Café Galache, M-20020403

Me pongo excusas. No sé cómo consigo tener tantas excusas. Todo, cualquier cosa es una buena excusa para no escribir: el café está malo, hoy he dormido poco, los contertulios no aportan nada, el libro que estoy leyendo no me gusta y luego y antes el trabajo, el maldito y cochino trabajo. Hablo con compañeros y todos quieren dejar la informática pero todos siguen y siguen. Me recuerda aquella escena del expreso de medianoche donde todos dan vueltas y vueltas y no es posible ni tiene sentido ir en dirección contraria y lo único que acarreará serán problemas luego y luego… otro día. Hoy no es un buen día para escribir. Estoy muy abrigado o me duele la tripa o no me duele y luego estaré siempre mejor, igual un día en el que tenga vacaciones tenga días de nata, lunas de papel, cielos de paja. Metáforas que no guardan verdades, que salen de la nada, que me vienen impuestas cuando me dejo llevar por unos ojos lascivos con estómago devorador de torrijas. Son las mil del día 17 y no sé qué va a ser de mi vida. No tengo ni idea por más que sienta que estoy en uno de los periodos más estables de mi existencia (será por eso). Todo se mueve, las empresas se colapsan, las miradas se cruzan, las pérdidas crujen, la palidez languidece, algo en el fondo de mí ha tocado el suelo con los dedos para rebotar, ir al fin del mundo con su olor, otro olor que ya no es agua. La vida vida y la dicha languidece. Ahí está el hombre cansado. Tiene que andar unos metros porque la última vez no vinisteis a la boda.
Todo el año está plagado de bodas. Todo el sexo se descubre ignorante. Risas en el extremo de las frases. Van y vienen aire de mayo. Una cola de caballo rasga las líneas del horizonte.
Su camisa blanca es tan nuclear como el tono de su voz. Caen bajo sus ojos rosados mofletes y
(No soporto en la distancia que la gente sea desconsiderada con el suelo que pisaré).
Se enfría la leche. Hitler no nació en una carnicería y montó el mayor negocio de carne de este siglo que ya no es este siglo. Hablamos de páginas web con fondo negro. Letras en color naranja como muy divertidas. Sus gabones son .es con las aldabas de mirilla acústica en la que el latrocinio se convierte en aguacates para no morir de frío.
Tienen heridas en la mesa muescas en la mandíbula como diseñadores cascados por el océano amarillo en el que viaja la peste de dodecafonismo revolucionario.
¿Qué crees?
Intento esto de la escritura automática y tengo problemas.
¿Por qué?
No es por madrugar, es por la guerra que supone tener dos frentes que luchan entre sí por lograr unos metros de tiempo.
Hay momentos que creo que si empezase a escribir sin imponerme algún tipo de límite no pararía nunca y convertiría el manuscrito en mi vida, mi vivir sería mi escribir o, mejor dicho, mi escribir construiría mi vida, latidos de tinta. Otras veces siento (o pienso) que me atasco y en lugar de escribirlo para seguir viviendo, dejo que surjan lágrimas de autocompasión y no soy capaz ni siquiera de derramarlas en forma de spray negro contra unos cacharritos metálicos formando un casquillo, un portalámparas de torres ya obsoletas. No sé porqué estoy tardando tanto en decir SI y NO y hacer lo que tengo que hacer para ser, de verdad, un escritor.

hoy
no sé porqué
las palabras no salen en frases pequeñitas
de esas que parecen poemas de verdad
de los de toda la vida

casi
incluso
con rima
y
los rompo
sin
ninguna
otra
razón
q
mi
voluntad
mi (última) voluntad.

me gusta empezar a escribir diciendo Hoy porque me sitúa en el momento actual, me hace trabajar la captura de datos. Soy un disco duro copiando el universo. Desmagnetizaré los unos para volverlos locos, convertirlos en 7s y después inventar un sistema numérico en el que los vacíos sean el modo de representación del desconocimiento.
Al fin podré expresarme digitalmente.
Leo a Mr Auster y siento comprensión. Siento enormes ganas de conocerle, de saber algo de él, de imaginar que quisiese traducir al inglés Proesía y se volviese loco de alegría si consiguiese hacerle llegar un mail desesperado pidiéndole que prologase Territorios.
¿Quién puede hacer el prólogo de ese libro?
Me tienen alergia.
Vuelven la cabeza a otro lado
después de haberme mirado
y sujetan la quijada en la palma de la mano
así
desaparezco.
Sí. La máquina del tiempo se llevará a tus actores preferidos al lago más profundo de tu memoria.

Café Galache, M-20010406

Javi me hablaba de la India y yo recordaba una nariz, un olor agridulce, textura similar a la sémola con leche, cálida y de azmicle, ojos de lágrimas perennes y chispas de navidad, aleluyas presbiterianas en sótanos baptistas mientras unos pies descalzos intentan luchas danzas del vientre.
El me decía que si yo sabía quién era krishna y yo rememoré unos comics de protagonista azul que se erigía líder de los monos para impedir el avance del mal, pero no lo derrotaba, no exterminaba cruelmente la crueldad. Casi me convencí de la candidatura religiosa de Ur. Pero la cerveza casera de Ned consiguió que me olvidase de todo y decidiese hacerme un budista escéptico, lo cual es mucho más coherente que ser un cristiano incrédulo.
A estas alturas no sé si fue la espuma o el color oscuro de las botellas lo que me impulsó a seguir los caminos no trazados de la religión no religiosa que abracé.
Javi quiso que abrazase un libro y yo bastante tengo con cagar los míos. Finalmente, él, se pasó a Retevisión.

