Piel de Mariposa es una enfermedad genética que afecta a la piel provocando ampollas ante el mínimo roce.
Le he leído hoy en el periódico mientras intentaba comprender cómo aún quedan dudas sobre el trato sexista que se da a la publicidad, con o sin fines benéficos, pero siempre con fines, con ambición, con avaricia, incluso. ¿Cuál es la frontera entre la avaricia y la ambición? ¿Por qué una se ve mal y la otra está potenciada hasta el punto de que te pueden criticar por falta de ambición?
Sé que son cosas distintas. Es más, sé que esta entrada ha entrado dispersa hasta la saciedad, incluso tenía intención de hablar de la fidelidad en la pareja, esa autocensura sociocultural que ejercemos sobre nosotros mismos a sapiencia de que nos quedaremos sin saber a qué saben esos labios, esos miles de millones de labios que besaríamos por el mero hecho de saber a qué saben, cómo es su textura, su carnosidad, su tacto, su humedad, su dulzura, su volumen y su superficie, entre otras cosas que no sé clasificar.
Esta entrada diaria está perdida, está perdida en la noche del desorden, del estruendo mediático que tengo en el cerebro, el que me hace leer despacio, el que me tiene atrapado por todos los tendones, incluso por el del manguito rotador, ese por el que estoy yendo a fisioterapia sentándome en la silla número 4 de una serie que comienza por el número, curiosamente, cero. Sí, como lo lees, con el 0 más radical.
Y mientras hacía mis diez minutos (10) de ejercicios bajo las poleas, miraba las dos posiciones que tenía enfrente, la uno y la cero (1 y 0) y pensaba, no podía evitarlo, en la cantidad de cosas que se han conseguido desde que hemos comprendido que son las unidades básicas de almacenamiento de información. Sí y No. 1 y 0. Todo o Nada. Negro o Blanco.
Unidades suficientes para comprender un mundo simplificado, pero un mundo, al fin y al cabo, modelizado con lo mínimo, lo más mínimo, lo requetemínimo, por decirlo así.
Y luego vuelvo a preguntarme qué hacía leyendo un artículo sobre los almanaques de Ryanair hechos con la intención, presunta, de apoyar una institución benéfica a partir de fotografías de marcado carácter sexual pero que, en realidad, intentan generar una polémica que les dé la suficiente publicidad como para no tener que contratarla. Los medios de comunicación harán lo que tienen que hacer. Ryanair conseguirá la publicidad de ser denunciada y, aunque parezca increíble, eso repercutirá positivamente en sus beneficios. Es algo archisabido desde la famosa frase de un tal Tomas de Aquino: «Que hablen de mí, aunque sea mal».
La respuesta quizá sea que la belleza de algunas de esas mujeres me seduce, claro, que a pesar de la repulsión racional que me provoca la utilización sexista, discriminatorio, de esas imágenes, de esa campaña, veo sus cuerpos sugerentes cargados de una sensualidad artificial como la vida misma y me apetece encontrarme a esas mujeres. Pero también aquellas que caminan por la calle y que sorprendo hablando por un móvil que siente el calor del hálito vaporoso de esos labios que no besaré.
Y, por volver a ese primer párrafo inabarcable, esa reflexión sobre la avaricia o la ambición, me acuerdo de la crítica que he oído esta mañana de la mujer que estaba sentada en la silla numerada con un 3, en la que dirigiéndose a mí, criticaba la avaricia de un familiar del rey de este país que no acaba de darse cuenta de que el verdadero problema es la loa de la ambición, que hace descarrilar algún que otro torpe al otro lado de la delgada línea roja.
Monarquía. Todavía incuestionada a nivel político seriamente en españa, esta que no puedo escribir con mayúsculas, que sigue siendo una herencia más de una dictadura que consideramos aceptable. No hay porqué extrañarse de que haya, dentro de ella, cierta sensación de invulnerabilidad, de estar por encima de la ley, de esa que rige a los plebeyos, a los que tenemos que ser fieles… pero eso es otra cuestión, la fidelidad es un acuerdo de pareja. Al menos, en este país, ya no se lapida a los adúlteros, aunque siga siendo criticada la adúltera más que el equivalente del sexo contrario y, por supuesto, todavía sea denostada la promiscuidad, de nuevo no igualmente para ellos que para ellas.
Binarios, somos binarios en un mundo cuyas lógicas binarias tiempo ha que fueron superadas. Binarios, quizá, por no entender que los órganos sexuales no determinan la identidad. Binarios hasta la muerte, desde la vida, como si no hubiese muertos vivientes y vivos moribundos, en muy distintos grados… de un continuo de números reales, por lo menos.
Disperso, como yo, este pequeño texto del día, que termina aquí.