La desaparición del Rex

– Ha desaparecido el cine Rex.
– No me jodas, Gutiérrez, ¿qué te pasa hoy?. – Contestó el comisario al otro lado del hilo inalámbrico.
– Ya sé que es increíble, pero no está.
– ¿Cómo que no está? ¿No está qué?
– ¡El cine!, el cine Rex, el de la Gran Vía.
– ¿Qué quieres decirme? ¿Qué lo han cerrado?
– ¡No! Que no está el cine, el edificio… Estábamos haciendo la ronda por allí en los pares Marta López y yo bajando hacia Plaza de España y lo vimos al otro lado, vamos, como siempre, justo cuando pasaba por la calle una ambulancia del Samur con los pirulos puestos. Cuando subíamos, nos detuvimos unos minutos en la esquina con Isabel la Católica para solicitar la documentación a un joven magrebí que pareció rehuirnos. Todos los papeles estaban en regla y continuamos nuestro camino. A la altura de la calle Silva, que casi hace esquina con el Rex, Marta me observó que aquella calle parecía mas ancha. Yo le dije que a veces esas sensaciones las provoca el tráfico, las obras o la ausencia de ellos, ¿me sigue?
– Claro que te sigo. Acaba de una vez.
– Pues, cómo le dije, a la altura de dónde debía estar el cine Rex no había nada… quiero decir… ni siquiera un solar vacío… como si… como si…
– ¡¿Cómo qué, coño?! Dilo ya.
– Pues… como si hubiesen absorbido el espacio.
– Mira Gutierrez, no sé si te has vuelto loco o qué cojones te pasa, pero voy a ir para allá inmediatamente y más vale que lo que dices tenga sentido. No estamos para perder el tiempo con gilipolleces.
Estas fueron las últimas palabras del comisario al teléfono. Junto con dos agentes salió de la comisaría de la calle Luna en un Ford Scort azul del grupo de operaciones especiales. En la puerta del VIPs pudo ver a Emilio y Marta esperando sin apenas haber tenido tiempo de formar una explicación coherente antes de que llegase su superior.
En cierto modo, esta no hizo falta pues el mismo comisario Cepeda pudo cerciorarse con sus propios ojos, incluso antes de bajar del vehículo, de que lo que le habían contado al teléfono era verdad.
Dirigiéndose a uno de los agentes que había conducido el coche ordenó que pidiese dos patrullas de urgencias y una de antidisturbios por los posibles altercados que pudieran ocasionar los viandantes alarmados o curiosos.
– ¿Me cree ahora, señor?
– ¡Cállate Emilio! ¿Qué habéis hecho hasta ahora?
La verdad es que no habían tenido tiempo de reaccionar y habían planteado la cuestión como algo completamente excepcional ante lo que no sabían qué hacer.
– Joder, va siendo hora de interrogar a los sospechosos.
– Pero, señor, sospechosos… ¿de qué?
– Del robo, ¿de qué va a ser?.
Marta intervino para apuntar que iba a ser difícil convencer a alguien de que era sospechoso del robo de un inmueble y que les dejasen cachearle.
En quince minutos, toda la zona estaba acordonada y doce agentes interrogando en la calle a todos los posibles testigos…
El vigilante jurado del VIPs dijo que por allí siempre andaba un tal Empédocles que era un tío con muy mala pinta y que seguro que sabía algo y que incluso podía ser que hubiese sido él. Evidentemente, nadie hizo caso de una acusación semejante.
Un grupo de obreros estaba trabajando en la vitrina de una cafetería de la calle Silva y debió haber notado la desaparición del inmueble con el consecuente ensanchamiento de la vía. Según ellos, tan sólo percibieron un pequeño temblor como cuando se pasa por encima de la ventilación del metro.
– Claro, eso ha debido ser. Un hundimiento…
– Pero, comisario, ¿cómo explicar entonces que no halla dejado un hueco?
– Gutiérrez, no me discutas. Al menos, en la estación de santo domingo deben haber sentido algo.
Ni en la estación de Santo Domingo ni en la de Callao ni en Ópera sabían nada del incidente ni habían tenido la menor constancia de la desaparición. No pudieron, por tanto, aportar ninguna luz sobre el complicado caso. A esas alturas, pasadas ya casi dos horas desde el primer aviso, estaban avisados varios organismos públicos de ámbito nacional, metropolitano e incluso los de vigencia autonómica.
Del Centro Superior de Investigaciones Científicas vino la tesis de que podía tratarse de una discontinuidad espacial.
– Que no me vengan con chorradas. Yo también he visto esa película y hay que buscar una explicación más simple. – Gruñó contundente el comisario Cepeda. – Se trata de un robo, eso es todo.
El caso es que ni siquiera él mismo apostaba seriamente por esta posibilidad hasta que llegó una llamada directa al móvil personal del comisario en la que se pedía explícitamente un rescate de dosmil millones de pesetas a ingresar en una cuenta de un banco suizo por la devolución de los rehenes y el edificio.
¡Rehenes!. Aquella palabra resonó atronadora en los oídos de Cepeda que no quería perder los nervios que tenía completamente encrespados.
La llamada había sido corta y no se pudo localizar porque emplearon métodos lo suficientemente sofisticados como para enmascarar el origen. Esto fue lo que más convenció de que no se estaba tratando de una broma. Al menos, al fin, tenían el más mínimo detalle de información.
¿Pero quién tiene los medios para secuestrar un edificio de ese modo y con personas dentro? Esta era ahora la siguiente pregunta.
Al habla de nuevo con el CSIC y el Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales, se llegó a la conclusión de que se tenía que haber tratado de un plan internacional pues en España no existía semejante tecnología.
Entonces, el primo pequeño de Eduardo Gutiérrez con su tamagotchi se acercó desde detrás de uno de los agentes que vigilaba el recinto y él se despertó ligeramente agitado enfrente del televisor que se había quedado encendido.
Eduardo, como otros tantos días desde que veía los Expedientes X tenía sueños extraños así que casi ni se inmutó, sino que lo incorporó a su despertar como quien se levanta con resaca. Se acercó después de apagar los despertadores a la ventana de su casa para comprobar en el reloj del edificio de Telefónica que la hora era correcta y… ¡No estaba! ¡El maldito edificio del reloj rojo había desaparecido!.