Hay un tono que impulsa el vespertino capricho de la impronta, una calabaza de nieve que acaricia mi despertar al sol. La lucha ha comenzado y tiene forma de témpano de hielo con flores de colores: margaritas amarillas de vida, alegría titánica, tánica que ignora mi presencia.
Me apunta el crepitar de sus uñas redondas que, silentes, distinguen una página de otra en la billetera del periodismo que cada mediodía abulta un poco más la añoranza de envidia que endurece mi alma. Se le derrama el alma por la pierna, el agua roe el vaso en el que habita y te quitan un rincón para adaptarte a la nueva misión que tienes que callar.
Elegante. Sutil, bate silencios al cabo de sus dedos quebradizos rompiendo en el infierno
las pelotas.
El hedor era tan intenso que atravesé Gran Vía para huir y aún así, sus partículas ondulando me perseguían, me acosaban, mi pobre pituitaria hipnotizada creía que era la trompa de un marrano revolcado en el fango de sus propias heces. Pelos de fuego que se clavan en la infinita serenidad de mi nombre. Un comic azul con protagonista azul, una ilusión pandera que abre la ventana sin password del desaparecido. Quiero inundar de mi semen verbal este universo, ser el único escritor que reconozcan como Dios los televidentes adictos al gran hermano, esa discusión tonta que lleva una carga explosiva, ramo de derrota compartida, aluviones de vertidos radiactivos que flotan como anises en la espesa infusión que preparaste.
Tus puntos son mis rayas, en tus rayas mis puntos y juntos, entre-abiertos, haremos del morse el lenguaje del sexo. No sé si hacerme un psicoanálisis o hacerme Hare Krishna. No tiene mucho sentido esta disquisición, es hablar por hablar, no quiero hacerme nada para ser un conjunto de puntos en tu espacio, una distribución de estados excitados, eso sí, siempre, tendiendo a la mínima energía.
¿Qué te parece una mirada de vicio desbocada que se escapa entre antenas en cruz sobre tus pechos? Si casi no tienes…
Sus tetas de cartón tienen un luminoso con ruido de monedas, salarios incompletos que habitan un sepulcro de humo y celofán. ¿Por qué Celofán?.
Pues la verdad, ni puta idea. Supongo que Lacan sentado en su ventisca estará satisfecho con mi no yo para ser otro que es el todo con pintas verdes a través del cuál, cruzando los anillos de Saturno y los siete centros de la polla, sale como huracán en busca de aventuras y duerme en su inexistencia de tranquilo deambular. Sus ancas se divorcian y el culo gime un gusto invisible a la orilla del río.
Yo también me estaba bañando.
Estaba sola y dejó que el tiempo arrojase un aro de avecrem en forma de hojalata que no tiene más maleabilidad que la incondicional airtel sonando fuerte.
Las flemas le salieron a relucir, por decir algo, hasta la barbilla, resbalaron una papada magra y se suicidaron contra la calzada como el champán feroz rompe en burbujeos que tienen tu rostro, tienen tu luz, tu nombre, tu sonrisa, tus alas de compresa sin instrucciones adjuntas y una preocupación plena de pulmones blancos, llamaradas azules de champú que alzan la voz, alzan la voz y la palabra, levantan la inquietud a la caricatura de miedo a un encuentro sin verdades, una asimetría ilimitada, desde Daimiel a La Riviera, Marsella hecha arrabal amargo, salubre sonrisa de porcelana, pañuelos de grill que me cosechan, rifan la libertad con cupones de ciegos enamorados.
Ella está tan cerca que su nombre es nombrable y no es porque podría oírseme decir que la he querido, que la he querido hasta decir ya basta y no poder más, hasta dañarme y hacerme feliz, hasta cambiar las formas de mis brazos, de mis piernas, apoyos de golondrina con nidos en los tejados, me estoy ennegreciendo por la sombra de lo que será una estupidez.
La vanalidad es el punto fuerte de Dios. Aún nadie le buscó ahí, en lo estrambótico, excepto cap, excepto yo. Barcos de plata rompen olas de papel, escriben mi vida a la esquina.
Esquina, sí, esquina.
¿pasa algo?
Lalo no ha vuelto al portal. Sin embargo sus cosas siguen ahí. He visto una desvencijada madera de viejas prendas malolientes y restos de orín dibujando un elfo en la pared. Sus pertenencias con forma de cajas de cartón avinagrado se esparcen por la acera como otros adoquines, otras tumbas, esquelas de la humillación, capitulaciones de la dignidad. Entre sus ropas, una jeringa gastada con punta que ya no es punta, con gatillo tan negro que parece de moda, con contador invisible, probeta de muerte y de infierno.
Yo siempre suspendí los laboratorios. Pero Lalo habría sido sobresaliente si la muchedumbre no le hubiese pesado, haciéndole tropezar con su destino y matar a su padre antes de que pudiese darle un apellido.
Ahora las cosas son distintas; hay tantos coches blancos en las calles que las bodas se aplazan por problemas de tráfico, las ceremonias mortuorias se festejan con gabardinas imposibles en áticos siniestros donde claveles verdes hacen girar los ojos en todas direcciones.
Lalo se da cuenta de que él es una llanta, caucho sin alambres, huella en el paso apisonador de la historia que escribimos los de las empresas de capital riesgo, consultoras IT y otras pavadas con un Tango especial dedicado a ellas, sangriento baile de la guillotina, sus miembros engrisecidos por el suavizante en las drogas para aumentar su peso no hace más que desteñirle, lavarle por dentro con la colada inadecuada, una colada de pesadillas, calles sin número y pavimentación en polvo.
La última vez fue en el noventa y ya no hay que dudar del paso de los años, de ese conformar tardío que sus azulejos van rememorando hasta un final inevitable.
Se ha ido, pero volverá.
Rémora de semáforos a mirar con osadía un culo, un par de tetas, su pecho henchido de nitrógeno líquido, barba en el moreno perfil de su faz dura.
Le cae con dignidad un resto de calamares entre el candado que le define. Las olas del mar urbano le son indiferentes. Arrecife de impiedad y cobardía, sus ojos de santo se llenan de venas afiladas, siempre afiladas, canciones inverosímiles en una emisora clandestina.
Voy a publicar Territorios.
La verdad se va acercando como rayo que cae en Telefónica: se queman todos los habitantes del averno, hálito sin par de parlantes con anzuelo garantizado. Una bandeja derrite el horizonte en estruendo de vidrios destruidos, exterminados como el cuerpo de 10 millones de judíos. ¿Lo hemos olvidado?.
Por eso voy a publicarlo.
Por eso y por mi libertad.
Por eso y porque soy rico.
Soy el hombre más rico del mundo, el más rico del universo, justito por delante de las puertas del puente. Un pasito más hacia delante me habría puesto a construir mi propia lanzadera para pasar una noche con ella follando en el vacío, ingrávida inseminación que haga de Iván el símbolo de la ligereza, microeconomía de la felicidad, nacimiento sin la atadura de 9,8 newtoniones sobre su barriga.
Nuestros juegos serán hasta el amanecer del sol en la nebulosa de Orión mientras caminaremos el uno sobre el otro con dedos enamorados reencontrándonos este fin de semana en el que empieza el mundo.
Soy Eva, ella Adán, Iván será Caín y Abel se llamará Alma. Dinastía atea y budista adicta al gran hermano y adicto a su gran hermana. Nos adorarán como pesebres de lentejas, gafas de sol internas en el fondo de la retina, donde el violador retiene su incompetencia. Ellos serán Krishna y yo seré Hare. Cosas que pasan.
Pero hoy tengo que irme a cocinar. Seguramente un pollo a la cerveza. Entre medias, besaré el acuoso caldo de su coño y gritaré te amo con todas las fuerzas que me permita mi tostada.
Cuando riele la luna en el mar colmado de la plata, me acordaré: Lalo también trabaja más de lo que debe, por eso, uno de estos días, morirá.
Pero eso ya lo iré viendo. Tengamos un poco de paciencia y confiemos en que, alguna vez, esto será una gran novela.

