Continuación de (Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre).
No sé qué ocurriría finalmente pero yo hube de irme pues ya había comprado mi billete hacia Toledo. En los andenes de la estación pude estar cercano a otro acontecimiento digno de ser contado.
En un habitáculo colindante a una sala de espera a la puerta del cual yo estaba sentado, entraron 5 vigilantes de RENFE grandes, fuertes y bien armados y, segundos después, fueron saliendo uno a uno como indignados y con prisa. Tras ellos salieron unas voces de una mujer (otra mujer, para la estadística) que, extasiada por su propio histerismo, gritaba:
-Al rey, a los diputados, al tribunal constitucional habría que llevar este caso.
-Disculpe, señora… – quiso calmarla un funcionario.
-Y usted, ¡usted, cállese! Dos horas que llevo esperando para comprar un billete para Parla y aún no lo tengo… bla, bla, bla…
Yo me fui. No tenía ganas de aguantar otra vez la risa ni de meterme en líos.
Llamaron por los altavoces para un tren para Toledo pero no me enteré y me dispuse a preguntar a una chica rubia que iba con dos chavales pequeños que se anticipó preguntándomelo a mí, con lo cual, como es fácil imaginar, quedé algo perplejo y más aún cuando me dijo entre castellano e inglés sin venir a cuento:
-No te vendría mal afeitarte.
Creí que no había entendido bien y, cuando me di cuenta de que lo había entendido, lo entendí menos. No sé porqué, pero en ese momento me pasó la imagen de… bueno, de quien va a ser, como siempre.
Me asustó la idea, por un momento, de no poder escapar de ella durante toda mi escapada pero (¡tachán!) la suerte estaba echada.
Por supuesto, dejé ir ese tren y esperé al siguiente al que entré sin mayores altercados.
Entablé, prontamente, amistad con dos matrimonios ingleses que no entendían nada de castellano y con los que estuve hasta entradas las dos del mediodía. Había llegado a esa ciudad de contrastes entre lo rústico de sus gentes y la cosmopolita esfera de turistas, entre lo rústico de sus catedrales y murallas y las sofisticadas máquinas que las inmortalizan.
Comí tarde y después quedé como adormecido con macabros pensamientos en un banco de un parque. Observé las palomas y escribí su nombre en la arena y lo contemplé hasta que se me caían los párpados. Me incorporé, recogí el macuto, y salí, huyendo, todo sea dicho, de allí.
Anduve varias horas vagando por estas callejuelas zigzagueantes, escalonadas y empinadísimas, buscando las sombras, las estrecheces y la soledad, pero, al mismo tiempo, tenía mido, porque sabía que, si estaba solo, ella estaría conmigo y yo no podría soportarlo.
Conseguí dar con el camping y me introduje en él. Desinteresadamente, mi amable vecino me prestó una tumbona para que pudiese dormir más cómodamente y trabé amistad con él. Ahora estoy tumbado sobre ella y me voy a dormir.
Seguiré mañana: día 2.
Continúa en Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (III)