Aún me lo complico más, el más difícil todavía para que mi pajarera sea tan inconfortable que la mano quiera viajar como el hollín por el bosque, dejando huellas claras de la presencia humana.
No sé si fue represión o falta de tiempo porque necesitaba irme al servicio y dejé inacabada la ventana de ayer. Sus pechos nuestras miradas el morbo y todo eso.
Hoy vuelvo a ver una terraza oscura en la que un poco de luz sale entre las cortinas a la calle. Dentro está María Luisa con un camisón claro, bastante sucio, por cierto, sentada en la butaca de siempre. Lalo no ha llegado aún y ella no sabe si esa noche llegará a dormir. Nunca puede estar segura. Se entrelazan los nombres con otras naderías escritas y me siento bien al saber que el mundo avanza en espirales tetradimensionales por lo menos.
María Luisa está viendo su programa preferido frente al televisor que siempre está encendido emitiendo series interminables de su programa preferido. Todo es su programa preferido. Cualquier escape antes de asumir que las cuerdas de siempre sirven para otra cosa mejor que para tender sus calzoncillos.
No lo piensa pero lo piensa. Cuando está tan cansada que le pide a Fernanda, la del primero, que le suba la compra porque no puede más. Sus bracitos blancos como la leche muestran algún que otro cardenal de caídas accidentales o tropiezos con aristas de armarios que no la comprenden. Por eso a veces le gusta salir a su terraza en medio de la noche con su camisón claro bastante sucio y tocarse bajo las ropas, abrazarse, dejando que el frío la vivifique.