Café Galache, M-20010405

Lalo quema su sangre con escobas de fuego, lenguas insomnes de violencia atroz. Sus mieles vierten sueños de humos y tristeza que rompen los peldaños de su sexo blando hecho mármol. Tumba de cristales negros, con la grasa de mil caballos voladores que regresan despacio a la ciudad y lo asesinan. El aire se evapora tenebroso en los culos grises de palomas amantes. Se evapora el miedo, sube al cielo y baja en ascensores de luces de colores. Es un edificio inteligente que abona sus deudas con ochenta por ciento de mierda y sobredosis de soledad.
Tres líneas para hacer hueco, llenar triángulos, rectángulos, el tiempo de los asesinos, que no cesan.
Yo sé que ahora vendrán caras extrañas
con su limosna de alivio a mi tormento.
Sigue la dureza del prado invadiendo el aire que respiro. La jeringuilla no se separó del antebrazo de Lalo que me veía entre las nubes de amapolas convertidas en su realidad.
Estaba tirado en el portal de la panadería. Sus rodillas al sol de la penumbra tenían aún restos de sangre y polvo. No sé porqué nos vimos. Yo iba al cine; él vivía su propio melodrama: tragedia griega en la que matarán a su génesis, su consciencia de hombre, su piel y su mirada, su lágrima que aúlla en el silencio de la sepultura. Sudario vivo de fibras color ámbar, crispados los amarres de la indefinición, la infidelidad se hizo añicos en sus profundidades y el tiempo de azulejos
pasó.

