Feliz feliz feliz

Triplemente feliz porque tres alumnos míos me han regalado sendos libros suyos.

Me enorgullece tanto que me hace sentir útil en el mundo, sentir que gracias a mis talleres, quizá un poquito, se animan a seguir escribiendo, expresándose, siendo felices (como según parece son los escritores) y ayudando a que en el mundo haya un poco más de poesía, un poco más de cariño, de mirada cuidadosa, de besos en forma de versos o similares.

Juan Carlos Ortega ha publicado Canto Cotidiano que me lo dedica diciéndome que me debe mucho. ¡Qué va! Sé que habría escrito este libro casi sin mi ayuda, casi sin mi estímulo. Juan Carlos ya había escrito otro antes de estar en mis talleres y, seguro, escribirá muchos más. Espero, eso sí, que siga explorándose y jugueteando, porque, por lo que sé de él, tiene mucho que explorar y mucho que mostrarnos de su exploración. Esperaré ansioso otros libros suyos.

Ernesto Pentón ha editado también otro canto, canto al infinito, que tuve el honor de prologar. Es un texto estupendo, un libro completo, muy bien acabado, infinito. Ese infinito que juega con nuestro espíritu… pero todo lo que pueda decir ya lo dije en el prólogo, que adjunto:

Prólogo de Canto al Infinito, de Ernesto Pentón
Madrid, julio de 2011

El poeta es la huella de un hombre en un laberinto

Con esa bella frase, Ernesto nos dice que va a hablar de naturaleza, de construcción mental, de humanidad, de sociedad y, sobre todo, del humano poeta, de la poesía como creación, como huella, como marca, como primer signo, como construcción lingüística y corpórea.

La tradición china atribuía la invención de los caracteres al personaje legendario CangJie, ministro del mítico Emperador Amarillo (Huang Di), quien inventa los caracteres inspirándose en las huellas de los pájaros.

Dice la leyenda que, tras unificar China, el Emperador Amarillo encarga a CangJie la tarea de crear caracteres para la escritura. CangJie se sienta en el banco de un río, e intenta con devoción finalizar su tarea; tras muchas horas y esfuerzo, sin embargo, no es capaz de crear un solo carácter. Un día, CangJie vio un ave Fénix que llevaba un objeto en su pico. El objeto cayó al suelo y CangJie descubrió que lo que había delante de él era la impresión de una huella. Como no era capaz de reconocer a qué animal perteneció la huella, pidió la ayuda de un cazador local. Este le dijo que ésta era la huella de un Pixiu, distinta completamente a la huella de cualquier otra criatura viva. La respuesta del cazador inspiró a CangJie, quien pensó que si podía capturar en un dibujo las características concretas que definen cada cosa que hay sobre la tierra, ésta sería sin duda la forma perfecta de carácter para la escritura. A partir de ese día, prestó especial atención a las características de todas las cosas y comenzó a crear caracteres según las características concretas que fue encontrando. Así, CangJie había conseguido recopilar una larga lista de caracteres para la escritura, para regocijo del Emperador Amarillo, quien se encontró con un sistema completo de caracteres.

Como CangJie, Ernesto Pentón, escucha, de la naturaleza, sus mensajes que, al traducirlos a palabras, los convierte en poesía. Usa material de recuerdos, de ella, de arboledas, de islas, de lluvias… y es que en todo verso encontramos la naturaleza, la calma característica de Ernesto. Pero es una naturaleza sublime, sublimada, mística, lo que va a reflejarse en la tipografía escogidísima, discreta pero incuestionable, con la que va a sugerirnos que no habla de lo que Habla.

Misticismo que se manifiesta en mezcla de letras mayúsculas entre minúsculas, guiñándonos el ojo para que apreciemos, como él, aquello que sobresale, que ha de ser mirado. En ocasiones, su juego entre letras mayúsculas y minúsculas las hace completamente diferentes, como cuando, en el Canto XVI, afirma que cuando llegue la lluvia/sólo será la Lluvia. O se le cuela un pronombre en primera persona adornado con la Mayúscula. Y es un placer encontrarlo, porque su Yo también merece enseñorarse.

Un solo Canto, el LXXXIV, le sirve para mostrarnos su transformación, su ascensión a la sabiduría visionaria, al tiempo que, natural y consciente, de cotidiano, el río se convierte tras el devenir de infinitas caras, en el Río.