M-19991201.

Empédocles

Empédocles no me podía ver porque sus pupilas miraban hacia dentro.
Desde la entrada al templo provocaba asco intentando buscar compasión y un poco de dinero para pasar el día.
Ya había entrado el frío en las calles, aún soleadas, de septiembre y quizás por ello los transeuntes llevaban paso acelerado pudiéndose distinguir entre ellos los turistas armados de cámaras de vídeo.
Ahí seguía Empédocles, debajo de la promoción otoñal de Ulloa Óptico en la calle del Carmen y yo, mirándole, me sentí estúpido y cobarde.

Noticias.

Crónica de una ciudad que a veces es muy dura pero de la que sigo enamorado.
La quiero aunque tenga granos:

Hace algunos meses estuve en un puestecillo del rastro donde,
pensaba yo, vendían camisetas.
Compré una camiseta blanca con aspecto de cómic y logotipo del PGB. Partido de la Gente del Bar.
Me gusta mucho y además es fresquita así que estoy usándola en cuanto sale de la lavadora y se ha secado en la barra más ancha del tendedero que evita que se arrugue.
Hace tres semanas, volviendo de mis clases de teatro con Lilian y Raúl, al cruzar a Gran Vía, justo a la altura del edificio de Telefónica, una pareja de chicos punkies nos pidieron dinero.
Les sonreímos, pasamos de largo y no les dimos nada.
Uno de ellos, vuelto hacia nosotros comenzó a increpar contra mí por la vergüenza que le daba que alguien como yo vistiese esa camiseta.
Según él, yo la deshonraba por ser un hipócrita burgués disfrazado de chico progre.
Bueno, pensé yo, igual tiene razón. Así que no me molesté en darme la vuelta para sugerirle algo de prácticas de tolerancia y liberación de algún prejuicio.
Pero, de hecho, sus frases me han hecho pensar, una vez más, sobre el arraigo de mis pensamientos y su puesta en práctica.
Yo no voy a re-negar de lo que soy y he sido, de lo que he vivido y vivo, igual que soy blanco y con ojos verdes.
Tampoco era el momento de explicarle mi evolución, mi acercamiento a posturas que puede que tengan que ver con el mensaje de la camiseta.
Él, posiblemente, tenía las ideas muy claras pero, he de reconocerlo, a mí me resulta dificilísimo ir afianzando ideas, concretando metodologías. No sé si es bueno o no recoger la propaganda que me tienden a la entrada del metro de Plaza de Castilla para después tirarla.
Yo lo que sé es que lucho por una causa que me permita vestir con una camiseta divertida sin dar explicaciones. No creo que esa causa esté reñida con el mensaje de la camiseta.
Puedo entrar en paranoias cíclicas como el pensar si el adquirir la camiseta de la forma en que lo hice no es una aceptación del sistema y, por tanto, un acto intrínsecamente reñido con el mensaje de la misma.
No tengo demasiadas ganas de perder el tiempo en pajas mentales.
Ya conozco preguntas parecidas como ¿qué se refleja en un espejo cuando nadie lo está mirando?
Pero lo mejor es que el Principio de Incertidumbre es la I.
Y es que a preguntas de ese estilo hay que responder con diversión.
Yo llevo la camiseta porque me gusta y es divertida.
Ayer noche, a las cuatro de la madrugada, volviendo a casa después de una tarde-noche bonita y poética, fructífera, tuve otro altercado en Gran Vía.
Iba caminando, sin saberlo, por la Calle de la Virgen de los Peligros desde Sevilla a la Gran Vía.
Llegué y en la esquina giré a mi izquierda.
Tres chavales de unos veintitrés años muy bien vestidos con sus polos de colores metiditos en sus pantalones vaqueros de marca bajaban hacia Cibeles por la acera que yo encaraba.
Dos de ellos portaban palos de madera de unos ochenta centímetros a modo de bate de baseball. El tercero una barra metálica algo más larga y delgada.
Entonces me rodearon.
Según sus comentarios, parece que les resultaba insultante mi camiseta.
Vaya, pensé, a estos también.
Y por un momento me vino a la mente decirles que entendieran que yo era un burgués camuflado pero me pareció una broma algo sutil para su actitud y la poca predisposición al sentido del humor.
Tuvieron a bien golpearme no demasiado fuerte con los simuladores de bate en la espalda y en un brazo mientras el colega de la barra me propinaba coscorrones en mi cabeza.
No cesaban de insistir en que me fuese, me fuese de Madrid porque ellos no querían indeseables como yo en sus calles.
Yo les comenté que aquella era mi calle y que esta es mi ciudad pero no me querían prestar atención.
El caso es que hay veces que odias irte cuando te dicen que te vayas.
Así que no me moví.
Suponía y acerté que tendrían más prisa que yo y que no les parecería sugerente golpear a alguien que no se resistiese.
Los chicos de la madera, efectivamente, quisieron irse pero su camarada seguía repitiendo «Qué te vayas!».
Yo seguía sin moverme.
Un momento peculiar fue antes de irse que me volvieron a hacer frente y pude ver en sus ojos y en la expresión de sus labios y en la tensión de su cara todo el odio de origen desconocido que, por su fealdad, contrastaba tanto con la bonita y poética tarde-noche que había terminado.
Anduve unos metros y me senté en un banco junto a una anciana de fácil sonrisa y preciosos ojos azules llamada Aurora.
A ella también la habían golpeado minutos antes de llegar yo a escena dejándole muy dolorida su pierna derecha que ya tenía mal.
Pero le dan miedo los hospitales así que lo único que conseguí es que me prometiese que al día siguiente iría con su hija (si es que realmente existe) a hacerse un chequeo.
Afortunadamente, nuestra conversación olvidó irrespetuosamente el desagradable incidente y pudo navegar por las aguas que supone encontrar un lago tan profundo.
Su vida en Suecia con el marido perdido, sus hijos, sus nietos, el frío invierno, el robo de su pensión el otro día, los inquisitoriales guardianes del orden…
¿qué orden?
Nos dimos dos besos y nos despedimos pero sé que volveremos a encontrarnos; sólo hay que estar atento y receptivo.