Hoy hace un día espléndido. La luz entra en el café como el café en mi cuerpo, animándolo, despertándolo, a la espesura opaca de aros de cebolla con zapaterías galaicas en la druma arañada uñas de gato clavándose en mis ojos verdes. No puedo sangrar tanta miseria. Vivo bien. Madrid punto com y sublima ácidos mortales que marcos no sabe arrodillar. La hoja se manchó con mermelada y labios de mujer que me besan en lo oscuro de una desilusión. Ella se va a la guerra. Sus estornudos transmutados en escarabajos de oro caen entre los agujeros de un cráneo suspendido de la séptima copa antes de perecer. Salí a la calle a ver el mundo, su pelo enamorado refleja rayos silantrópicos cual amartillo el cristo de la filiación láctea.
Un hombre mueve un tonel de aluminio de lata, con su pelo de oro licuado en forma sana. Son aros de sus orejas. Orejas en las planchas que arropan mi nicho. Niñez asosegada sin calma ni edulcorantes. Lalo vierte su espuma en labios sin control. Sus dedos rotos tocan fondo, acarician el acordeón de sus costillas y se extirpan otro piojo de su mente disuelta.
Mientras, fosforece la estrella de la plaza Callao, una blusa de ante define lo infinito. Dios existe y es bueno. Yo soy un mal poeta. De hecho, yo, no soy poeta. Nunca más soy poeta. Quiero escribir a fuerza de necesidad motor: escribir, escribir, perdiendo la razón para encontrar el suelo, pisar con líneas vanas que salen de mi culo, del culo del yoga, del cigarrillo que sostienen sus tentáculos digitales, su ansia de amistad, una curva siniestra, gritos de oscuridad, ella no lo vio y lo pisó. Sus pies descalzos cargaron la tinta del bolígrafo sidoso escribiendo el poema final que ha de ser apócrifo.
Desapareció en el fondo de su pensamiento. Su autoabsorción fue comentada por doctos interinos que agitaban la luna buscando explicaciones. El rojo de la azotea armó el revuelo de troskitada que me hizo como soy.
Y soy muchas cosas, pero no soy poeta. No quiero ser poeta si la poesía es el psicoanálisis, pero quiero el psicoanálisis para sí mismo, para la libertad, para las iras y las miras, guerra mundial por fascículos coleccionables en trapecios de músculos laxos.
Lalo está olvidando que fue un hombre.
Son nuevas caras porque apenas recuerdo qué le pasó a Margarita después de ser violada. La mesa era azul. Azul y blanca.
Y sus besos se cerraron, crisis de corazones duros. Labios acero. Servilletas de piel humana para limpiarse los restos de comida canina. Un incisivo de plomo que regía una provincia de la desdicha. Pobreza interestelar en sus gafas que suavizan azahares entre ruidos de móviles y Sade. Ella suena. Los gritos del silencio en inglés multicanal. Cerdos de latón. Sarcófagos de altura inconmensurable. No tengo palabras colibrí para dirigir la orquesta de mi escrito. Se rige por vocablos de diccionario albino. No hay razón para seguir. No hay razón para escribir. Brillo dibuja círculo encerrado, abarrotado de parias que gobernarán la tierra. Sus corbatas de seda les limpian las babas. Ellos no son Lalo. Ellos no tienen espuma en sus labios resecos. Sus lenguas son veneno deshidratado. Arremeten contra las acciones en el aire de artilugios ígneos. Centrífugas sonrisas huyen de entre mis mieles con cariz de habichuelas que agitan banderas hollín de crisantemo.
Piedra palermo de rosas escocesas que muestran su coño abriendo sus piernas a la estratosfera. Un cometa se corre dejando estelas de insectos vertebrados con clones de millones de seres que invadirán la tierra.
Yo voy a clonarme. Sí. Lo he decidido. Voy a ir a mi médico de la seguridad social y, basándome en las leyes de la igualdad, pediré ser clonado en cienmil ciudadanos que irán por el mundo esparciendo el esperma de mi poesía. Vomitadores crónicos, llenarán las bodegas para vaciarlas de existencias. Acabarán con todo lo que lleve mi nombre y gritarán ¡Giusseppe! ¡giusseppe.net!.
La virgen del Palen será mi próxima inhumación acabando en la constelación fantasma de IO alrededor de planetas que no pueblan mi casa.
Clono y clono. Luego, reproducción en espiral y sus genes se mezclan. Fornican y obtienen distintas combinaciones, códigos de barras diferentes, perfectamente distinguibles en la UGT y llaman a cada uno por su nombre y los primos clones se llaman Adán y Eva. Al fin seremos dios y la cagaremos como él, qué enorme gilipollez la de no comprender sus errores.
Tendremos que Babelizar el genoma con diluvios de ribosomas amorfos. Diferenciar lo indiferente y ampliar el espectro del arco iris hasta distinguir clara y discretamente el continuo de flores que los cojones de Alf no necesita porque Dune anochece en los labios, en los dientes de giselas perladas, sus amarillos anteojos visten de blanco como la evra. El apetito arpío zarandea la ventana temporal en la que JFK carambolea con Cuba para acribillar la tierra conocida. Por eso hay que extraer petróleo en Alaska, y lo siguiente será clonar lapones en Amudsen-Scott, mientras sus un MP3 reproduce a Mecano metálico y blanco, alzando su santurrón en la zima del polo. Helados de amor fabricados sin sexo. No habrá reproducción ni copulación ni cooperación ni copatrocinios de ningún cobarde enamorado.
Yo lloraré y yoyearé como me corresponde. Serán cosas extrañas tributando un helicoidal restaurar a mi vida cansada.
¿Cómo pueden beber whisky por las mañanas? El hielo lo importan de Groenlandia junto con el molibdeno que es el origen de la vida. Ese extraño cometa follador. Esa invasión extraterrestre que satisfizo la investigación sueca donde el matiz se hace dinamita para vivir nuevamente, lanzarse a galardonar el peso del sistema, como una vela prismática argentina llena una esquina de la papelera en donde me alimento. La soga de la vergüenza pende sobre mí. Mi verga se excita con el recuerdo de sus curvas. Mentí como otras veces pero ellos lo creyeron. Pudo haber sido verdad, pero no lo fue. Pretéritos imperfectos que hicieron las delicias de merluza con lentejitas de arroz a la giralda tornasolada que tiene más base de la que soporta un clónico musical sin tarjeta de crédito.
Abatido, pienso en lo que me resta por llegar a terminar esta novela. Ya he llegado a la determinación de que lo es. Y no veo el momento en que llegará a tus dedos, a tus gafas presentes que alucinan con ser la cueva de tu simpatía hecha córnea, cristalino, niña de tus ojos. Retrato oval de un despertar, la vida raptada a los cantos del dolor. Ella murió. Margarita ya no aparecerá. Pero su recuerdo eterno estará presente en las canciones de las calles, llenará los estantes de la memoria histórica.
Desamparados todos, uníos en llanto y vestid una diadema de rentabilidad solemne que ablande el paso hipopotámico de las vacas azules. El negocio de la cristalera es mirarte, como yo lo hago, en la sombra de una mesa sin lápidas.
Llega hasta mí el olor de tu distancia, jarabe de hiel que abduce mi sensación, es la dicha almendrada de tu rostro, patina hérica de tu nariz clásica, dórica columna del templo de tu inteligencia, sensualidad rosada de bolsos de mujer. Fetichismo del cielo, imagen angular de mi horizonte, crisis en la penumbra, juego entrecruzado de arroyos saltarines que riegan las piedras rodadas de tu mirada.
Pero los analistas aseguran que el negocio no es posible, que la crisis me sumirá en la desesperación, que la ducha será la única arma paliativa lavandera de mis vísceras enarboladas como verdaderos baluartes de mi pasión desproporcionada. Una manifestación se convierte en invencible por la fuerza de sus convicciones. No me atrevo a escribir lo que no debo. No soy libre. No soy libre.
No seré nunca un poeta. No sé, ni siquiera, si quiero serlo. Voy a escribir. Voy a escribir y leer. Quiero escribir como bailarín de la palabra impresa, llanero solitario de cartucheras portátiles.
No sé si me atreveré a viajar con un portátil de 13 pulgadas por los bares de Madrid y escribir relatos sin sentido. Proesía y más proesía. No sé si seré capaz de terminar algo en mi vida. A lo mejor no hay nada que terminar. Las cosas vienen y van. Sólo hay que estar. Abrir los centros energéticos y ser un filtro activo, una amalgama de carbón y otros metales a través de los que canalizar la televisión interactiva, la droga urbana, el teatro amateur, también llamado teatro alternativo, las violaciones de nuestros derechos universales de ámbito local, el comercio electrónico sin encriptación que valga, terceras partes confiantes, notarios de amor, familias, cárceles, cánceres, el sida, la guerra de los mundos, el primero y los otros, su sexo reglado, los cantos de Maldoror, canibalismo libertario, secretos de estado, estados alterados, unos ojos de mango azules y mojados, humedad en sus labios, la vida en mi capullo palpitante, sexo en mitad de un tintero vacío, unas patatas bravas, calamares suecos, brahamanes carniceros asesinando sus esposas con la crueldad de un apagón, una célula fotoeléctrica que se enamora de la sombra capaz de comprenderla, su mirada tan tímida como la mía, una actitud clínicamente probada donde la probeta está engendrando a mis sucesores follándose la Biblia y el Korán con la fuerza de un Tenotchitlan en cumbres borrascosas donde sus labios se abren y entro por ellos al sistema circulatorio con sabor a cebolla y ajo de su paladar.
Salto al vacío, invado sus pulmones y me abrazo con las piernas a su tráquea; la polla emite vibraciones con mensajes GSM y labra un surco en su respiración. Me mira con nostalgia de desconocimiento y su perfume convierte un culo en alma permanente, trascendente, alma de patxarán y rockandroll donde su coleta (noche) dibuja el instante del aperitivo.
Quemándose el brazo, Lalo encuentra el placer de sentir, quiere ser un hombre. La escoba acuosa impregna su negrura en las telas gastadas que apenas cubren un cuerpo inanimado. Sus vértebras chirrían himno de corderos que la comunidad llama accesos de violencia cuando es un animal herido, un oso sin piel y sin tendones que la carcoma arroja al mar del sufrimiento, dante escribiendo una rebeca inaccesible de violetas con viga al ritmo de mis pulsaciones.
Es la propaganda.
Una vida así no la tolero y no puedo evitarla. Así escribo, desde lo más hondo de lo que no sé contar.
Kansas era su sueño dorado y sigue aspirando (entre otras sustancias nocivas) a tener un rancho con búfalos exterminables y una parejita de rumanitos que armados con globos de 1 metro cúbico ocupan el lubricado aspecto de su imaginación.
Oleaje de naufragio donde la ciudad se vierte como océano invertido remontando salmónicamente el cauce de los acontecimientos.
Así de suave parece ser su tersura, su superficie infinitamente derivable que oprime mi corazón mientras intento silenciar mis tripas. Gritan la enanez grotesca de su joroba marrón con cúpulas grandilocuentes con alguna diéresis puntiaguda. Así los guyis guyis son más felices y sus piquitos nocturnos engendran el termostato alterado que no levanta cabeza por encima de la manta. Ella cree que puede mentir y yo sé que ella puede mentir aunque sus dígitos orgásmicos penetran en su pantalón buscando un clítoris capaz de descomponer la expresión calmada del dalay lama y hacerle desear clavar una lengua de dos leguas hasta el fondo de la (cobertura del sable) y más allá atravesar la idea en la que existo, el otro en el que habito, esa sinopsis que me menciona, me hace inmortal, si no como poeta, al menos como la mejor pluma que jamás gozó. Quiero firmarle autógrafos en el pergamino vivo de su intestino, escribir los versos más tristes de mi vida en el envés convexo de su pulmón izquierdo, en la concavidad de sus protuberancias, de todas ellas, sus curvas afiladas, ser la bombilla de una lampara hecha con su carne, alimentarme con la sangre fluida de su lengua hasta que palidezca, hasta que una mirada suya sea una mirada mía y fundirse sea hablar por tus labios diciéndome te quiero.
Es algo recurrente esto de la penetración más allá de los límites establecidos por la normalidad. Es la trisexualidad que hube estado buscando desde mi primer dedo, aquel que fue chupado hasta que desgasté, impreso como estaba por santas señales que me distinguían como noble descendiente de una cigüeña blanca llena de capuchinos con mantequilla más morados que el cítrico artemítico que halagó mi trabajo con su risa sinfónica. No hay música en mi escrito. No hay ni siquiera ritmo. Sólo un loco balido que desbocado aborda la proa de mi presente y se erige en visionario de un futuro que fabrico, de la nada, creando, creyendo, un escritor, un inmenso escritor que acabará en la cima de los montes escandinavos navegando en Internet con un ramo de avestruces que no tienen DNI.
Mientras la espera, me tocará leer. Mientras leo, me tocará escribir.
Más tarde, leyendo y escribiendo, tocaré.
Pero eso será todo; más tarde en un tiempo lineal que no ha llegado. Ahora, me toca cocinar.

