No puedo apenas ver y por eso me levanto de mi banquetita y voy al baño y doy la luz y pienso que tengo frío o siento que hoy tengo frío y no estoy fuera, en la calle.
La luz de la ventana está apagada porque Maria Luisa ha tenido que irse a cuidar a su madre que está a punto de morir en Sepúlveda.
Pero yo no quiero ir a Sepúlveda porque soy perezoso y me falta algo de disciplina para documentarme. Será por eso que prefiero la abstracción de mis poemas. No sé, a lo mejor no es por eso, porque eso llevó una fuerte labor investigadora en un mondo que no conocía.
¿Dónde se habrá metido Lalo hoy? Es un lunes doloroso, porque Azucena, la madre de Maria Luisa, iba a celebrar su septuagésimo cumpleaños junto a sus hijos pero no quieso ir el mayor y Mª Luisa solo fue porque Azucena estaba enferma.
No sé si quiero describir a esa mujer que no conozco llena de arrugas, con un vestido negro de paño, cerrado y sin adornos. Austera en gesto y alma, su cuerpo gordezuelo, sus manos arrugadas, venosas, azuladas, sus andares encorvados silenciosos en su casa de piedras que está en el fondo de una fotografía en blanco y negro que Lalo y Mª Luisa guardan en el cajón de la cómoda junto a su cama.
No tienen motivos para guardar allí esa fotografía pero no quieren suplantar el actual retrato de su boda sobre el cabecero del dormitorio.
Lalo está borracho discutiendo con el tendero sobre si va a pagar lo que dejó a deber su mujer. No sé por qué me duele tanto el estómago cuando me acuerdo de Lalo. Será que sé cómo va a morir y me espanta.
Hoy hace frío fuera y el alcohol se congela en sus sangre. Mª Luisa está a punto de calentar en el puchero negro una sopa con patatas, perejil, pimentón y cebolla para esta noche.
A lo mejor, vuelve mañana a casa.