Está claro que hay personajes públicos que exhiben su vida por placer que circula entre lo patológico y lo exhibicionista y hacen las delicias de los consumidores de tele-basura porque no puede ser calificada de otro modo. Estos programas en los que se desmenuzan sus vergüenzas sociales para el entretenimiento de unos telespectadores que, acostumbrados a realitys y demás intrusiones en la intimidad de las personas, lo escuchan sin sobrecogerse.
A mí me produce cierta urticaria, algo enfermo, algo que siento que me contagia aunque no sea por ingestión directa, afectando a mi entorno que cada día parece estar menos sano. Y esa insania la pago yo y la pagamos los que no deseamos matar nuestras neuronas con esta apoplejía social.
No quiero ahondar en la posible comparación entre este hábito y el del consumo de sustancias que envenenan la respiración, porque aparentemente uno se mueve en un terreno físico (humo-pulmones) y el otro en un terreno psíquico (telebasura-mente). Digo aparentemente porque, en realidad, es infundada esa separación cuerpo-alma. Pero, vale, voy a dejar esta cuestión para otro día.
Lo que me parece excesivo es que un periódico más o menos digno (El País) publique en sus páginas el parte médico de un hospital en el que han ingresado a la ínclita presidenta de la comunidad de madrid. ¿No nos estamos pasando? Es un personaje público por exigencias del guión, por decirlo así. ¿No debería haber un mínimo respeto por el hecho de que su estado de salud, que es relevante, debe ser íntimo si no afecta al ejercicio de sus funciones?
Y lo más grave es que lo leemos.
Lo leemos para informarnos.
Pero esa información es humana, individual, privada, no política ni social.
Ay, qué grave está el mundo y qué pocos esfuerzos se realizan para curarlo.