Ver la Aurora en Gran Vía
a las cinco de la mañana
no dejaba de tener
su lado poético.
Se había recuperado, de nuevo,
la Poesía.
La vida vuelve a ser
bonita y deseable.
Madrid ya vuelve a ser
esta jungla de locos imperfectos
con sus chinos
que venden arroz en las esquinas,
ocultándose
de tanta policia.
Compré el arroz.
Llegué a mi casa.
Me fui a dormir
y hoy…
Hoy ya es otro día.

Hace algunos meses estuve en un puestecillo del rastro donde,
pienso yo, venden emociones fuertes.

Madrid, 19990710.

Viernes 14/5/99

yo le acababa de enviar el presente mensaje a un compañero de trabajo:


Subject: No más discusiones.

Toni,

Yo no pienso disculparme esta vez. Pero creo que te debo una explicacion:

Ni todos los H-50 del puto IBM justifican un mal rollo contigo.
Ni todo RSI.
Ni mi puesto de trabajo.

Hoy estaba, como otros tantos días, picado y agobiado y estresado. Ya sé que tú también, no estoy trantando de justificarme.
Lo que quiero decir es que NO PIENSO VOLVER A DISCUTIR CONTIGO.
El lunes (posiblemente) le diré a Carlos Garrido (mi jefe) que quiero dejar RSI.
Evidentemente, no tiene que ver contigo pero ha sido la gota que ha colmado el vaso. No quiero ser quien he sido esta mañana discutiendo contigo y es parte de mi trabajo serlo así que tengo que dejar mi trabajo.
Te digo esto desde casa y con lágrimas en los ojos y no puedo respirar y seguir escribiendo es casi imposible y quiero algo de cariño que voy a ir a buscar con mis amigos a los que quiero y en mi vida en la que tengo una gran completitud a excepción de las horas (10/12 al día) que paso en RSI.
No sé si te sorprende que te diga esto. Yo creo que no. Ya nos conocemos desde hace tiempo y vemos como respiramos. No somos nuevos en estas dificultades que venimos atravesando los dos, no?
Pero yo no aguanto más.
Quiero otro tipo de vida y voy a buscarlo aunque aún no sepa cómo ni casi por donde empezar.
Por supuesto, no te sientas culpable, al revés, considérate causante del origen de una buena revolución que lleva preparándose en mi vida desde hace, quizás, un año. En cuanto a esto, te estoy agradecido. Y en cuantas muchas más cosas que hemos compartido. Espero que seamos buenos amigos. Creo que podríamos llegar a serlo.
Para lo que quieras:
C/Loreto y Chicote 2, 4B
28004 Madrid
Gran Vía
Ph: 5 23 27 23
y, por supuesto, este email (jmdomin@___________)

