Encuentro ventanas dondequiera que mire o lea y hasta Kavafis parece estar haciendo este ejercicio regio que me abre una nueva huella del mundo en mi caminar.
No puedo ver las cuatro prendas tendidas allá y solo miro hacia mí, hacia dentro de un pozo de energía ausente. Me lamento, me compadezco por la fuerza que no tengo, por la generosidad que desperdicio, por el ánima volando, volando con estas alitas que salen desde mis omóplatos con la caricia de Dios. Todo lo digo para no llorar.
El silencio demoledor arruinaría mi confort. Creo que tengo que accionar y actuar y todo eso que tanto sé en una teoría tras teoría de desconocimiento que vale para todo menos para ver al otro lado de esa estúpida ventana que me oculta su rostro, el del vagabundo junto un montón amorfo de mantas y cartones que le supera, que le abriga y le acompaña mientras ni siquiera pide una limosna para cenar o para una pensión.
Madrid es una ciudad dura y al lado de mi terraza hay otra deshabitada en la que hoy podría dormir una docena de indigentes, de sin techo, de moribundos de frío y soledad y no hace falta un magnífico YMCA patrocinado por el ayuntamiento hoy tan feliz de haber atrapado a un par de hombrecillos que han puesto una bomba y no han causado (gracias a dios) muerto alguno. Hoy nuestro gobierno aprueba el bombardeo de Kabul y algunas zonas que, de repente, se han hecho existentes. Bombas que, inteligentes o no, caen encima de seres humanos que mueren, caen en fríos balances de víctimas de una guerra completamente justificada… pero… entonces, si estamos en guerra… ¿No es el terrorismo simplemente el otro bando? Se ve claro, pero no se debe decir.
Silencio matador, mutilante, sobre las víctimas de los atentados.
Esta ventana me deja ver al pobre indocumentado con esposas en la espalda custodiado por 3 policías agresivos de cuerpo y alma en plena calle. La dignidad de este hombre no está contemplada en los acuerdos de Ginebra, ni en las normas de la ONU, ni en la educación tradicional católica apostólica romana de sus guardias.
Vaya mierda de observador cobarde. Ni siquiera me atrevo a acercarme. Pero, eso sí, sigo haciendo cumplidamente mis tareas.