Empédocles

Empédocles no me podía ver porque sus pupilas miraban hacia dentro.
Desde la entrada al templo provocaba asco intentando buscar compasión y un poco de dinero para pasar el día.
Ya había entrado el frío en las calles, aún soleadas, de septiembre y quizás por ello los transeuntes llevaban paso acelerado pudiéndose distinguir entre ellos los turistas armados de cámaras de vídeo.
Ahí seguía Empédocles, debajo de la promoción otoñal de Ulloa Óptico en la calle del Carmen y yo, mirándole, me sentí estúpido y cobarde.

Esto no es una broma