Y más allá. O en el más allá. O después de. O tras la caída de la última cortina o el telón.
Hace algunos días una muy buena amiga me preguntó ¿Qué pasaría si yo muriera mañana? y contesté en torno a la reacción de la gente de mi alrededor, así como al pensamiento subjetivista e hiperperceptivista y su inevitable conclusión de que el mundo se acabará conmigo.
Pero unos días después, charlando con Carmen al respecto del hecho de sentir que hay papeles que no tenemos resueltos pensando en el futuro, le dije que había una disposición que me gustaría apuntar o apuntalar, que es la concerniente al tratamiento de mi cuerpo tras la muerte.
¿La muerte del cuerpo? ¿O acaso hay alguna otra muerte que me interese? Voy a centrarme en la muerte física, de momento.
Deseo que mi cuerpo (no es tanto un deseo, como lo que me parece razonable, es más, no sé si tiene sentido que desee algo con respecto a mi cuerpo una vez muerto, pues el mundo habrá desaparecido… ver artículo citado) sea o pueda ser de algún interés.
¿Qué es mi cuerpo una vez muerto?
Carne y órganos con alguna función aún disponible.
Obvio: que todo lo que se pueda aprovechar sea aprovechado por otros seres humanos aún vivos, es decir, dono mis órganos (que ya no serán míos) a quien pueda precisarlos. ¡Faltaría más!
Aún no he tramitado ninguna solicitud de donante (acabo de hacerlo en la web de la Organización Nacional de Trasplantes) y no lo he especificado en ningún tipo de testamento vital… pero quiero dejar constancia de que es mi deseo, que reiteraré cuantas veces sean necesarias a todos los de mi entorno familiar y afectivo.
El hecho de tener que declararte donante es algo que siempre me ha parecido ilógico, puesto que debería ser lo que se realizase por defecto con los cuerpos de los humanos fallecidos, salvo que algún tipo de objeción religiosa (siempre la mierda de las religiones paralizando la posibilidad de curación de personas por salvar sus presuntas almas, espíritus u otras entidades de dudosa existencia frente a la existencia bastante concreta de los cuerpos salvables).
Dado que parece que no va a cambiar en breve esta prioridad de lo religioso frente al planteamiento racional y laico, heredero de la revolución francesa a la que tanto debemos, he decidido comenzar algunos de los trámites requeridos para ir contra un sistema que sigue defendiendo los valores puramente religiosos por encima de los verdaderamente morales. Necesitando la existencia de una moralidad impuesta o revelada por algún dios suprahumano. ¡Qué maldita desgracia!
Así, hoy he solicitado mi tarjeta de donante de órganos. Mañana (o en breve) solicitaré mi apostasía, o mi excomunión, si es más fácil conseguirla, en vistas de que no es suficiente con no participar de sus ritos para que dejen de considerarme cristiano.
Pero ¿Qué hacer con lo que queda una vez que se han repartido los órganos?
Las opciones habituales son: entierro, incineración o donar el cuerpo a la ciencia.
Por supuesto, me decanto por donar el cuerpo a la ciencia, pero ¿y si no lo admiten? Es bastante probable que no sirva de mucho después de descontados los órganos, así que… ¿qué otra opción me queda?
Lo de enterrarme dentro de un ataúd, me resulta tan estúpido como no donar órganos: me gustaría que mi cuerpo, al menos, pudiese servir de alimento a los animales. La verdad es que lo que me haría especial ilusión es que pudiese donarse mi cuerpo para alimento de animales carroñeros (a veces digo dárselo de comer a los cerdos, pero creo que esto no sería muy apropiado para la ingesta posterior de los mismos por humanos, aunque el tema del rechazo a la antropofagia nunca lo he podido entender, aunque sí comprendo que las medidas sanitarias recomiendan que el fallecimiento del animal a consumir se produzca de manera controlada para no generar una carne que puede ser de ingesta dañina).
Descuartizar los restos humanos que queden tras mi muerte y tirarlos a algún contenedor (no sé de qué color) me parece la opción más razonable. Pero no está muy extendida, por no decir que es bastante puesta en duda. El tratamiento de residuos orgánicos humanos no parece estar entre las prioridades de ninguna agencia de reciclado. Y yo no entiendo el porqué.
La incineración tiene la ventaja de que los restos son reducidos al máximo, pero a un coste energético elevado, pues llevar a cabo la combustión de mi masa corporal (descontado lo donado) genera una cantidad de dióxido de carbono innecesaria. Si al menos esa combustión alimentase algún generador termoquímico, me sentiría mejor. Eso sí, los restos más o menos pulverizados desearía que pudiesen servir de abono o fertilizante en alguna huerta, porque almacenarlos como objeto de culto vuelve a llevarme a hacer sentir la claustrofobia de no poder escapar del sentimiento religioso que tiene la inmensa mayoría de la población en torno a la muerte… y que no comparto en absoluto.
Carne. Carne muerta. Carne que se va pudriendo y que ha de ser reciclada, como cualquier otro residuo orgánico, vuelta a la vida, de manera que lo que quede vivo tras mi muerte (suponiendo que quede algo) pueda beneficiarse de ella. Como un disco duro extraído de un viejo ordenador, que puede servirle a otro.
Tengo que trabajar tanto por pensar diferente a la mayoría…
(por, no para)