Versos en los que lo único que sobresale es La Luz o el Aliento de un Yo que es Él, lo quiera o no, en los que el presente, el pasado y el futuro se dan la mano, totalizadores, mostrándonos la vacuidad del concepto de espacio-tiempo, la futilidad del devenir, con una comprehensión del saber oriental que le lleva a afirmar que pasado y futuro eran falsas palabras.

Entre la apariencia y la trascendencia, exhorta a que disfrutemos de la Vida (con Mayúsculas) que ruge por todos lados, niños, gatos, motocicletas, rosales, vecinos… en toda palabra. Y sus reflexiones y preguntas son las de una inocencia poética, infantil, dispuesto a una mezcla de sorpresa y enseñanza socrática en la que algunos poemas breves, casi haikus, acaban resultando un zoom sobre la realidad permitiéndonos asomarnos a su mirada amplia y serena.

A parte de las múltiples referencias al misticismo oriental, hace referencias a la mística hebraica o cristiana, demostrando una erudición nunca pretenciosa. Le pide a Dios, como si lo necesitase, que le ayude a escribir mediante una plegaria irónica en la que construye un poema con la palabra Dios como otra palabra más de un diccionario personal inmenso, disimulado tras la aparente llaneza de sus términos nunca grandilocuentes. No huye de versos eróticos explícitos ni de ningún otro tema. Amatorio y cargado de ternura psicológica, con un erotismo abierto, sin pudor mas sin exabruptos, como todo en él, humilde y amable, próximo, cotidiano y auténtico, su contención alcanza grados soberbios en algunos Cantos, como el XCVI, de acabadísima finura y con la simpleza de una imagen, como la de ¿en tus ojos cantaba una cigarra¿, pone broches sublimes a muchos. En la ciudad, en sus poemas y como persona, Ernesto se da, desde su corazón a sus mocos, pasando por una sonrisa o un Abrazo. Todo lo convierte en Poesía, lírica y mística. En ocasiones triste o melancólico, nunca se deja llevar por la desesperación o la amargura. Contundente y sencillo toca sin miedo, incluso, la poesía social sin politicismos fáciles y posicionamientos de cartón, como en el canto XXII, encabezado por un epígrafe de Allen Ginsberg y es que pasea entre los Beat como entre poetas de la dinastía Tang, aprovechándolos, usándolos, pero sin perder nunca su singular voz.

Más allá de la obvia influencia oriental, japonesa, china o sufí, con su título de Cantos, semeja emular a Whitman o Pound, de quienes, sin duda, ha bebido influjos benéficos, pero no solo de ellos y es que en la poesía de Ernesto podemos encontrar pequeñas pinceladas de innumerables autores que le han regado hasta hacer de él y de su poesía una poesía propia, característica de su cosmovisión. Influjos también de Oliverio Girondo, de quien usa algunos de sus recursos para demostrar que, con ellos, también se atreve a experimentar en poesías de corte más vanguardista y osada, saliendo más que bien parado del embate. Se puede seguir o trazar la evidente influencia de los místicos sufíes, en especial Rumi y hasta bebe de fuentes bukowskianas o de realismo sucio; quizá indicios de Raymond Carver se pueden atisbar entre sus versos, como, claramente, en el Canto XXXVII.

Tarda en darnos pistas de que se trata de un escritor de este siglo, de este milenio, mostrándonos algunas palabras como ordenador o telefónica que también aprovecha como escritor pleno que es y que no repara en afirmar que cuando no hay nada que hacer… siempre se puede escribir un poema. Escribe poemas dentro de poemas que son cantos dentro de cantos. Cantos que son piedras (seguro que Ernesto lo ha pensado), cantos rodados, cantos de río, cantos de poeta, cantos de pecho.

Juega con las palabras con abundantes recursos bien integrados y sin abusos manteniéndose en un perfecto equilibrio formal. Utiliza con frecuencia el paralelismo como en el Canto XV, usando esa imagen especular del río o lago que refleja el mundo, cuando alguien lo está mirando, claro, con lo que sumerge al lector en un juego de imágenes, que reflejan imágenes, que reflejan una mirada, que refleja una mirada que, en última instancia, es la suya. Con las onomatopeyas fabrica una forma nueva de hablar, un lenguaje, como poeta que ya domina todo lo que desea, se atreve a escribir dándole voz a bebés y gatos, a coches y noches. Y hasta se permite jugar con la rima en asonantes estrofas de cuando en cuando.

