Septiembre, 1995

Ha pasado un nuevo día que ya es viejo, ya es ayer y voy camino de regreso a casa, a mi solitaria centrica casa de Anton Martin, en la que pasar la noche solo, como tantas otras veces, como tantas otras noches en las que compartir el lecho con la almohada y la Soledad, peremne amiga y compañera mía.
En el autobus, junto a mí y tan lejos, sin embargo, sentada una joven apulvarada y encarmintada que algo tendrá hoy que ver con su novio y en el resto del autobús, tercera edad y yo con mi amiga, con mi eterna amiga Soledad.
Fácil se ve que el tema me obsesiona y no puedo ver las bellezas de este mundo pero es que su perfume no me deja concentrarme en otra cosa que en mi soledad desesperanzada pues acaso existe una verde esperanza duradera que, cómo licor de manzana, me haga creer que no todo va mal y que queda una salida dentro de los límites de la continuidad de la vida mía?
Vida mía… y pienso en ella.
Vida mía… telefoneándole.
Vida mía; Patricia; vida mía.
El tráfico denso, pastoso me permite escribir hoy en este transporte el que siempre maldigo hacerlo…
Perfume y labios rojos, auriculares aislantes, párpados celestes y brazos cruzados me alzan a mirar descarado su rostro inconsciente, su barbilla suave y su cuello suave; al menos desde aquí, lejos en la distancia llena de la niebla del aislacionismo que nos rodea…
Despertar; ha despertado!
Sus manos examinan la máquina de música que le mantiene aislada… manos, dedos, reflejan su indiferencia y me propelen de nuevo contra mi … siempre lamentándome!.
Nos metemos fuera de la rutinaria ruta y tengo ocasión de preguntarle que si seguimos yendo a Madrid y … finalizamos la conversación.
Ella se baja antes que yo sin que mediásemos otras palabras que el «me dejas pasar?» de rigor y le digo que si y, allá va, en el barrio de Raquelt internándose y yo… a Plaza Castilla y sigo solo; una noche más.

Esto no es una broma