La intimidad y la rutina

Estar a su lado y permitirme lamentarme es todo un único movimiento.
Me hago el fuerte o simplemente resisto el dolor sin mostrarlo, pero no puedo aguantar mucho y en la relajación de su compañía dejo que el dolor vuelva a aparecer en mi cara, en mi casa.
Cara y casa tienen casi las mismas letras.
Qué curioso.
Así que no me sorprende que las parejas acaben por agotarse, por saturarse de sus miserias. Lo estoy leyendo tal cual en un libro que me recomendó Jose Eugenio Vicente Torres, titulado «La Bella del Señor», escrito por un sorprendente Albert Cohen. La seducción tiene mucho que ver con el mito de Don Juan y Don Juan no llegó a tener (o mostrar) hemorroides, fisuras, cefaleas, cólicos, ni siquiera una misericorde luxación.
Pero yo no soy Don Juan. Soy, tan solo, giusseppe.
Con minúscula y sin apellido, como me gustaba escribirlo antes de ser Giusseppe Domínguez por motivos publicitarios, marketinianos, de imagen.
Ahora sólo giusseppe en la web
giusseppe.net
Pobre Carmen.
Aguanta impasible mi autoflagelación, mi extraño apego al dolor, mi resistencia o reticencia a ingerir medicamentos no prescritos por el facultativo de turno.
Pero quizá no tan impasible, quizá se está hartando de mí, quizá llegue el momento en que no quiera reirse conmigo, en que quiera pasar más tiempo fuera de casa que conmigo, que tenga ganas de divertirse y no de penar a mi lado, oyéndome lamentarme todo el tiempo, todo el tiempo…
¿O soy yo quien no me aguanto?
Siempre he sostenido que para estar bien con alguien tienes que estar, primero, bien contigo mismo o contigo misma. O contiga mismo o contiga misma. Y yo ahora no lo estoy. No me gusto. No me gusta mi cuerpo maldito que está torturándome y mi cuerpo soy yo. Es álgebra pura y dura, el álgebra del dolor.
Capital de la tortura: mi propia mente.
Quiero viajar hacia las afueras de mi cerebro, hacia la enajenación, como cantaba Prada, el soneto de Lorca:

Huye de mi, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.

Así que igual es momento de huir, tú, querida, o yo.
Pero… ¿Hacia dónde?

Esto no es una broma