La versión de WordPress que tengo instalada en el servidor propio hospedado en JustHost.com me permite esta maravilla que es tener un editor de entradas tan minimalista que no tengo nada que me estorbe mientras escribo.
Tan sólo un cursor sobre una página completamente en blanco y una tipografía de Ubuntu tan agradable, suave y clara que dan ganas de enamorarse de ella.
No le temo a la página en blanco, es más, me resulta sumamente sugerente ese desierto de dunas infinitas tras la que un horizonte de palabras parece estar esperándome. Ya llego, no os inquietéis, pequeñinas… ya llego…
Me encuentro la a
esta letra casi apocada que en minúsculas resulta tan artificial que jamás he sido capaz de entender porqué no es como la a que todos hacemos al escribir con la mano.
Me encuentro la b
esa que algún día confundo con la d, con la p y con la q. ¡Qué maravillas las que regala la simetría!
Y sigo, y sigo…
y el final del texto no parece llegar nunca porque tras cada letra puedo encontrarme otra, igual o distinta de la anterior, incluso algunos signos más o menos divertidos, de diversos, como comas, puntos; y «comillas».
Pero, lo mejor de todo, lo más sublime de cualquier poema que se precie, son los espacios, los espacios en blanco, los espacios entre letras, entre palabras, entre versos y laterales, superiores, inferiores, márgenes… por donde campa la imaginación.