No pedí el perdón que debía haber pedido por retrasar un infinito hasta postponer la voluntad sacrificada con un nombre femenino que llena de miradas mi costado influyente.
Sus ojos son alemanes y gritan ánimo informe de pesadumbre por la carencia del paso de la guerra y otros capitanes que dejaron su piel al cañón fálico de la nocturnidad. Su lengua se dibuja azulada como lágrimas de mariposas que alzan música ínfima a la hoguera de horas sin influencia de escritores que pasan sus arboledas al atado de su realidad hecha de una madera especial.
Se trata de librarse de los violadores que toman la libertad de sentirse más fuertes por ser más atrevidos. Dejan su piel en las oficinas frustrantes del sexo sin anteojos. Son los lobos de la desesperación que montan en bicicleta y dejan arrastrar sus pétalos de cálidos amores olvidados en carteras vacías.
Sin un problema por resolver, los profesores imparten lo indivisible como restos de poemas que son demasiado literarios. Quiero hacerme escritor y no me doy cuenta de que voy por mal camino. No escribo. Sus influencias nocivas me llenan de aflicción y dejo de tiritar cuando relato el último crimen cometido. Una furgoneta surca el silencio y no entiende lo que no quiere entender para reír y darse cuenta de que brilla de forma especial cuando las luces impactan boleando sus narices de trampa mortal en la que resbalaré sin cuesta hasta sus labios. Carne hecha carne, sexo hecho sexo y vida hecha vida que se vive, que no se muere nunca. Por eso soy inmortal, por eso soy el dios de la palabra y el silencio, cantor infinito infinitésimo de versos esdrújulos cuando sus dudas tartamudas se alojan en canciones que comprendes demasiado bien. El proyecto de sistemas discos es la bomba que revisar antes de cada noche, de cada anochecer en tus silencios.
Michael Man es lo que surge de la furgoneta y alcanza la nube primera de la primavera que deja surtidores de islandés en el flamenco por perder desde los intestinos que te aman, las tripas enamoradas y tus sinquerer albinos en forma de culos que viven encerrados en pantalones de pana con tantas letras en común que contar sobre la dicha interna; no hay un sistema de sillas sobre la luna astral con un miocardio de agua que invadirá la piedra en el zaguán ovalado.
Estoy escapando de algo que no conozco y temo. Sé que temo sus ojos mirándome y sentir el deseo entre las piernas que han de incomodar germania entera cuando abre las suyas y escapan pelos de su vello púbico rosado, salpicando un flujo en el ardor del mito que rebaja la dureza de la guerra de los mundos. Se fue a cagar y su culo habló de mí y le dijo que mi polla amaba escribir tanto como follar y la llenaría de autógrafos de vida en su espalda, caligrafía de cinematógrafo abrasando el marfil violado de sus muslos.
Se fue y el tiempo acerca el tiempo que pasa alejándose. Ella ya nunca más podrá vivir sin mi recuerdo. Sus ojos se abrirán en el espejo cada mañana mirando en sus anteojos mi mirada cándida y seductora cargada de sonrisas de plomo bien afiladas para atarla al desnudarse contra las paredes de papel verde que gotean llantos de vísceras sobrehumanas, curiosamente, donde los sobrehumano no existe porque dios no lo permite.
El sol aparece sobre piedras de judíos que ardieron en pagodas duras de humo blando que se izaba bandera de la inhumanidad.
Fiesta de dios criatura asesina alma sin alma que de su nada imposible creó las nuestras. Luego llenó el silencio de palabras para hacer esposa eterna de la muerte a la poesía.
No hay lugares que deambulen entre tinieblas de cervezas más allá de una televisión masiva con el diecisiete de olgas en las iglesias que acampan caravana en la guerra impía que surte el enigma arañado sobre las invertebradas patatas de la bolsa abierta con gayas de inmensidad abalastrada en la parra romana que mira sin frontal, sin un destino arborescente, en la sirena añil de un lilo que no arranca maestros de asesinato y droga, ditirambos del morir que inclinan el pecho ante la vida inocente de jóvenes impolutos a los que pueden profanar. La mesa, hoy, también era azul.
No sé qué hacer con margarita pero uno de estos días volverá a mi cotidianeidad alzando su petición, su casi ruego, de ser una vez más mi protagonista y roncar una nivola que es una cagada de cerebro que (ja) celebro en cada línea anaranjada de sangre marciana que mana mi dedo izquierdo con la confirmación vaquera que tiene fe en la nada a la que llaman dios. Son cosas que pasan. Sus aullidos se oyen en las sombras, sombras que son sombras de sombras poe-ticas en libros de vejez hecha verdad. Sus manos se frotan y vacilan cuando las tortas vuelan hacia cigarrillos de liliputienses que se venden en las esquinas por donde margarita musita su miseria, su plegariadolor, de añoranza estaquiada al tiempo de los asesinos que mil besos convertirán en términos de estación sin una razón a la que inducir al terror del canibalismo lleno de huesos de dedos, falanges “despellejadas” en el pellejito de la simpatía. Las cuestas hacen volver a tangos que liberan mundos hexaédricos cuyos bornes giran sin gardenias de bolsos en sus ansias. Son ánimas de purgatorios de la desidia. Una crítica pura hecha mujer encaramada a taburetes de mil metros de altura desde los que caer en picado a la luz de las bujías de la eternidad que tiene sabor a café mal hecho y agua extra de sal y amoníaco en flor para regalar tu ausencia vistiéndola de paraísos en frivolidades que carecen de azucareros rojos plenos de seriedad y bocados de caballo sin mesón de crímenes con coca-cola de callao perdido entre la bruma que enloquece como la protagonista.
¿Alguien no sabe quién es la protagonista de esta cosa?
Yo sé quién es aunque no sé qué hará. Yo tampoco sé qué haré y, sin embargo, mi vida es mi nivlola de incontables libertades de plástico azul que llena de espacio la lumbre del silencio.
He quemado, en Toledo
los quince cartuchos
temblorosos de turismo con forma de
mujer enigmática que mira y mira…
yo, me voy.