Hoy Cambridge parece triste

Es nuestro osito, el único que se ha salvado de la revolucionaria reforma de nuestra casa. Los demás han sido regalados, o encarcelados en cajas de olvido, dentro de armarios de los que saldrán tarde o temprano para ir a morir a algún lugar mucho más triste que la expresión de nuestro único osito superviviente.

Le acabo de bautizar Cambridge porque es la etiqueta que tiene adherida. No voy a negarle el nombre que me sugiere.

Hasta los catorce (14) años, dormí adosado a un oso de peluche marrón meloso a quien llamaba boby. Llegó un momento en el que me avergonzaba de ello y lo hacía a escondidas… pero lo hacía. Creo recordar que mi hermana sostenía que era suyo, pero yo decía que no lo cuidaba como merecía, así que, en el fondo, le estaba dando la razón.

Ahora no sé si el nombre que le daba era boby o toby… o algo similar. Pero no importa. Sé la calidez que sentía al abrazarlo en la cama.

Han pasado ya 30 (treinta) años. Sí, me hago viejo, pero no me lamento, me gusta sentir que pasa el tiempo, que pasa y sigo disfrutando cada día de lo que tengo a mi alrededor, que ya no me lamento nunca más ni me avergüenzo de aquello que me gusta, aunque no sea lo razonable, lo más extendido o lo más comprendido. Quizá, esta independencia rayana en la insurgencia, comenzó entonces, abrazado a mi oso, que también tenía aspecto, como Cambridge, de estar siempre triste.

¿Será un reflejo?

Hay preciosidades en cualquier lugar

Salgo del metro ayer y veo que sobre el cielo está impresa la imagen de estos dos árboles de distintos colores, cuadro impresionista que la naturaleza (que también existe en la ciudad) me ha regalado.

Solo hay que caminar con la mirada abierta, con un poquito de calma en el cerebro, con una cámara de fotos para capturar el alma del momento (en este caso la de mi móvil de hace cuatro años, que es el que más me ha gustado de cuantos he tenido) y dispuesto a detener el tiempo, un instante, de ahí que se llame instantánea a la fotografía.

Esto no es una broma