Un abrazo,


Hace mucho tiempo (casi un año) que en mi empresa estoy demasiado agobiado y comencé a darle vueltas.
Por un lado estaba el tema de querer cambiar de empresa a una que esté más cerca de mi casa (yo tardo hora y pico en ir y lo mismo en volver en el mejor de los casos) y luego que tuviese un horario más flexible aunque fuese un menor salario.
Entonces, allá por noviembre, empecé a enviar curriculums, no muchos, a empresas que podían cumplir alguna de estas condiciones. Con el tiempo me fui desmotivando porque realmente sé que es muy muy difícil si no imposible que en mi tipo de trabajo no vaya a estar realmente agobiado en donde sea.
Por febrero escribí y registré mi primer libro.
Cuentos y Poemas (El sinsentido de la vida).
Sigo haciendo teatro. Cada vez más comprometido en un sentido personal con decisiones del tipo: «si tengo teatro no hay nada más». Aún no creo que me vaya a dedicar a eso profesionalmente pero empiezo a tener dudas. Si tuviese tiempo iría a castings.
En paralelo, por una vez empiezo a sentirme menos teórico de salón y querer comprometerme social y políticamente en madrid. No en grandes cosas, no se trata de fundar el partido político de marras y presentarme a alcalde. Se trata de cosas pequeñitas como querer dar clases para
sectores de la población que no pueden permitírselo. Escribir en revistas y en otros medios para denunciar una situación que hay que vivir para entender que «españa va bien» dentro de un contexto macroeconómico, no se lo digas al de la esquina que te da mil ostias porque no le ha dado hoy nadie más que para una botella de vino barato. La droga la ha tenido que robar. Bueno, los mítines otro día. Pero esto también requiere tiempo.
En resumen, que no tengo tiempo. Llego a casa sin energía y con ganas… voy a teatro, me recupero y vuelvo a estinguirme… es agotador. Entonces se va forjando en mi mente un pensamiento muy de trabajo actoral: «aclara tu objetivo y ve a por él, lo demás saldrá».
Así, me doy algo más de tiempo en lo de la búsqueda de empleo y va afirmándose el deseo de escibir. Tengo unas vacaciones en semana santa y, en lugar de irme de madrid, deseo con todas mis fuerzas pasarlas retratando todo lo que veo. Escribo las mejores poesías de mi vida, posiblemente y empiezo a concretar…. Empieza a darme miedo la decisión que se prevé.
Hablo con mis amigos más próximos, con la gente de este día a día que te hace más conocido… me dicen que se ve que tengo que hacerlo pero que me lo piense. Sabios y prudentes… Lo pienso.
Lo pienso más y no llego a más conclusión que a que me quiero dedicar a escribir.
Vértigo.
No me atrevo a creer lo que estoy a punto de hacer. Sigo pensando en seguir pensándolo…. Hay que actuar! Se acabó el tiempo del pensamiento.
Llega la revolución!!!
Casualmente, después de haberme leído «Historia de la Revolución Rusa» por Troski. (o no tan casual?)
Entonces tengo una charla con mi buena amiga Elena sobre la praxis del método: es decir, pasos concretitos a dar para poder dejar mi trabajo sabiendo lo que eso va a conllevar de pérdida de estabilidad económica. Cosas como: comprar ahora eso que no me voy a poder comprar después, darme de baja la línea de teléfono para Internet, etc… tengo una lista!.
Esto era para el 10 de mayo o así. Las cosas empiezan a tener forma. Aún así, no queda claro que vaya a decirlo tan pronto.
El fin de semana del 14-15-16, es mortal de trabajo desde casa. Llamadas intempestivas, la discusión con mi colega Toni…
Tengo una charla con una amiga (cristina) que es escritora profesional, es decir, existen!!. Ella me dice que no es tan complicado como todo el mundo dice, que existen formas, que eso, en resumen, también tiene sus recetas y es seguirlas y trabajar… se sale adelante (despacito, claro, pero es posible). Realmente, un experimento prueba que algo es posible.
Mi jefe por la mañana del lunes 17 de Mayo no me prestó demasiada atención cuando pasó a mi lado para ir a su despacho a las 09:00 para encender su máquina.
Yo le seguí y le dije que tenía algo que decirle.
-Vale, yo mientras voy encendiendo esto….- me dijo.
-Creo que voy a dejar RSI.
Evidentemente, su reacción le hizo girarse hacia mí y me dijo…
-Vale, vale, nos sentamos, vale?
Ya estaba prestándome atención. No era necesariamente lo que quería, pero bueno. Le dije que no tenía la más mínima intención de irme a otra empresa sino que necesitaba tiempo para escribir y dedicarme a ello y que no podía compaginarlo con mi trabajo.
Curiosamente, lo entendió.
Me dijo que en lo personal lo comprendía pero que en lo profesional le hacía una putada. Yo ya lo sabía. Le dije. Total, pienso quedarme hasta mediados de Agosto para dejar todos los temas cerrados (más o menos) para quedar bien y salir con buen pie pero en unas buenas fechas para buscar algo con lo que mantenerme a partir de entonces hasta que pueda hacerlo de la escritura (¿alguna vez?).
Tengo miedo pero tengo esperanza.
Creo que he hecho lo que necesitaba. No era sólo esa empresa… era el tipo de trabajo… era esa sensación de agobio diario que no me dejaba concentrarme en mi vida con más intensidad.
Hoy he estado en una entrevista para SUN MicroSystems para un puesto de consultor. Parece interesante y puede que les plantee un horario flexible (si me aceptan) para cambiar a otro curro en el que hacerme más despacio la transición. Y si no, siempre lo puedo usar para negociar mi despido en el que espero que tengan la delicadeza de darme de baja el contrato por obra que tienen conmigo y que me permitiría cobrar el paro.
De todos modos, lo dejo.
El martes venía la prueba más dura. Una vez dicho en el trabajo yo me sentía como habiéndome quitado una gigantesca losa de encima. Ahora estaban mis padres.
Les conté la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Tenía respuestas preparadas para todo:
1)Jose, te estas precipitando…
1)No, ya está muy pensado
2)Es muy arriesgado
2)Sí, lo sé, pero buscaré algo a media jornada, lo que sea, clases… el caso es que la prioridad siga siendo mi objetivo.
3)Puedes volverte a casa
3)No, no puedo. Necesito mi indepencia para mi vida.
4)No se puede vivir de la escritura
4)Hay que intentarlo. Además, conozco personas normales (no premios nobel y/o planeta) que viven de la escritura.
5)Comprometerse es una actitud rebelde y adolescente
5)Es mi actitud ahora. Es lo que quiero hacer y para donde he evolucionado.
6)La política es engañosa y la sociedad no la entiendes.
6)La política se hace por gente, pasito a pasito. La sociedad es a donde, me guste o no, pertenezco.
7) 8) 9)…
Pero se lo dijeron todo ellos!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Las objeciones las respondían diciendo que esperaban de mí esa respuesta.
¡ME ENTENDÍAN!
No se trata de que lo compartan. No quiero que mis padres tengan mi evolución. Ellos tienen la suya. No es poco. Pero fueron capaces de entenderme sin ningún argumento en contra, con palabras de aliento, con demostraciones prácticas de su presencia y apoyo, como mis padres
(en el buen sentido de la palabra) que siguen siendo.
Qué cantidad de orgullo me salía por losporos. Tenía la sensación de tener los mejores padres del mundo.
Esa fue mi mayor fortuna. Ese fue mi día más feliz de la semana. Un día sin celebraciones, tranquilo en colmenar, hablando sobre la evolución de mi padre en su empresa, hablando de los problemas de mi madre… bueno, fue un día que no creo que olvide jamás.
Una vez más, me iba convenciendo de que la decisión tomada era la acertada.
Hoy he estado en la entrevista y les he llamado para contarles como ha ido. Me ofrecen 8 kilos, coche y pluses. Yo negociaré horario y jornada. Ya veremos.
Ha habido cambios.
En mi vida sentimental no puedo no hablarte de Sylvia. A estas alturas me parece increible que aún no os conozcáis. Es mi mejor amiga, es un pedazo de mi piel, es alguien sin quien no concibo estar. Nos vemos una vez o dos a la semana pero los contestadores son nuestra vida.
De alguna manera, ambos nos queremos con todas nuestras fuerzas y nos lo demostramos. Gracias a ella (y otras personas de mi entorno) tengo una estabilidad emocional como nunca he tenido. Creo que sin esta no habría podido afrontar este reto personal. Pero ahora soy más fuerte, y, sin embargo, menos duro.
Pero Sylvia y yo no somos otra cosa que amigos y nos animamos en nuestros respectivos encuentros (casi casuales) con el sexo contrario. A través de ella he conocido ultimamente a una chica que me encanta por su ternura y delicadeza cargada con la agresividad de su inteligencia independiente: María. Pero no avanzo con ella porque tiene novio y aunque esté mal con él… paso. Que se aclare primero y luego hablamos. También a su vecina, de quien podría enamorarme: Anandi. Una rubia hipiosa divertidísima y risueña que llena castillos con la
luz de sus ojos claros.
I was hangin’ out with Mythreyi, an Indian girl I met 2 years ago. Probably I’ve told you about her. She was here, I mean, at my place for more than a week trying to rebuild our last farewell. It was really dificult not to get involved with her again and make her believe that there is a posibility between us. So I had to be colder than I was feeling but… Maybe we’ll save our friendship. We’ll see.
Y por mi cuenta y riesgo, el jueves pasado conocí a Nadege.
Estábamos en un intercambio cultural entre dos escuelas de teatro: Estudio 3 (la mía) y Asura (la suya). Ellos actuaban en Estudio 3.
Después de sus actuaciones nos fuimos todos juntos a tomar algo: una cañitas, unos ribeiros… lo típico. Yo me levanté de la silla que había ocupado para ir a hablar con la gente de Asura y que el intercambio no se acabase dentro de las aulas de la escuela.
Empecé a hablar con Nadege casi de tópicos (resulta que es francesa, Sylvia también…) y no pude despegarme de ella en toda la noche ni ella de mí. No me dirigí a nadie más de Asura ni a mis compañeros ni a nadie. Era como si se hubiese acabado el mundo y estuviésemos en el medio del desierto solos.
Así pasaron tres o cuatro horas hasta que a las 02:00 nos fuimos a bailar. Allí ya me cautivó del todo. Pero lo peor fue acompañarla indeciso a su casa y dejarla antes de llegar (eran las 03:30 y yo tenía que madrugar) y quedar con una mezcla de frustración y ganas….
Pero quedamos para el sábado por la mañana. No creí que fuese a aparecer… pero apareció.
Pasamos el día juntos y yo ya no podía no darle el poema que le había escrito el día anterior y no podía no decirle que tenía miedo a enamorarme de ella sabiendo, como sabía, que se va en dos semanas y posiblemente no vuelva a españa. Ella me dijo que estaba enamorada de un chico homosexual. Bien! Bueno, aún así, ella me parece alguien con quien cualquier relación es agradable. Si no nos casamos pronto no importa 😉
Por la noche me fui a una fiesta y nos volvimos a despedir. Nos veíamos ayer, en un principio, para ver a un amigo mío actuando en un centro cultural de Lavapiés. Ella me llamó el lunes por la noche diciéndome que no iba a poder ir porque tenía una clase extra de teatro que les habían puesto de sorpresa. Nos veremos el sábado pues les devolvemos la visita a los de Asura y los de Est.3 vamos para allá a representar obrillas.
Es futuro. Es esperanza. Es ilusión.
Parece mentira, verdad, que el autor de esa línea sea Giusseppe, no?