Toledo, T-20010329

No pedí el perdón que debía haber pedido por retrasar un infinito hasta postponer la voluntad sacrificada con un nombre femenino que llena de miradas mi costado influyente.
Sus ojos son alemanes y gritan ánimo informe de pesadumbre por la carencia del paso de la guerra y otros capitanes que dejaron su piel al cañón fálico de la nocturnidad. Su lengua se dibuja azulada como lágrimas de mariposas que alzan música ínfima a la hoguera de horas sin influencia de escritores que pasan sus arboledas al atado de su realidad hecha de una madera especial.
Se trata de librarse de los violadores que toman la libertad de sentirse más fuertes por ser más atrevidos. Dejan su piel en las oficinas frustrantes del sexo sin anteojos. Son los lobos de la desesperación que montan en bicicleta y dejan arrastrar sus pétalos de cálidos amores olvidados en carteras vacías.
Sin un problema por resolver, los profesores imparten lo indivisible como restos de poemas que son demasiado literarios. Quiero hacerme escritor y no me doy cuenta de que voy por mal camino. No escribo. Sus influencias nocivas me llenan de aflicción y dejo de tiritar cuando relato el último crimen cometido. Una furgoneta surca el silencio y no entiende lo que no quiere entender para reír y darse cuenta de que brilla de forma especial cuando las luces impactan boleando sus narices de trampa mortal en la que resbalaré sin cuesta hasta sus labios. Carne hecha carne, sexo hecho sexo y vida hecha vida que se vive, que no se muere nunca. Por eso soy inmortal, por eso soy el dios de la palabra y el silencio, cantor infinito infinitésimo de versos esdrújulos cuando sus dudas tartamudas se alojan en canciones que comprendes demasiado bien. El proyecto de sistemas discos es la bomba que revisar antes de cada noche, de cada anochecer en tus silencios.
Michael Man es lo que surge de la furgoneta y alcanza la nube primera de la primavera que deja surtidores de islandés en el flamenco por perder desde los intestinos que te aman, las tripas enamoradas y tus sinquerer albinos en forma de culos que viven encerrados en pantalones de pana con tantas letras en común que contar sobre la dicha interna; no hay un sistema de sillas sobre la luna astral con un miocardio de agua que invadirá la piedra en el zaguán ovalado.
Estoy escapando de algo que no conozco y temo. Sé que temo sus ojos mirándome y sentir el deseo entre las piernas que han de incomodar germania entera cuando abre las suyas y escapan pelos de su vello púbico rosado, salpicando un flujo en el ardor del mito que rebaja la dureza de la guerra de los mundos. Se fue a cagar y su culo habló de mí y le dijo que mi polla amaba escribir tanto como follar y la llenaría de autógrafos de vida en su espalda, caligrafía de cinematógrafo abrasando el marfil violado de sus muslos.
Se fue y el tiempo acerca el tiempo que pasa alejándose. Ella ya nunca más podrá vivir sin mi recuerdo. Sus ojos se abrirán en el espejo cada mañana mirando en sus anteojos mi mirada cándida y seductora cargada de sonrisas de plomo bien afiladas para atarla al desnudarse contra las paredes de papel verde que gotean llantos de vísceras sobrehumanas, curiosamente, donde los sobrehumano no existe porque dios no lo permite.
El sol aparece sobre piedras de judíos que ardieron en pagodas duras de humo blando que se izaba bandera de la inhumanidad.
Fiesta de dios criatura asesina alma sin alma que de su nada imposible creó las nuestras. Luego llenó el silencio de palabras para hacer esposa eterna de la muerte a la poesía.
No hay lugares que deambulen entre tinieblas de cervezas más allá de una televisión masiva con el diecisiete de olgas en las iglesias que acampan caravana en la guerra impía que surte el enigma arañado sobre las invertebradas patatas de la bolsa abierta con gayas de inmensidad abalastrada en la parra romana que mira sin frontal, sin un destino arborescente, en la sirena añil de un lilo que no arranca maestros de asesinato y droga, ditirambos del morir que inclinan el pecho ante la vida inocente de jóvenes impolutos a los que pueden profanar. La mesa, hoy, también era azul.
No sé qué hacer con margarita pero uno de estos días volverá a mi cotidianeidad alzando su petición, su casi ruego, de ser una vez más mi protagonista y roncar una nivola que es una cagada de cerebro que (ja) celebro en cada línea anaranjada de sangre marciana que mana mi dedo izquierdo con la confirmación vaquera que tiene fe en la nada a la que llaman dios. Son cosas que pasan. Sus aullidos se oyen en las sombras, sombras que son sombras de sombras poe-ticas en libros de vejez hecha verdad. Sus manos se frotan y vacilan cuando las tortas vuelan hacia cigarrillos de liliputienses que se venden en las esquinas por donde margarita musita su miseria, su plegariadolor, de añoranza estaquiada al tiempo de los asesinos que mil besos convertirán en términos de estación sin una razón a la que inducir al terror del canibalismo lleno de huesos de dedos, falanges “despellejadas” en el pellejito de la simpatía. Las cuestas hacen volver a tangos que liberan mundos hexaédricos cuyos bornes giran sin gardenias de bolsos en sus ansias. Son ánimas de purgatorios de la desidia. Una crítica pura hecha mujer encaramada a taburetes de mil metros de altura desde los que caer en picado a la luz de las bujías de la eternidad que tiene sabor a café mal hecho y agua extra de sal y amoníaco en flor para regalar tu ausencia vistiéndola de paraísos en frivolidades que carecen de azucareros rojos plenos de seriedad y bocados de caballo sin mesón de crímenes con coca-cola de callao perdido entre la bruma que enloquece como la protagonista.

¿Alguien no sabe quién es la protagonista de esta cosa?

Yo sé quién es aunque no sé qué hará. Yo tampoco sé qué haré y, sin embargo, mi vida es mi nivlola de incontables libertades de plástico azul que llena de espacio la lumbre del silencio.
He quemado, en Toledo
los quince cartuchos
temblorosos de turismo con forma de
mujer enigmática que mira y mira…
yo, me voy.

Café Brick, BA-20010118

Hoy no quiero escribir. Tengo muchas cosas que hacer aquí, en Buenos Aires. Comprar lecciones de tango para ella, dulces de leche para el bueno de Sergio y caminar por las calles dejando libre el resorte de mi cuello que, enloquecido, absorba la imagen de estas minas desafiantes y osadas, violando gravedades bajo un sol amarillo que tiñó los techos de los autos locos.
Un buen hombre camina indeciso pisando su cabeza, su propia cabeza arrastrada por el paso de cebra barrido por sus piernas envueltas en la saya ajustada y frágil.

Hoy no quiero escribir más.

