Continuación de Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (II).
Hoy ya no es día 2, pero he de completar este corto, brevísimo diario.
Me desperté soñando no recuerdo qué acerca de quien más recuerdo. Hasta cierto punto, eso me enfureció, pensar que ni en mis sueños era libre de no pensar en ella. Eran sólo las 6:35 pero no quería reconciliar el sueño ni el ensueño. Con energía y sin pereza, lo cual me sorprendió, me incorporé y comencé a organizarme para irme.
Recogí la tumbona y pensé dejarle algún mensaje escrito de agradecimiento pero no me ocurría nada ocurrente y lo dejé en las gracias orales que el día anterior le había dado.
A la salida del camping hube de pagar para recobrar mi carnet de identidad que había tenido que dejar allí en depósito la noche anterior, al entrar.
Salí, sin saber donde ir, pero no quería seguir en Toledo. Decidí visitar la oficina de información y turismo para conseguir un mapa de la provincia e información, como es obvio tener una oficina de información; con la intención de visitar el Casar de Escalona o Cazalegas.
Estaba cerrada.
Volví al parque en el que el día pasado había estado recordando y me dije a mí mismo: – Esta vez no te pasará-. Pero me pasó. Pronto pensé: ¿por qué quiero sentarme justo en el banco en el que estuve ayer? aún es más, ¿desde cuando me gustan a mí los parques?
Las respuestas a estas y otras preguntas llevaban su nombre como portada y no quería ni mirarlas. En realidad, las sabía.
Extraje las cartas de mi macuto y me preparé para hacer un solitario. Comencé. Era su solitario; el solitario que ella me había enseñado a hacer. Ya no sabía qué hacer. Los nervios se estaba apoderando de mí. Entonces volví a huir otra vez más de los recuerdos de aquel parque que parecía tener algo especial para recordarla.
Me dirigí al centro de la ciudad, a pasearme por las callejuelas bulliciosas y en las que debía estar atento para no chocar no con las gentes, ni con los coches, ni con las paredes y ello me distrajo lo suficiente para calmarme.
Alrededor de dos horas duró esta situación y después recordé que sería buena idea tener algo que hacer ese día y por ello regresé a la oficina, ya abierta, de turismo.
Allá me dotaron de un mapa y de los datos necesarios para ir a Talavera, en cuyo camino se halla Cazalegas.
Cogí un autobús, es decir, el autobús me cogió a mí, en Toledo a las 12:00 que me condujo a Cazalegas en, aproximadamente, una hora y media.
Estaba fuera del pueblo, como a un kilómetro, y lo veía todo desde arriba y me pareció, y no me equivocaba, sumamente pequeño.
Decidí adentrarme en él y buscar un lugar para pasar allí la noche. Por si había suerte, en el camino que conducía al núcleo urbano, tendí el dedo y hubo suerte: el primer coche paró. Entré y entablamos conversación de autoestopista; él me desveló que había sido boxeador y yo que era estudiante. Aproveché aquella charla para preguntar si en aquella localidad había un camping o algo similar para pasar la noche. Él me contesto que, en efecto, había no solo uno, sino dos campings junto a la playa de un embalse, pero que estaban a algo más de un kilómetro pasado el pueblo. Más o menos entonces, se detuvo frente a una casa y me dijo – Espérate un momento -. Yo no vi inconveniente en hacerlo y al tiempo escuché, no porque yo sea cotilla, sino porque hablaban gritando, cómo decía mi improvisado chofer:
– Vuelvo pronto, voy a acercar a este chaval al camping.
Siguió conversando con aquella señora que le había salido a recibir y que luego me enteré de que era la señora de su capataz al que, atravesando el pueblo, que en poco tiempo se atravesaba, nos encontramos.
Paró a hablar con él de una cosecha de no sé qué y de que en aquellas noches se les había helado el manzano. Mi amable piloto se lamentó y le dijo – luego hablamos, ¿vale? – y siguió dirigiéndome hacia el camping. En la entrada del mismo nos despedimos y le agradecí su generosidad.
Entré y pedí un papel para hacer la reserva en la recepción y dejé mi DNI como garantía. Busqué un sitio donde extender mi manta y mi saco y, tras no poco andar, encontré un lugar cómodo, con un árbol que me sombreaba, un suelo bastante llano y una panorámica inmejorable desde la que veía la playa y, en embalse, veleros, veleros y yates de un bonito puerto deportivo.
Me tendí y mi estómago me recordó que era hora de comer. Abrí unas latas y comencé la ceremonia. Al rato, noté que donde estaba había muchas hormigas y eso no me atraía para pasar allí la noche al aire libre.
¡Ah! ¡Cómo echaba en falta entonces la tumbona del día anterior!
Cuando hube acabado de comer, decidí no montar allí mi maldotado dormitorio y, sin ningún problema, pude anular mi reserva y recuperar mi DNI.
Estaba a pocos kilómetros de Talavera y tenía el tiempo suficiente para ir andando. Salí a una carretera realmente mala y comencé a marchar al tiempo que, cuando pasaba un vehículo, hacía autostop.
Continúa (y termina) en Cómo recorrer 3/4 partes de Toledo solo y durmiendo al aire libre (IV).