Madrid, 16 de junio de 1999

Una Madre

He comprado tres barracas valencianas con su funda.
400 pts.
Es un grabado que esta tarde regalaré a alguna muchacha.
La pareja de al lado hace manitas impudorosas a un metro de distancia de mí, pasando del inglés al castellano sin darse cuenta de que existo.
Existo y huelo a su colonia. Llevo su jersey. Saboreo un café en Santa María y Moratín.
Esta primavera es agradable y dulce como su voz caramelosa de kukis, sonrisas, labios carnosos…
Y hacen planes para la tarde y se miran deseándose.
Sexi. No exhuberante, pero sexi.
A dos metros una dulzura maternal de joven aún no madre que desea que su novio le dé lo que necesita. Es conmovedora su sonrisa y la embellece y la rejuvenece y la divierte y puebla la plaza de inocencia y risas.
Él se ha re-enamorado. No sabe que se le está poniendo a prueba.
Y tengo ganas de ver a Ruth en su mundo fidulero aunque presienta aislamiento e intolerancia procedente de culturetas fantasmas. Filósofos idealistas de siglos atrás. Glorifican generalidades. Simplifican.
Mientras, la no-madre se aferra y reconstruye la llana realidad.
Dibuja la mano de la niña de otra mesa. Crea y reCrea la sociedad. Sociedad abierta y tolerante, esperanzada, alegre, infantil, carente de la corrupción habitual.
Se besa con su chico de una manera nueva. Más sensible y tierna.
Cuando se vaya dejará
un vacío.
Cuando no se la oiga
oscurecerá.
Ha perdido consciencia de su importancia.

    Se merece
    la Felicidad.

Madrid, 19990509.

Robert Cappa

¿Qué pinto yo en una exposición de fotografía en el Reina Sofía?
Lo primero que pensé fue en proponer comprar un libro con esa ironía manida, gastada que, posiblemente, nunca fue ingeniosa. Quizá hubiese salido, incluso, más barato. Por supuesto, menos costoso en tiempo, habría pasado mis ojos por las hojas sin darme el tiempo de reflexionar. ¿Qué gilipollez de reflexión iba a hacer con unas fotos de una guerra olvidada?
Hay guerras todos los días. Lo vemos en el telediario. Fotos escalorfriantes con colores intencionadamente provocativos llenan horas de documentales.
Bueno, pues ahí estaba yo, por 500 pelas. Precio para la cultura.
Me cobraron el suelo que gasté, los fotones que absorbí y el resto para pagar funcionarios que cobran (creía yo) también de los impuestos con los que, actualmente, se está financiando una guerra.
500 pelas: dos o tres cañas. Dos o tres cañas para disponer de tiempo y reflexionar frente a unas fotos de gente viviendo (y también muriendo, claro) en época de guerra y miseria.
Está lejana en tiempo, pero era España.
Colchones. La gente se aprovisiona de ellos. Antes y ahora.
Frío. Antes y ahora hay quien no puede soportarlo y muere.
Desilusión. Fanatismos. Desarraigo. Precariedad.
Pobreza. Soledad…
Antes y ahora.
Veo en Gran Vía fotos vivas instantáneas pero las paso como las hojas del libro que no compramos.
Reflexionar cuando se está en contra de tantas cosas es tan agotador que, a veces, conduce a estados desesperanzados y, estos, a conclusiones o soluciones personales peligrosas.
No es conveniente poner bombas y el suicidio resulta demasiado irreversible.
Necesito confianza en soluciones de compromiso; basadas en él.
Necesito las enseñanzas de Sylvia que me apartarán del mal camino.
Dos o tres cañas… al menos, podría intentar coquetear.
Las guiris estaban ocupadas o, al menos, eso preferí pensar.
Las no guiris seguro serían intelectuales en busca de un lugar, un tiempo y un personaje para lanzarse a la reflexión. O igual estaban como yo, allí dentro, por casualidad ahorrándose dos o tres cañas en su hígado y perdidas en su soledad.
No. Tonterías.
O sí. Yo qué sé.
Quien, desde luego era diferente, estaba allí por muy distintos motivos que el resto, era la vigilante. Evidentemente. Entonces re-paré en ella.
Era fea. Bueno, no, ni eso. Era vulgar. Nada sobresaliente en su rostro, ni sus ojos, ni su nariz, ni su sonrisa… Claro que tenía tal cara de aburrimiento que ver su sonrisa habría sido, cuando menos, sorprendente. Iba vestida de uniforme azul. Otro policía en Madrid: nada nuevo con las setas.
Uno sesenta y cincuenta y tres kilos. Morena con melenita de corte de pelo convencional posiblemente con un tinte casi imperceptible para no impactar. Gesto inexpresivo como el blanco techo abovedado de las salas de la exposición. Su cuerpo, naturalmente más libre que su mente, no paraba de protestar por el hastío de horas condenadas privadas de televisión, teléfono o su novio. «Quizás mejor» piensa en su mente aborregada.
¡Qué ambiciosa y presuntuosa especulación! Vuelvo a mirarla.
Realmente no sé nada de ella. Es otra de esas fotos vivas y me hace pensar que «conocerla» sería más verdad que el pan y la tierra. Eso sí habría merecido la pena de entrar allí. Tras esa mirada perdida e inexpresiva se podía explorar más allá de los límites descubiertos por el famoso Cook. Más allá de esa no-sonrisa se perdían para siempre mensajes que nunca fueron metidos en botellas. Tesoros, esperanzas, abismos, soledades, frustraciones, fanatismos, cegueras, desilusiones, tristezas…
Yo estaba allí, por dos o tres cañas, viendo una exposición de fotografía que no llegaba a
ningún punto de mis fibras. Esta mediocre trabajadora (no es un juicio) me estaba obligando a reflexionar.
¡Mierda!.
Y entonces volví a las fotos.