Con total impunidad o libertad se apropia de nombres y los convierte en verbos, inventa vocablos, domina las palabras y jamás se deja dominar por ellas, combina adjetivos de maneras inesperadas, descontextualizando las palabras para construir metáforas de una belleza surrealista, poética y cuando el juego de las imágenes, de las palabras, de los versos, se le queda corto, busca también divertirse con cada una de las letras, como en el Canto CVII. O con las disposiciones tipográficas como en el Canto CXIV donde varias lecturas son posibles en un breve poema.

La ausencia de signos de puntuación favorece el flujo de un texto modesto de forma pero complejo y profundo, de una hondura humana y casi divina. El infinito (que califica estos cantos), el absoluto, lo inhumano, conviven con lo humano, con todo lo humano que va encontrándose a lo largo del libro hasta empaparnos de humanidad.

Inevitablemente, le importa la grafía como a todo poeta preocupado por la palabra precisa, exacta, bien definida. Ernesto nos propone su juego de tipos, de signos lingüísticos, de letras, palabras, versos y poemas para satisfacer el imperio del placer de la lectura de sus poemas místicos, líricos y definitorios de un mundo, reflejo y al tiempo constructores del mismo. Hay motivos para la alegría cuando nos encontramos con la joya poética que nos regala en este libro cargado de poesía. Eso le convierte, remitiéndonos al señor Celaya, en un traficante de armas o almas, pues yo diría que se ha especializado en las almas, la suya y la de toda la naturaleza, que me incluye, que te incluye, lector, que nos incluye a todos.

Porque, sobre todo, Ernesto Pentón es un poeta, o Poeta, de los que deja bajar al papel las Palabras que le llegan trabajando en un compromiso con la palabra poética que le convierte en escritor, le guste o no, por esa necesidad de la que hablaba Rilke en sus cartas y es que, como afirma en algún verso, Ernesto es de lluvia de la que caen palabras hasta empapar hojas con poesía. Menciona en ocasiones el papel en blanco y el silencio, atributos de poeta sosegado. Una de sus mitades, al menos, es tan poética que, según sus propios versos, se descompone en palabras como astato radioactivo.

Nos dice en varios de los Cantos el porqué de su necesidad de escribir, de su naturaleza de escritor:

escribo para disimular lo que no existe
lo que se fue con el vuelo
del ave nocturna

El final del Canto LV, me siento a describirte, descubre la magia, el misterio: escucha la Vida y la describe, con labios de poeta. Y en el acto simple de sentarse radica la actitud de un trabajador del verso que hace que aparezca, que se manifieste ese misterio. Y, al mismo tiempo, la acción en sí es un manifiesto de intenciones, de dedicación, de seguir los pasos de CangJie e inventar un nuevo lenguaje.

El eco de su voz, su palabra-poesía da forma a todas las cosas, grandes y pequeñas, las crea como el primer creador, creando un mundo pisado por primera vez. Y hasta escribe un poema a medias con un bebé balbuceante, tiernos y candorosos (Ernesto y el bebé). Es en estos poemas con su hijo donde se muestra singularmente delicado, cuando, partiendo de la frescura de una palabra infantil que nos hace temblar de emoción como la que él debió sentir, nos traslada a su mundo y su manera de vivirlo, nos invita a su intimidad.

En sus poemas busca algo que no sabe qué es pero, lo mejor de todo es que, en ocasiones, lo encuentra y notamos su sorpresa, su felicidad en el hallazgo, su felicidad por dejar que el poeta que lleva dentro le descubra un mundo que no podría ver sin esos ojos de la poesía. Ernesto viene del otro lado, de donde nacen las horas del revés, que es el lado de la poesía y si tiene un imperio, es este Canto al Infinito.

Ernesto le habla a los poetas con una ilusión contagiosa de optimismo valiente, inocente, aunque no ingenuo y con frecuencia pregunta al lector o al aire que late entre este y el poema.

y si no llegas no importa
porque yo lo que quiero
es esperarte

Y yo le contesto: lo que quiero es esperar el siguiente libro de Ernesto Pentón, seguir siempre esperando de él, viviendo, gracias a él, nueva poesía.

Y, por último, me alegra saber que también está entre mis alumnos (aunque aún no puedo decir que le haya influido mucho, pero puede que sí algo) Francisco Legaz, quien mantiene un blog interesantísimo y que ya lleva escritas 9 novelas y libros de relatos… espero que pronto, al menos en un año, esté escribiendo poesía regularmente.

No es que rechace la prosa, pero la poesía es más libre… ¿o no?

Bah! son tonterías, es solo que creo en la poesía, es una cuestión de monoteísmos… o algo así.

Esto no es una broma