El placer y el pecado

Parece que ya está tolerado hablar de sexo y de sus maravillosas ventajas, como prueba el artículo que hoy se llevaba la primera posición de los más leídos en El País.

Y es que se puede decir que el orgasmo es bueno sin temor a caer en la hoguera o en la cárcel. Incluso el orgasmo femenino. Pero esa bondad de la que se habla parece, a lo largo del artículo, no tener nada que ver con el placer: se buscan infinidad de razones para justificar la bondad del orgasmo, desde el ejercicio físico que se realiza, lo saludable que resulta, incluso, aunque no se menciona, lo más sociable que se hace el individuo que tiene un orgasmo.

Se está hablando del orgasmo como si fuese una pastilla, una medicina más o menos preventiva, un paliativo del dolor, un regenerador de estados de ánimo, incluso un método para combatir el temor.

Pero no se habla de placer. Placer sin más, sin objetivo, sin nada más que el placer por el placer, como la poesía por la poesía y no por la belleza o la expresión. El placer como objetivo en sí. El placer hedonista más puro, más liberado de toda justificación que la de hacernos sentir bien por lo que «mola«.

¿Por qué nos cuesta tanto asumir que nos gusta sentir placer sin justificar el método para lograrlo?

Mi opinión personal es que tiene mucho que ver con esa idea judeocristiana de venir al mundo a sufrir, a trabajar, a ganarse el pan con el sudor… sólo Lilith parece que sabía qué era eso de disfrutar con el placer… y en muchos textos antiguos ya se la consideraba, por ello, malvada, pérfida, diabólica. Y, sin embargo, ella buscaba tanto el placer como para apartarse del Edén en el que no parecía estar permitido, pues el placer no conoce límites impuestos por terceros. Por más trascendentes o inmanentes que resulten.

Por supuesto, es una opinión algo superficial ya que faltaría hacer un estudio más antropológico-cultural sobre este asunto, pero no tengo la formación ni las ganas de dedicarle mi tiempo a este estudio.

Parece cierto que los griegos del periodo clásico (los que podían permitírselo) sí que entendían el placer de una forma más liberada de compromisos sociales que había que mantener, pero seguramente muy restringidos a la clase más alta de la población, cosa que, ahora mismo, también es algo asumible como normal. Lo que la aristocracia (la clase dominante, que no la mejor) de cada uno de los periodos históricos se permite no ha de ser regulado por los mismos patrones morales que lo que se permite al resto de los mortales.

En estos tiempos de (poco a poco) concienciación democrática, uno de los temas que faltaba por liberalizar era el derecho a sentir placer por sentir placer. Y nos cuesta tanto este paso tan simple, por otro lado, que buscamos maneras de justificarlo que le desposean de lo que hasta ahora ha estado unido al placer que es el pecado: sentir placer por placer era pecado… pero ese era no es tan pretérito como puede parecer. Sigue siendo muy actual. Y eso solo circunscribiéndose al ámbito de la cultura occidental grecolatina de raíz religiosa judeocristiana.

No sabría qué decir del kamasutra, que utilizaba el sexo y el placer sexual como algo positivo para la sociedad, pero no hedonista; ni de otras aproximaciones filosóficas más orientales (Tao, Budismo, Sintoísmo, etc), ni de otras regiones del planeta.

Mi impresión primera es que el placer por el placer es algo que estamos aprendiendo a disfrutar ahora… cuando Nietzsche y Freud se atrevieron a generar lo que serían los cimientos de la moral del siglo XX y del nuevo milenio, adelantados por los poetas iniciadores de la contemporaneidad (Baudelaire, Rimbaud, Whitman…) y algún outsider como Sade…

Olvidándose de la moralidad tradicional cristiana, ahora sin sentido, de la moralidad new age que ha venido a intentar reemplazar el vacío que aquella dejó, nos quedaría revisar aquello que defendía Epicuro: El Hedonismo y ver si tiene algo que aportar a nuestras necesidades… quizá, ya solo de el placer por el placer, que no es pecado.

Esto no es una broma