Una mujer vallecana me miraba con esos ojitos de barrio miserables y yo ya no tenía la posibilidad de transgredir esa mirada, de inundarme de sus palabras, de ir más allá de una imagen plana y acabada.
Fotos. Mis fotos.
¿No eran, también, acaso, imágenes planas y acabadas?
Fotos. Mis recuerdos.
Una gitana, con su bebé en la cintura, me pide una ayuda: yo giro la cabeza y pienso:
Fotos. Mi presente.
¿Y con mis amigos? ¿Estoy profundizando o estoy perfilando detalles?
¡Maldita sea!
No lo sé.
Me siento un poco perdido y solo. Quiero entregarme más pero no sé hacerlo. Quizá no es buena idea forzarlo y es mejor esperar. Pero, a veces, pierdo la paciencia y vuelvo a sentirme, por causa mía, solo, desarraigado, frustrado, triste, con una estabilidad emocional precaria y formando parte de una exposición cutre de fotografías por dos o tres cañas cada día.

    Madrid, 19990330
    Argumosa 7.
    Yo, solo, en una terracita.

Al Fin!

Hoy he hecho la primera copia impresa de mi libro.

Tengo ganas de librarme del lastre que sé que significa para mí. Es, con palabras del genial Rafa Mora, tiempo de otro tiempo.
Serán escritos de otro yo renacido, con ojos maduros, de más duros, espero que no insensibles sino observadores profundos capaces de excavar la mierda para encontrar la realidad. No quedarse en las flores ni en los cipreses. Fin de los almendros y los lirios.
Ha llegado el momento de refrescar el ánimo empezando por mis escritos.
Esto debe enlazar con la metamorfosis de este capullo que subscribe y ha decidido sobre su vida. Ya no la ubicación, ya no la compañía, ya no la profesión.
Es tiempo de exploraciones. Y conquistas con o sin lucha pero con objetivos revolucionarios, rebeldes, libres, radikales de verdad; tengo que dormir en el suelo de mi calle, tengo que pedir pa’l metro, tengo que ligar con esa chica, tengo que ser quien no me atrevo. Crecer.
Hay un futuro por invadir esperándome.
Hay un futuro haciéndose en este instante que lleno viejas hojas australianas.
La espalda preciosa me impide ver la voz agradable y dicharachera de una sureña pelo largo.
Espero a Sylvia. Casa Antonio.
Mañana vamos juntos a Manzanares y yo he terminado un sueño.
Quizá no venga. Yo estoy en la gloria de esta música rumbosa y pleno de alegría respiro de otra forma.

Madrid, Viernes 15 de Enero de 1999.

