyos con mis dedos retorciendo febril tus argumentos.
Pasado el gran orgasmo en que seremos uno, alcanzaremos la armonía como restaurante con zona de fumadores. Beberemos juntos y viviremos juntos. Y juntos abrazados nos despertaremos por siempre cada día, noche luminosa de la noche.

Esto no es una broma