Me gustaría poder encontrar siempre la palabra justa, aquella que con total nitidez defina o acote un concepto, un objeto, un atributo. Es casi una obsesión permanente (aunque todas las obsesiones lo son, ¿no?) esto de buscar en mi cerebro, en el diccionario que tengo a mano, la palabra, esa palabra, esa exacta palabra.
En ocasiones, especialmente cuando imparto teoría durante uno de mis talleres de escritura o creatividad, me paralizo durante el discurso, la presentación, para buscarla, para hallar esa palabra. Cuando discuto, cuando descalifico, procuro ser preciso como un bisturí en las manos de un buen cirujano.
Y no decir palabras como buen, cuando lo que quiero decir es más preciso, más ajustado. Docto o experto o … y estoy tentado de buscar sinónimos hasta encontrarla, hasta dar con esa palabra, con la palabra exacta.
Hoy, sin ir más lejos, mientras mi amada me hablaba de los atípicos comentarios de una de sus más viejas amigas, le he dicho de ella, sin más, que era muy decimonónica. Sí. Di exactamente con lo que quería decir con una sola palabra, con una palabra que no es peyorativa o despectiva, que no es tampoco crítica o malintencionada, sino, simple y llanamente, lo más ajustado a lo que quería decir.
No me gustan las metáforas para las explicaciones. Procuro huir de las metáforas hacia el realismo más aséptico, aunque huir es una metáfora para decir dejar de usar. También, gracias a ello, reducir hasta el mínimo la necesidad de palabras en un intento permanente de sintetizar.
Así, por ejemplo, me horroriza la costumbre de utilizar palabras perfectamente definidas en el contexto de la ciencia para referirse a conceptos más, digamos, espirituales, como la palabra energía, que es de esas que la new age ha decidido convertir en bandera. (Aunque esto es otra metáfora).
Cuando alguna vez me han hablado de las posibilidades constructoras del idioma alemán, reconozco que he tenido la tentación de plantearme su aprendizaje, por ello y por poder leer a Nietzsche en su propio idioma, aquel en el que basa parte de su pensamiento.
En contra y desde el punto de vista de la poesía más convencional, el idioma chino presenta una interminable capacidad de creación de nuevos conceptos (significados) a partir de palabras preexistentes como mediante la combinación de caracteres o ideogramas que es la base de la escritura china. He de reconocer que esa forma de explicar, esa forma poética de capturar lo incapturable tiene también su aliciente, aunque sea más impreciso, más sugerente que definitorio, pero quizá por ello más apto para afrontar la necesidad de expresión de lo que quizá no tenga un significado preciso capturable.
Entre esos dos mundos, entre esas dos aproximaciones, deambulo como péndulo de izquierda a derecha… sin tener en cuenta las fuerzas de Coriolis.
Entre lenguaje metafórico y científico, se encuentra la realidad.