Café Tortoni, BA-20010117

Yo estaba en la cama sudando, bajo la acción inocente del ventilador. Al otro lado de la pared estrecha, un jadeo ascendente comenzó a despertarme.
Era una voz de mujer, suave y melosa, cálida como el húmedo aire que entraba desde la Avenida Callao, las luces del luminoso intermitentes como la respiración de la ciudad acompasaban su ritmo, el ritmo caliente de sus agitaciones.
Encendí la luz de la mesilla y abrí de nuevo a Dostoievski.
El ruido mineral de una cama crujiendo arrasó mi entusiasmo literario. Calor. Sudaban mis orejas latidos de esa pared testigo de ese orgasmo, se aceleró frecuencia de gemidos, vértebras metálicas chirriaban incesantes.
Apagué la luz y entró el escándalo mecánico surcando la avenida. Perdí, por un instante, las pruebas de su orgía.
En el techo, las aspas sordas batían el aire que me llegaba en ondas al vientre acariciado. Sábanas mojadas empapaban de sudor mi espalda.
Un alarido retomó mi concentración en la superficie próxima a la cabecera, los gritos reflejaban un cambio en la postura, carne cacheteada, sexos encontrados, labios mordidos, ir y venir de golpes contra el cielo, el otro cielo, plateado de nuestra frontera intransitable, metal, piel, sudor, sonidos, semen, gritos que se alzaban paralelos en la noche, violando la Avenida, sudor y semen solitario sin un sonido, sin gritos y entrepierna empapada en líquidos viscosos. La sábana proteica adorando mi sexo, de nuevo, nueva luz, aullidos simultáneos, sudor piel culo polla abrazada en la hierba en el bosque sombrío rociado de miseria, semen que se divierte inundando su entraña, últimos estertores de un somier que protesta, llantos que no son llanto, sexo no gratuito, olvidado, en la noche de la Avenida Callao. El luminoso sigue titilando en la noche, insomne y descuidado. El ventilador cesa su queja interminable. El aire se detiene, se posa entre mis piernas mojadas y calientes mientras al otro lado se escucha el gruñir de goznes oxidados. El baño está en el pasillo y lo recuerdo. Mi mente piensa libre en ir por la mirilla a espiar un rostro oído a través de un tapiz, una cara sin nombre, ojos de pesos colorados; mi cuerpo no obedece las ansias de mi espíritu y cansado se retuerce entre sudor y semen gastado en el verano cálido y caliente de una noche cualquiera en el Hotel Nueva Lourdes.