Érase una vez en América

Érase una vez un caminante despistado en cuerpo y alma que tropieza en vida con la cándida mirada de Mythreyi.
Ella es una amiga de Xabi que él conoció en Ames, Iowa (USA). De procedencia y nacimiento en Bangalore, India.
Ella y una amiga suya (Elvira, Zaragoza, Spain) pasan un par de días en mi casa a primeros de enero de 1997. Nos vamos juntos a Donosti y pasamos la noche de despedida de Xabi que se va a Strassbourg. Pasados un par de días, Myth se afinca en mi casa y, después de dos semanas, también estaba dentro de mi corazón.
Algo peculiar había pasado entre los dos y ambos lo habíamos sentido. No le llamemos amor, mejor, contacto ultradimensional. Aunque también hubo parte dimensional, una noche, después de una cena.
Pero el tiempo alcanza un final y ella se vuelve a USA, su lugar, mientras yo me quedo con mi asumida confusión solitaria. Sus llamadas se repiten y sus mails se amontonan sin contestación o contestaciones de una frialdad maquinada. Definitivamente, tengo que ir a verla.
Ahora estoy en una agradable cafetería en Minneapolis escuchando el concierto de Jazz de la habitación contigua.
El 16 de Marzo arribé al John F. Kennedy de NYC. Aún sigo preguntándome porqué y para qué he venido. Quizás no hay respuesta.
Eran las 3 de la tarde, hora local, y yo iba con un par de jóvenes asturianos que se habían cruzado el charco para ver a un colega que vivía solo en NYC. En el avión me ofrecí a echarles una mano con mi inglés para llegar a casa de su anfitrión. En el control aduanero de la frontera nos registraron exhaustivamente aunque en mi caso no encontraron nada más que ropa sucia o fea y, el suyo, una fabada que, por supuesto, confiscaron. En la misma salida estaba su amigo esperándoles y nos fuimos los 4 en un taxi a su casa en Glebe Street. Allí estaba su hermana y una pareja de innegable aspecto neoyorkino. Ella insiste en buscarme un lugar para pasar las noches en NYC pero a mí empieza a no gustarme la idea de seguir con ellos cuando empiezan a sacar droga y dinero de lugares insospechados de su vestimenta y equipaje.
Aparte de oír comentarios del tipo “es una ninfómana, pero, por 50 pavos la noche te deja estar en su apartamento”. Mi pregunta inmediata fue: “¿pago yo o paga ella?”.
Pero las cosas aún se enrarecieron más con la llegada de James. Un tipo alto y calvo con perilla y gafas oscuras embutido en una gabardina que sólo dejaba ver el brillo de sus botas.
Era un tipo majo pero yo me sentí cómplice de algo dejándole el mechero que me había regalado Patricia para prepararse un high.
Por suerte no contactaron con la amiga y otra con la que sí lo hicieron no estaba interesada (¿en qué?) así que cuando salimos a tomar algo les dije que yo mejor me iba a un hotel y les llamaría al día siguiente. Eso sí, acepté su sugerencia de hotel por 50 dolares la noche que resultaron ser 60.
Aquello, más que un hotel, parecía la casa de los horrores.
Llegar a la habitación andando los pasillos angostos y tortuosos con mi mochila a la espalda y trepar al sexto piso sin ascensor siguiendo a un tipo incapaz de articular palabras era, de por sí, una experiencia sobrecogedora. Especialmente al cruzarse con alguno o alguna de los que aquella noche iban a ser mis vecinos.
La habitación, sin baño, era tan pequeña que aún no me explico como metieron la cama. Esto, un televisor estropeado y un espejo sucio y roto constituía todo el mobiliario de mi alcoba.
Abrí la ventana con intención y esperanza de aire fresco y espacio abierto pero a no más de 20 centímetros se alzaba un muro de ladrillos tostados y ennegrecidos de hollín.
Pero, aún así, la frustración no igualaba a mi cansancio así que extendí las sábanas para dormir cuando vino mi mayor sorpresa al encontrar restos de sangre seca en lo que iba a ser mi arrope aquella noche inolvidable.
Afortunadamente, uno de mis compinches del vuelo había robado para mí una manta impecable de Air Europa. A pesar del infrenable calefactor que sólo dejaba de hacer ruido por la convicción de unas patadas, dormí tapado hasta la cabeza.
Al día siguiente, decidí ser rico en NYC.
Todo cambió entonces y se convirtió en una agradable ciudad en la que tuve el centro de operaciones en el Herald Square Hotel en la 32 St. entre Broadway y la 5ª Av.
Subí al Empire State, anduve perdido hasta encontrar la 41 St. y allí, esquina Madison Av., una agencia de viajes en la que conseguí la reserva de hotel, el vuelo a Ames y la simpática ayuda de Marcia.
Caminando al norte de Manhatan, me vi inmerso en Sant Patricks Day y una nube de policías y bomberos desfilando por las calles. Gasté un carrete en algo tan original.
Esa tarde, teatro en Broadway, conseguí la entrada barata en TKTS y ya de paso una cinta de Elvis bajo encargo de Celia. Crimen perfecto.
Al día siguiente, soho, little Italy, Chinatown, Wall Street. Había quedado a comer con Sulatha, una amiga hindú de Myth que vive en NYC. Fue un día muy completo que terminó en Stars War en 23th St.
La llegada a Des Moines no tuvo mayor interés que el ya potenciado por el reecuentro con la razón de mi viaje.
¿Abrazo, beso…?
Yo traía decidido un No que explicaría basándolo en mi confusión de sentimientos. Lo que creo que no había sopesado era su potencial cautivador ni su exigencia de una respuesta más determinada por mi claridad.
Mantener un no con claridad sólo podría ser mediante una crueldad que quiero evitar por mi cobardía.
Un sí fuera de todo momento en el que estoy con ella es imposible pues me atraen demasiado las mujeres para querer ser fiel.
Y ella está exigiendo esa fidelidad.
Pero estar con ella es tan agradable…
Ames es un pueblo exparcido con un ambiente cosmopolita que le da el hecho de tener la Universidad del Estado de Iowa.
La rota voz de la mujer del Jazz me recuerda una tarde que pasé en un concierto en vivo en el subway de NYC. Los cafés de Ames son lugares exquisitos elegidos con cariño y cuidado para ser de mi mayor agrado. Y lo son.
Y si las cafeterías fueron elegidas con mimo, también lo han sido las actividades, como valses en un entorno victoriano, salsa y merengue en un lugar que siempre me traerá duros y tristes recuerdos pues por fin se convenció de que el no era bastante definitivo; tampoco se queda atrás un teatro, una fiesta de la cerveza, varios días de cine cariñoso o una conferencia sobre cometas.
He escapado al nevado norte con la excusa de ver el cuartel general de 3M en Saint Paul, Minnesota. Necesitaba unos días de separación para mantener la cabeza clara en su confusión.
No quiero decidirme por algo de lo que me arrepentiré en una semana pero resulta tan tentador decirle un sí…
Esta ciudad parece de lo más aburrido que he visitado en mi vida pero poco importa teniendo en cuenta la belleza elegante de las mujeres que la habitan. Hace un frío del carallo y el suelo nevado es realmente bonito.
Lo mejor que puedo hacer es irme al hotel y mañana unos paseos y a Saint Paul. Me haré una foto en frente de 3M, llamaré a Daddy y volveré pasado a Ames.
Tengo ganas de volver a Madrid y darle un par de besos y un abrazo a mis amigos aunque sé que sentiré algo especial en algunas, como Almudena o Patricia de quien tanto me he acordado en estos días. Quiero ir a San Clemente con Evita y los amigos de allí, pero, sobre todo, tengo la apremiante necesidad de hablar con Xabi.

Minneapolis, 19970325.

Historia de una comida

Cuando estábamos instalados en el Barclay Hotel en Bayswater Rd, comenzamos a buscar el Gure Txoko; traducción literal, Nuestro Rincón.
Era un domingo cuando nos habían dicho que allí había buena gente que organizaban comidas buenas, como a buenos vascos corresponde, claro, a horas más bien tardías por aquello de que aún no son australianos.
Pero nosotros, impacientes, nos presentamos alrededor de las 14:00 en Liverpool St. y, tras haber buscado durante un largo rato en lo larga que la calle es, este rincón.
No creo que ni el mayor optimismo de Iñaki alcanzase a imaginar lo que allí encontramos.
El Txoko, como corresponde, es un local pequeño y tosco con mesas de madera grandes que terminan dejando un hueco donde hay una barra de aluminio tras de la cual no hay más «barman» que cualquiera que quiera una cerveza, una coca cola, un vino o sólo invitar a alguien a algo. Cada uno paga lo que consume cobrándose a sí mismo con la confianza de una gran familia.
El local es realmente tan pequeño que ha de ser y es acogedor, todo cual habla con cualquier otro y todos con todos comparten en cierta manera, con ese Gure Txoko, sus vidas en una vida común, en el más epistemológico sentido de la palabra Iglesia.
De primeras, se nos acogió con brazos abiertos con un calor, un sentir sincero como sólo de un vasco se puede esperar. Absoluta y realmente indescriptible porque las palabras resultan demasiado frías para explicarlo.
Nos enseñaron la cocina que es el otro cuarto que complementa el txoko que olía divinamente a comida «de verdad» y mientras nos iban explicando el funcionamiento respetuoso de su sociedad que basa sus excasas reglas en eso, en el mutuo respeto y el afán de mantener vivo el fuego que siga preparando las comidas los domingos.
Pero Gure Txoko No es un restaurante que abre los domingos, es mucho más, es su gente, es el símbolo de una amistad y una hospitalidad y, por tanto, es algo vivo, que nació, tuvo su infancia, tiene su madurez y tiene experiencia pero no vejez, no se siente una muerte acechante sino una renovación por la juventud nacida bajo ese cuerpo y muy distinta, como nueva generación que es, de sus ancestros, pero que tiene en común con ellos el amor por lo profundo del significado de Gure Txoko y la intención de perpetuar las consecuencias implicadas.
De la cocina, los mayores, socios fundadores aventureros que se lanzaron con dos cojones y poco más al intento de crecer en otra comunidad, nos enseñaron el frontón que tanto habían disfrutado en su juventud y que habían creado de la nada y, en parte, de la Opera de Sydney con unos toques de picaresca sin los que no se habría logrado abrir camino en esta selva. Ellos lo lograron. Y forman parte, como no?, de su sostenimiento, con la gente, también emprendedora que llegó después y fueron abrigados como ahora lo somos nosotros por los brazos abiertos y cariñosos de este txoko, es decir, de estas personas.
A las 15:30 aún no habíamos empezado a comer y seguíamos charlando bajo el influjo de unos zuritos y unos gorris contándoles nuestros proyectos mientras nos preguntaban interesados, fundamentalmente, para saber la manera de ayudarnos de forma óptima.
Luego empezó la comida cuya mayor característica es familiar, esa, sin duda, es la palabra. Buena por casera, consistente en sopa, garbanzos con berza, carne con tomate, unas frutas, regado todo ello en vino o cerveza y sin más límite que el de nuestro apetito.
Durante ella, fuimos regalados, entre otras cosas, por pedacitos de sus vidas que nos abrieron para que aprendiéramos del libro que pueden ser. Más que un libro, una gran enciclopedia, conpendio de biografías de personas vivas, inacabadas incluso aunque algún pedacito parezca acabado.
Y como ejemplo de lo más tierno y bonito que puede que nadie me halla contado nunca sirva la historia de un navarro que nos contó (él con nudo en la garganta y los demás con lágrimas contenidas) cómo se había encontrado, décadas después, con una novia que no llegó a serlo en su tierra cuando él se lanzó a su nuevo mundo y en busca de una nueva vida.
Y, como todos sabemos, una buena comida no se termina cuando se acaba la comida, es decir, aún quedaban cosas por contarnos los unos a los otros para lo que nos acercamos a la barra formando un grupo circular de experiencias vivas experimentando el estar allí, juntos, ayudándonos no sólo, que ya era más que suficiente, con la copa de sobremesa, sino con actos como presentarnos gente de nuestro interés y ofreciéndonos su disponibilidad. Disponibilidad franca, clara y sin ningún interés propio pero mucho ajeno. Disponibilidad que revoluciona, refresca, revitaliza, refortalece el concepto de generosidad. Generosidad tal que me hace cambiar mi oscura visión del ser humano con un torrente de luz y de esperanza.
Como no estar con ellos en Navidad si ya son parte integrante y serán de mis amigos?
Y acá juntos, desde Australia, deseamos comenzar un nuevo año y lo deseamos realmente por esperar que el espíritu del Gure Txoko siga vivo un año más y quede algo de su impresión en nuestros corazones, ahora y siempre.

Sydney, 281295.

Septiembre, 1995

Ha pasado un nuevo día que ya es viejo, ya es ayer y voy camino de regreso a casa, a mi solitaria centrica casa de Anton Martin, en la que pasar la noche solo, como tantas otras veces, como tantas otras noches en las que compartir el lecho con la almohada y la Soledad, peremne amiga y compañera mía.
En el autobus, junto a mí y tan lejos, sin embargo, sentada una joven apulvarada y encarmintada que algo tendrá hoy que ver con su novio y en el resto del autobús, tercera edad y yo con mi amiga, con mi eterna amiga Soledad.
Fácil se ve que el tema me obsesiona y no puedo ver las bellezas de este mundo pero es que su perfume no me deja concentrarme en otra cosa que en mi soledad desesperanzada pues acaso existe una verde esperanza duradera que, cómo licor de manzana, me haga creer que no todo va mal y que queda una salida dentro de los límites de la continuidad de la vida mía?
Vida mía… y pienso en ella.
Vida mía… telefoneándole.
Vida mía; Patricia; vida mía.
El tráfico denso, pastoso me permite escribir hoy en este transporte el que siempre maldigo hacerlo…
Perfume y labios rojos, auriculares aislantes, párpados celestes y brazos cruzados me alzan a mirar descarado su rostro inconsciente, su barbilla suave y su cuello suave; al menos desde aquí, lejos en la distancia llena de la niebla del aislacionismo que nos rodea…
Despertar; ha despertado!
Sus manos examinan la máquina de música que le mantiene aislada… manos, dedos, reflejan su indiferencia y me propelen de nuevo contra mi … siempre lamentándome!.
Nos metemos fuera de la rutinaria ruta y tengo ocasión de preguntarle que si seguimos yendo a Madrid y … finalizamos la conversación.
Ella se baja antes que yo sin que mediásemos otras palabras que el «me dejas pasar?» de rigor y le digo que si y, allá va, en el barrio de Raquelt internándose y yo… a Plaza Castilla y sigo solo; una noche más.

Esto no es una broma