Estoy en Buenos Aires y esto es lo que escribo. Retazos de memoria de tiempos revenidos, noches de lujuria, frustración impotente al lado de novelas ejemplares añorando su sexo, su aliento y compañía, deseando competir con ruidos contra el viento de la tempestad azul que surca sombras chinas. El luminoso grita su adiós desde la ventana y los rayos de la noche infectan de humedad mi soledad buscada. Añoranza.
Dejo caer mi cuerpo a mi costado. Unas últimas gotas aún rezuman de mi sexo humedeciendo toallas que aplacan los sudores, injustos, de la sábana. Ella no está a mi lado. La lámpara se extingue, la luz ya se ha acabado y veo unto a mí una mosca pequeña, diminuta, jugando con la almohada.
La capturo y encierro en una bolsa azul, de plástico necrófilo, ahorco su libertad tras una jaula improvisada.
Esta mañana aún estaba allí, batiendo su desesperación al lado de la ventana. La avenida chillaba su cotidiano arreglo, obras en las aceras, temibles soledades se alzan entre los autos, se alzan tras las paredes.
Tomé un baño que fue limpieza en cuerpo y alma pero la sábana blanca ya nunca más fue blanca. Brillaba la tristeza en manchas clarioscuras y al salir del pasillo pensé que encontraría la causa de la muerte de una mosca nocturna. Crucé junto a su puerta con curiosidad abierta y, de súbito, apareció en la cama la chica del servicio de limpieza mirándome muy tímida y diciéndome que todo lo sabía. Pero ella no era ella y yo ya no era yo y seguí mi camino con rumbo al descensor.
Salí a la calle y llegué a este local marrón y ahora que recuerdo la noche de esta noche, me siento bien, alegre, con algo que escribir entre los dedos, con algo que sentir en el cerebro, con un sexo insolente que opera por su cuenta, un oído avezado cotilla astuto y ciego. Recuerdo una noche de un trío protegido por la incomunicación, aislamiento hecho de yeso, estéreo en el orgasmo de silencio y aullidos, de miseria y de felicidad.
En la Avenida Callao, mientras tanto, los coches seguían surcando el tiempo y el espacio. Dividiendo en antes y después, en aquí y en allí el cuadrante del meridiano, la duda y la certeza, los autos sin frenar seguían su camino como si no supieran qué había pasado allí.
La mosca muerta por el sol insistente entre cortinas, la frustración de la soledad armando una canción, recuerdo de Sabina, la mirada cómplice de la recepcionista que dijo “qué calor esta noche, ¿verdad?” mientras yo preguntaba al fondo de mí mismo “¿lo sabe?” e incluso “¿Será ella?”, pero nuestros ojos se cruzaron blindados contra el miedo, al miedo de estar solos, solos en el universo.
Sólo existe la noche. La noche de la luz había acabado, la noche de la sombra empieza.
Sus brazos me miran en la esa batida de pomelo, la grieta se abre en el suelo y el terremoto absorbe su líquido semiótico al tiempo que un genio sale de la botella y me concede el deseo… y punto. Esto lo considera suficiente, grandísimo gilipollas y siento que se escapa al lado de la guerra huyendo de mi compañía, perdiéndose en la noche, negación de muñecas que gesticulan en el aire un canto de sirenas abisal, perfidia en negro de crespones plata como el río que anochece, estancado en mi mirada, sus ojos azules, sus labios grana, la expresión de su córnea que es córnea caprichosa, princesa caprichosa, princesa de los cuentos, cosquillas en el coche, abrazos que derraman su cortés despedida para siempre jamás pues la infancia se muere, la inocencia se acaba y crespones muy negros agarrarán su talle, verterán un saludo nocturno a un camarero, asirán el secreto de mi palabra escrita y olvidarán crueles la dicha de mi amor. Ella será mañana desdicha en flora de loto quebrando los anhelos de sus enamorados, los romperá la crisma contra sus dientecitos, sus caricias de fuego quemarán el amor y lo convertirá en sexo, sus brazos alargados poseerán el secreto de poder desgajar corazones sin miedo, sin verter una lágrima por no manchar la córnea, ni de helado ni en llanto febril como esperanza de renacer al mundo en forma de sirena saliendo entre la bruma de miles de poemas, de versos infinitos que se escriban por el aire transparente donde lleguen bebidas al surco enamorado de su boca, al canto sutil de las mañanas, al aleteo mortal de moscas cautivas, de celos de atragantamientos por no caer en la luna como quien describe una curva perfecta pistacho y fresa al caminar por la vereda donde el kilombo alcanza Savoy y trae dos vinos para regar cenas de siluetas asadas al abrazo del tiempo, entre velas y estrellas, bajo el techo iluminado de luz blanca y de nieve, la nieve en las ventanas, las armas que se enojan por no poder matarme y poseerla toda como yo la poseo, a todo terreno, en la distancia de mil océanos y la violencia de su sexo.
Ahí, en ese instante, sus mates y sus crisis, su pomelo maduro se abre ante mis ansias. Me alimento de besos que me llenan la piel, garchamos la noche de la luz, la luz en la noche veo en sus ojos, culo de vainilla y en su mirada sale el sol para garchar y garchar, garchar sin descanso, raptada, luz de sombra en la noche de sombras, en la almohada de lunas, en la crítica escrita por un rabioso enemigo que ve en Territorios el despertar al mundo del mejor poeta de todos los tiempos. El héroe de una Troya que ya no tiene sitio, Helenas muertas como moscas en bolsas, meretriz de la alcurnia al lado del tabique, rusos en la tiniebla hablando de Madrid, de Calle Desengaño, de muerte embotellada vendida en ambulancias allá donde se prohibe la venta itinerante como si se pudiese dejar de poseer deseos agotados, silencos de frustración agitados y oscuros.
Son un canto a la ducha. A la lucha también, de tanta globalización al otro lado del globo rompiendo las pelotas y lacerando el apetito, sin una mascarilla que oculte la verdad, mi verdad con forma de alquitrán en una playa blanca de arena fina. Una inocente mancha que pegará tus dedos, se meterá en tu sexo y te poseerá, valiente y decidida, de barro y una mirada que fue sorprendida entre los jirones hechos por la brisa durazno de su crepitar albino. Son azulejos como sinsentidos que tiempos arrastraron al tono de sus músculos, abriendo en trechos arcaicos las venas del bife ensangrentado. Sus brazos se pliegan y abrazan la copa al bies de la derrota en sus labios pudorosos. Una caída en la vara de su nariz sonora alcanza la mañana con la prisa del príncipe Rakovski que llega a este mundo entre carros de amianto encontrando el centro de su raíz primera, rodeada de tenedores y una falda solemne cayendo entre sus muslos que me desean ardientes con dedos enervados sobre la paz del mundo y una pistola con balas de colores entre ella y yo, su suicidio va a apartarla de mí como silencio, el miedo me aparta a mí de ella. Curtirá al otro lado del muro con su amiga y compañera metiéndole en su sexo el fondo de su lengua. Sus gritos se esparcirán más allá de las nieves perpetuas de la Antártida donde un glacial relamido se derretirá entero y arrasará la estación de estudios espectrales.
Sus dedos, dedos fibra alcanza orgasmo, se violan en la sombra tumbadas contra el piso y somos los tres un recuerdo de Dios que se gastó una paja para cagar el orbe, flotando entre las grasas de chanchos sin destino. Una cabeza baila el tango de perlas de su cuello, diamantes antivaho para empañar mis sueños y no dejarme ver, frenarme, auto, en la acera, con un copo de aire regando el 9 de Julio, dos luces encendidas en el fondo de un cubo y son las 2 y cuarto y rompen en la niebla lumínica de arriba sus bandejas de plata entre el pasar del tiempo y un dolor inhumano que puebla mis tentáculos entre enigmas andantes pingüino en la distancia, milonga que te acontece ahora que ya no estás y la fortuna de sernos siempre juntos florece una vez más como prado sentimental a la orilla de ríos de manteca y baños de pomelo mientras oigo sus voces de cálida esperanza y un pelo arroja el símbolo de desesperación. Está pasando el tiempo colgado de tus senos en rosa y en violeta, en drogas y miseria. Sos lo peor, digo y lo creo cuando las aspas del televisor me cuestan 5 pesos. No gasto 5 pesos para tener dinero. Voy a publicar Territorios y te quiero adorar para arrojarme al ebrio momento de engañarte con un beso en tu boca, la mente en otra parte y dándote las gracias por siempre, por siempre para que tu amor me haga persona, para poder amarte aún más y no adquirir frasquitos de durazno al terciopelo en flor con una bombita azul que se desploma extraña sobre un ramo de nieve que llamamos papel. Cuaderno vertical; visceral como el canto de un pez lleno de palentinos expertos en vírgenes del porvenir más bien turbio. Son las agujas de la crispación que me regalan un segundo nuevo ante tu mesa, ante tus tentáculos ingleses con látigos masoquistas que gimen cuando te azotas, flagelas tu cristal espalda y acaricias tu pecho porcelana. Son la guerra y la luz, cama de olvido, garra del descubrimiento que se detiene ante mi marcha veloz incontrolada. Luces en los billares que ahogan un secreto, un ramillete de bolas descojonándose ante tus pezoncillos sonrientes y dolientes, brillo de canas que estimula la conversación… ahora está lejos ese muro caliente, esos ladrillos rotos clavados en tu piel, el hálito abrasador que te acompaña. El tiempo va muriendo y voy queriendo terminar pero no hallo las palabras, no encuentro ante tus piernas nada más que decir: un ruego, una súplica, anhelo… que te abras, que me dejes entrar y quedarme a vivir, escalar por tu sexo hasta dentro de tu estómago para que te alimentes de mi sangre, para que respires por mi boca, follarte de dentro a afuera como si fueses trasparente y que agarres mi pija con fuerza decisiva, me masturbes masturbándote con el consolador perfecto, mojes tu mano en litros de manteca cálida derretida y me atenaces el miembro en erección, yo pondré la mesa en lo alto de tus pechos y un beso desde el fondo de tu corazón que llegue hasta tu lengua que no pueda parar, que no sepa de donde le viene tal orgasmo y se retuerza buscando lo imposible, buscando mi piel que no es más mi piel pues vivo en ti como habitante eterno, conciencia hecha cuerpo, mis brazos son tus brazos, tus nalgas son las mías y abrazo dos pechos con mis dos manos que son tuyos con mis dedos retorciendo febril tus argumentos.
Pasado el gran orgasmo en que seremos uno, alcanzaremos la armonía como restaurante con zona de fumadores. Beberemos juntos y viviremos juntos. Y juntos abrazados nos despertaremos por siempre cada día, noche luminosa de la noche.

Néctar de miseria

Por favor, señores, lo único que pido es que me escuchen, me escuchen y me aplaudan si les complace cuando yo termine de hablar.
De poco les ha de servir este producto que da la felicidad pues espero que ya sean felices. De todos modos y por hacerles pasar un buen rato, les diré que gracias a este bebedizo, cada día estoy más contenta y salgo a la calle con ganas de acercarme a gente como ustedes a ofrecerles la satisfacción de adquirir este frasco de sabor inigualable.
Desde que comencé a beberlo, ya no siento la necesidad de venderlo sino que me lanzo a hacerlo por el placer inmenso que me proporciona.
El escombrero que siempre fue mi casa se tornó alegre y las ratas parecieron faisanes suculentos. El pobre policía que nos desalojó anoche sé que no tendría esa dura expresión si hubiese podido convencerle de que ingiriese un trago de este líquido dorado y fresco.
Ya sólo me quedan estas siete últimas botellas y aunque ustedes hoy puedan no precisarlas, es más que probable que tengan algún familiar o conocido a quien regalar tan singular presente.
Si se sirve frío puede acompañar cualquier instante de soledad y, caliente, ayuda a prepararse para el futuro.
Sin duda alguna nadie les habló antes de este afrodisiaco que despertará polémicas por liberar su sexualidad, su mente, su cuerpo y les hará expansivos sin exceso.
Y por si esto aún no fuera suficiente, sepan que sus amigos comenzarán a apreciarles nada más comenzar su ingestión, sus parejas permanecerán a su lado sin aburrirse jamás y sus hijos, tengan o no, serán comprensivos con sus arbitrariedades.
Así que, ya ven, lo quieran ustedes o no, pueden aplaudirme y reír, jugar a ser niños otra vez, para no precisar la adquisición de mi oferta promocional.
Aplaudan, por favor, no lloren más, y sigan su camino.
Aplaudan o cómprenme algo para que pueda reposar esta noche bajo un techo, ahora que no puedo alimentarme, no puedo regresar al basurero… (pausa)
discúlpenme… (un trago).
Por favor, señores, lo único que pido es que me escuchen, me escuchen y me aplaudan si les complace cuando yo termine de hablar.
De poco les ha de servir este producto que da la felicidad…

BA-20010117

Frenan

Frenan, los autos frenan y yo escribo en este cuaderno de Sylvia e Iván con el rotulador de punta fina de Carmen, cuatro palabras que me trae la calma dejándome parar y ver que frenan, los autos, a mi paso y detienen sus ruedas coloradas porque reconocen que te amo, reconocen que he de seguir viviendo para hacer de este amor, mensaje universal, ser el nuevo profeta del milenio y llevar esta palabra a todo dominio de Internet.
Os amo, mi flaca, como al camello que me pasa droga, como al aire que respiro ahora, que los autos frenan a mi paso, en esta Rivadavia que conduce a tu sueño, conduce a tu mirada hecha de miel y de silencios, hendidura de plata incontinente que vierte al mundo un templo hecho mujer, mujer enamorada, inventando ese concepto, abstracto, de la vida.
Porque te recuerdo en cada radio de las ruedas de la bicicleta que giran, giran, con bailes de tus calles, calles del baile en donde los autos frenan a mi paso cargado nuclear con tu mirada.

Llegué a la Plaza de Mayo y ahora, frente la casa rosa, no sé qué hacer. Quiero manifestarme y también buscar un sitio fresco, a poder ser, con aire acondicionado donde, por menos de diez bolígrafos, comer.
No entiendo cómo un pueblo después de pasar el pasado tiene el valor de olvidarlo. Cómo evitar pensar en torturas, secuestros de estado, privaciones de las libertades mínimas sin sulfurarse, sin querer asesinar la palabra policía.
Yo no sé hacerlo y nada me pasó. Soy un observador de otro punto en el espaciotiempo y sin embargo en cada esquina que veo un uniforme se revuelve mi estómago y me transfigura el rostro.
Quisiera ser detenido para odiarles más orgánicamente y si no fuese por miedo me lanzaría a matar inocentes con el filo de sus viseras. En cambio, lo único que hago es venir a la plaza de las madres de desaparecidos como turista sin cámara a grabar en un instante la eternidad de la pena.

Me gusta el color de los taxis de Buenos Aires. Su abundancia negra y amarilla que viste las calles avenidas con laboriosas amantes de pólenes sin exprimir en una red de amianto que no arde como mi ciudad, con la garantía de la desesperación.
Los colectivos multicolor surcan el cielo de palmeras que espera encontrar una paloma negra, un palo abatido, hierba-yerba que enarbole la lucha no acabada por reconquistar lo que jamás fue nuestro:
la dignidad de los hombres.
Cuarenta veces cuatro ventanas abren ojos enfrente del escenario y suplican libertad. Tan estúpida súplica nunca será escuchada. Se sabe bien claro y distinto que la libertad exige nuestra sangre, nuestra violencia, nuestro sacrificio para lograr vivir sin sacrificio de sangre por excesos de violencia.
De momento, buscaré un lugar en donde comer algo. Renuncio a la batalla. Por ello, quizás por ello, voy perdiendo.

Deambulo entre calles que suenan diferentes pero mi alma se encuentra con vos, con esa alma vuestra bailarina, con esa hija que tendremos, sus ojos adivinados y sus dientecitos blancos, de nata, mordiendo patatitas mientras vos y yo nos reencontramos, como cada mañana entre las sábanas, sobre calles que suenan parecido a miseria y gloria, a luz y sombra, vida, muerte y palabras cargadas de futuro.
Te amo en la distancia con fuerza renovada deseando verte fresca, rodeada de hielos y montañas, nieves perpetuas que escriban un verso, una novela, tu día cotidiano en que estoy completamente enamorado.
Te extraño. Te echo de menos.
Quiero volver volando entre tus labios a abrazar la nube de tu sexo y gozar tus ojos y tus senos, tu cintura ovalada dibujada en penumbras, culo que, de vainilla, se mira en el espejo. Maja desnuda del cuadro de mi sexo. Pintarte a gotelé y embarazarte. Amarte en el deseo de poseerte por siempre inalcanzable.
Espérame y verás.

…para Carmen…

Cafés en cada esquina, a lo largo de Rivadavia pidiéndome que escriba, que escriba y pida refuerzos de palabras, de verbos para matar silencios, para apagar mi llanto y no escucharlo ya más. No escuchar la garganta que dice que estoy solo, que dice que me fui de su lado y la extraño. ¿Cómo puedo vivir sin su presencia?.
No recuerdo sus ojos, ni sus manos, ni su sexo, ni sus labios, ni sus piernas, ni sus tetas, ni su pelo, ni su culo, canela en flor pero algo abstracto e impensable me llena su presencia, me cura las heridas de la distancia, morriña hecha mujer, encarnación de la nostalgia, atrae el sexo de su amor al fondo de mi alma y siento que jamás, ya nunca más, estaré solo pues ella está conmigo, estará en donde vuele, allá donde me alcance la tentación encarnada en hembra porcelana y vea coños mojados, labios lubrificados, besos con sabores a fruta y costillar con tetas suaves duras de turgencia insana y piernas insolentes que me hacen querer volar.
Mas si tuviese alas, quebraría el atlántico para morir de besos al cabo de sus labios, remontaría, desde su pie hasta el alma, la cuesta de sus senos y querría romper, en una tempestad de guerra y semen, en un terrible maremoto, mi mar contra su sexo, clavando mi nombre en su misterio, vistiendo con su capa de pelo una cama de estrellas, horizonte curvo a ritmo de Piazzola, verso hecho pasión, mujer que vuela, puede volar y quererme, desearme en un sinfín de noches, hasta que la tempestad escampe, la efervescencia muera y yo no escriba ya más. Me haya muerto y me hayan enterrado en la fosa sin nombre del olvido.
Pero hoy y hasta entonces, acá, en esta Plata nuestra, deseo de ella que sea mi mujer.

Para Carmen.

Buenos Aires, BA-20010116

Transito, tranquilo por calles de nombre conocido. Es como de una canción estar en un recuerdo de algo no vivido y detenerme en un árbol a escribir, apoyada la espalda, vívida la memoria viendo fumar en minifalda un órgano singular, piedra preciosa que son lágrimas vertidas por un sin-sentimiento alzado entre palomas que no habitan mi urbe, sí, la de otros tiempos, la de milagros necios y la luz se abalanza entre naranjos verdeantes, entre un jardín florido y los 15 carriles de la 9 de Julio. Con todo su obelisco insultando mi hombría, obedeciendo leyes de fuerzas concurrentes y dejándose atravesar muy femenina por pijas hechas autos, piojos de peatones y grises abejorros que gimen su temible ataque entre la libertad con estimable alcance y desaparecen en la bruma,
confusa
del olvido.

Avenida 9 de Julio, BA-20010116.

Esto no es una broma